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La historia del niño campesino que llegó a doctor en Ingeniería Ambiental y el régimen lo despidió por protestar con una bandera azul y blanco

Nació en una comunidad jinotegana donde no había escuela y una familia que no tenía recursos para costearle los estudios. Aún así, hoy es ingeniero civil, caficultor, catedrático, consultor y se prepara para hacer su examen de doctorado

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El destino de Mario Castellón estaba en el campo. En los cafetales. De niño, llegó a odiar a la tierra porque desde los 5 años su papá lo ponía a arar la tierra con unos bueyes. Hoy, a sus 34 años de edad, sin embargo, dice amar la agricultura.

En aquel momento Mario no comprendía bien las intenciones de su padre, quien solo quería enseñarle el valor del trabajo, pues también se preocupó e hizo sacrificios por darle estudio.

Mario solo quería estudiar para no trabajar la tierra.

Se bachilleró a los 15 años, pero antes tuvo que sortear una serie de dificultades: nació en una comunidad de Jinotega donde no había escuela, donde casi todos los niños tenían que trabajar a tiempo completo en el campo sin pensar en estudios y la deserción escolar era demasiado alta; tuvo que ir a la ciudad desde pequeño a vivir sin sus padres y en ocasiones vivía con la zozobra de tener que dejar los estudios porque ya no había cómo pagarlos.

La universidad fue otra odisea. En Managua, primero vivió donde unos familiares, pero después consiguió una beca. En la mañana iba a clases, por la tarde buscaba algo de trabajo y los fines de semana viajaba a la finca a sembrar y cuidar café.

En la actualidad es ingeniero civil, catedrático en Ingeniería, mediano caficultor, consultor en Ingeniería Ambiental, padre de dos niñas y completó cuatro años de doctorado en Ingeniería Ambiental en México. Solo le falta el examen final para graduarse como doctor.

En febrero de 2020 lo sacaron de la UNI, donde era profesor, porque en México había estado protestando contra la represión del orteguismo desde abril de 2018. Las autoridades no dijeron eso, sino que había incumplido un contrato.

Mario sabe que lo que le costó su puesto, además de sus publicaciones en Facebook, es haber salido en una foto en la portada de El Nuevo Diario entregándole una bandera azul y blanco al boxeador mexicano Moisés Fuentes, para que subiera al ring con ella en su pelea con Román “Chocolate” González, quien suele portar en sus peleas la bandera rojinegra.

Mario sufrió los cuatro años que estuvo estudiando el doctorado en México, pues es muy apegado a su familia. Aquí con sus dos hijas. LA PRENSA/ CORTESÍA

Los Cerrones No. 2

Los Cerrones No. 2 es una comunidad a 47 kilómetros de Jinotega, cerca de donde fue una base del Ejército en Abisinia y próximo a El Cuá. Ahí nació Mario Castellón Zelaya en 1987.

Su padre, también llamado Mario Castellón, originario de Jinotega, había aprobado el sexto grado de primaria a inicios de los años ochenta y la revolución sandinista permitía en esos tiempos que alguien con sexto grado aprobado se convirtiera en maestro, siempre y cuando a la par estudiara la secundaria.

El padre de Mario aprovechó esas circunstancias y fue maestro. Así llegó a Los Cerrones No. 2, donde se enamoró de una de sus alumnas, Francisca Zelaya Aguirre, entonces una joven de 16 años, mientras él tenía 24. Ambos se fueron “de huida” y Mario Castellón es el segundo de sus cuatro hijos.

El padre de Mario, hoy de 61 años de edad, solo pudo aprobar el segundo año de secundaria. La guerra no le permitió ir más allá. En el día, el Ejército sandinista con base en Abisinia, reclutaba jóvenes para la guerra. Por la noche lo hacían los contrarrevolucionarios. El padre de Mario huía de ambos bandos.

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La experiencia como maestro le sirvió al padre de Mario para enseñarle a sus hijos a leer y escribir en Los Cerrones No. 2, donde no había escuela. Cuando Mario Castellón cumplió 5 años de edad, en una finca de café, en un campamento de mozos, a cinco kilómetros de su casa, abrieron una escuela multigrado. Era una sola aula donde la profesora partía con unas rayas el pizarrón en cuatro.

A Mario lo aceptaron en segundo grado, en una época en la que el Ministerio de Educación no controlaba la edad en los grados.

Para que no cargaran los útiles cinco kilómetros diariamente, el papá de Mario le hizo, a él y a su hermano mayor, unos pupitres con gavetas, para que ahí dejaran guardados los libros.

