Antes he felicitado a LA PRENSA por alguno de sus excelentes editoriales, pero esta vez escribo para criticarla y hacer extensiva mi crítica —si fuera el caso— a su consejo editorial.
El pase que le está dando al escritor Sergio Ramírez (con el editorial del martes 19 de octubre titulado “Sergio Ramírez, la SIP y la libertad de prensa”) es demasiado generoso, no solo lo erige como un defensor de la libertad de prensa, sino que además se atreve a dejar todas sus atrocidades en el pasado; como si esa fantasía fuera posible.
LA PRENSA conoce la historia mejor, el señor Ramírez no solamente fue un detractor de la libertad de prensa, fue un conspicuo violador de derechos humanos, un opresor en toda la extensión de la palabra y actualmente un demócrata (convertido), pero uno que no ha tenido la decencia humana básica de hacer un mea culpa por los crímenes que cometió.
Pertinente al periodismo basta recordar el bombazo en La Penca, planificado y ejecutado por el alto mando del gobierno sandinista del cual él formó parte.
En la memoria de todos nosotros está el pasado de Ramírez, y su actual conversión democrática es aun discutible, porque como muchos otros, es un intelectual que en vez de desenterrar las osamentas que oculta, sigue paleando concreto en el inmenso pedestal de la ortodoxia comunista.
Intentar dejar en el pasado las tropelías de Ramírez, me recuerda la sabiduría de (Jorge Luis) Borges, aquí les sirvo la cita completa: “Es decir, el propósito de abolir el pasado ya ocurrió en el pasado y —paradójicamente— es una de las pruebas de que el pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado”.
El autor es ecólogo.