Mario, a la izquierda, aparece en esta imagen con sus padres y sus tres hermanos. LA PRENSA/ CORTESÍA

La escuela no hizo que Mario se salvara de las labores agrícolas. Después de clases iba para el cafetal, a trabajar. Y lo levantaban de madrugada para ir a clases.

La dificultad de la escuela multigrado hizo que al año siguiente los padres de Mario enviaran a sus dos hijos mayores a Jinotega, donde unos familiares, para que continuaran los estudios.

Panadero y vende turrones

Mario recuerda que en Jinotega él y su hermano nunca aguantaron hambre, pero había limitaciones. Para ganar dinero, él trabajaba en una panadería, primero lavando cazuelas y después iba a vender pan al mercado municipal.

En otros momentos, una vecina hacía turrones y él los iba a vender al barrio Sandino.

Y los fines de semana a la finca. Y había que estudiar.

Otra cosa, no había oportunidad para dejar clases. El papá de Mario era muy estricto. No era que solo los obligaba a sacar buenas notas, sino que también los ayudaba, ya que había sido maestro. Lo único que lo hacía con la pala de nesquisar maíz sobre la mesa de estudio.

El papá de Mario le daba a hacer unos “burros”, unos zapatones que hacía un artesano de Jinotega. Cuando esos zapatos se le terminaban, entonces usaba botas de hule. En la escuela a la que él iba era el único que usaba botas de hule. Cuando jugaban futbol y el balón se iba en un charco sus compañeros lo mandaban a él para sacarlo.

Cuando Mario aprobó el sexto grado, el papá dijo que ya no había dinero para seguir enviándolo a la escuela. Fueron días angustiantes.

El primer día de clases el papá decidió que los muchachos seguirían en la escuela, pero en el colegio público ya no había cupo.

Hubo que hacer un esfuerzo y lo matricularon en un colegio en el que no se pagaba mucho, el Juan Pablo II. Cuando Mario llegó a cuarto año de secundaria, su padre lo iba a volver a sacar de clases por falta de dinero, pero las monjas ayudaron con una media beca para Mario y su hermana menor.

La tierra se ha convertido en una de las pasiones de Mario, luego que de pequeño no le gustaba porque el papá lo obligaba a arar con bueyes. LA PRENSA/ CORTESÍA

La universidad

A los 15 años se bachilleró Mario. Lo primero que el padre le dijo fue: “Podés estudiar lo que querrás, pero en universidad pública. No hay dinero”.

Mario tenía una novia a quien unos amigos le regalaron un brochur de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Él lo vio y leyó Ingeniería Civil. Le gustó.

Llegó a Managua para hacer el examen de admisión, pero no lo pasó. Se las tenía que ver con el papá. Mario tuvo mucho temor. Lo peor, se sentía defraudado a sí mismo. Al final Mario hizo el año básico en la UNI y luego quedó estudiando Ingeniería.

Durante el año básico iba al mercado Oriental a trabajar en una tienda para ganar dinero y costearse su estadía en Managua.

En Los Cerrones No. 2, el papá de Mario le había heredado cuatro manzanas de tierra y, mientras estudiaba en la universidad, los fines de semana Mario iba a sus tierras a sembrar café. Le fue yendo bien con el café y se fue enamorando de la caficultura. Hoy siembra hasta plátanos y ya la finca no es de cuatro manzanas, sino de 18. Si adquiere dos manzanas más de tierra para sembrar café se podrá convertir en un gran caficultor.

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Hoy afirma que quiere morir en su finca. Ama la tierra. Cuando tenía cinco años de edad, la odiaba no solo porque su papá lo obligaba a trabajarla, sino porque también se burlaban de él no solo porque era pequeño de edad sino también de tamaño. Débil.

Ya en la carrera se le hizo difícil ir a trabajar al Oriental. Los estudios de Ingeniería demandan tiempo y esfuerzo. Entonces Mario se apresuró a conseguir una beca, en el internado, la cual debía mantener con buenas calificaciones.

Un total de 18 manzanas de tierra posee Mario, en las cuales tiene sembrado café, en Los Cerrones No. 2. LA PRENSA/ CORTESÍA

Docente

Cuando Mario se graduó de ingeniero civil, en la UNI abrieron un programa de iniciación al ejercicio docente y Mario entró como alumno ayudante.

Después fue ayudante de docencia y realizó una maestría en Ingeniería Ambiental que al poco tiempo le permitió ser profesor titular de la UNI.

De los casi 100 estudiantes que se metieron al programa de iniciación al ejercicio docente, Mario fue el único que se preocupó por hacer un doctorado. Logró ir al Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lo hizo con el aval de la UNI, con la cual firmó contrato y por cuatro años la universidad le mantuvo el salario. Mario solo debía enviar unos reportes de cómo avanzaba en sus conocimientos.

Fueron años duros, alejado de su esposa y sus dos hijas.

Abril de 2018

Mario nunca ha sido simpatizante del sandinismo. Su familia sufrió y vivió los horrores de la guerra de los años ochenta.

Como catedrático en la UNI, con el regreso de Daniel Ortega al poder en 2007, Mario comenzó a ver cómo la autonomía universitaria se estaba violentando, especialmente con campaña partidaria a favor del FSLN dentro de la universidad.

“Siempre planteé que no debía haber proselitismo político en la universidad. La autonomía se iba perdiendo”, explica Mario, quien veía cómo sí había buses para ir a una concentración del orteguismo, pero no para ir a hacer un trabajo de campo con los estudiantes.

Mario nunca fue al Repliegue ni a ninguna otra celebración sandinista.

Las protestas y los muertos de abril de 2018 lo sorprenden estudiando en México, donde él se une a otros nicaragüenses para protestar. Hacían plantones en la Embajada de Nicaragua en México, en el Ángel de la Independencia y en el monumento a la Revolución mexicana.

Los plantones eran en contra de la represión orteguista, en contra de las masacres y Mario subía fotos a su Facebook. No guardaba silencio.

Mario nunca ha apoyado al gobierno de Daniel Ortega. LA PRENSA/ CORTESÍA

En julio de 2018, en la portada de El Nuevo Diario, apareció una fotografía que terminó de evidenciar a Mario. Era él con otros nicaragüenses regalándole una Bandera de Nicaragua, que Mario había llevado a México, al boxeador mexicano Moisés Fuentes, quien pelearía con Román “Chocolate” González el 6 de agosto siguiente.

Con esa Bandera de Nicaragua Fuentes subiría al ring, ya que el Chocolate subía con la bandera del FSLN.

“Renuncia”

Desde ese momento Mario sabía que estaba corrido, pero cree que lo aguantaron casi dos años porque “era un mal necesario”.

En la Facultad de Tecnología de la Construcción, a la que Mario pertenecía en la UNI, solo hay cuatro doctores en Ingeniería, todos ellos en edad de jubilarse. El único doctor joven que iba a quedar era Mario.

Sin embargo, a inicios de 2020 a Mario le abrieron un consejo disciplinario. Le atribuyeron incumplimiento en el contrato que había firmado para ir a estudiar a México. Le dijeron que no los había mandado en tiempo.

La foto que apareció en la portada de El Nuevo Diario, en la que Mario, a la izquierda, aparece con otros nicaragüenses regalándole al boxeador mexicano Moisés Fuentes una bandera azul y blanco que Mario había llevado de Nicaragua, en 2018. LA PRENSA/ CORTESÍA

Mario envió correos demostrando que sí había cumplido. Entonces le dijeron que no confiaban en las firmas de los documentos.

La verdad se la dijo alguien de la UNI: ya habían decidido sacarlo. Tuvo que renunciar porque le dijeron que si no lo hacía lo iban a despedir y entonces debía pagar a la UNI todos los salarios que le habían dado estando en México. Además, no le pagarían prestaciones.

“Mi papá entendía la educación”

Mario se prepara ahora para realizar su examen de doctorado, mientras ve su finca, da clases en dos universidades privadas, hace consultorías en Ingeniería Ambiental y vela por su familia.

Recientemente en su perfil de Facebook, Mario posteó una foto de él en el campamento de mozos de la finca en Los Cerrones No. 2, recordando de dónde había surgido hasta convertirse en doctor en Ingeniería Ambiental.

Este es el mesón de mozos donde se formó la primera escuelita en Los Cerrones No. 2 y donde Mario asistió por primera vez a una escuela, entrando directo a segundo grado, porque su papá ya le había enseñado las primeras letras. LA PRENSA/ CORTESÍA

La clave la encuentra en su padre. “Mi padre entendía la educación. Él había pasado dificultades para estudiar y por eso quiso darnos educación a nosotros”, indica el candidato a doctor Mario Castellón.

Y finaliza diciendo: “Era una cosa de mentalidad de mi papá. No era que, si yo quería, era que tenía que hacerlo. Él entendía la educación”.

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