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Temón y el filete del mendigo

Los enianes, un pueblo que habitaba en una parte de la antigua Tesalia, celebraban anualmente un extraño rito religioso. Hacían unos sacrificios rituales para rendir culto a las piedras, sacrificaban la mejor vaca o buey y ofrecían a los descendientes de un tal Temón, el mejor filete al que llamaban “la carne del mendigo”.

Homero menciona a los enianes en La Ilíada. En el Canto II (Catálogo de las naves) dice que entre los numerosos contingentes de pueblos griegos (aqueos o teucros los llama) que fueron a la guerra de Troya, en veintidós naves iban los enianes que “tenían su morada en la fría Dodona” y eran conducidos por Geneo desde Cifo, antigua ciudad de la Tesalia.

La historia es así: Mucho tiempo antes de la Guerra de Troya los enianes fueron expulsados por los lapitas de la tierra que heredaron de sus ancestros, la Pelasgiótide, que era parte de la Tesalia. 

Obligados a errar en busca de dónde asentarse y reconstruir su existencia, los enianes llegaron a orillas del río Ínaco, en Arcamania. Les gustaron aquellas tierras y decidieron establecerse en ellas.

Pero allí estaban radicados los inaquios y los aqueos, de manera que para poder establecerse los enianes debían enfrentarse con ellos, o buscar cómo llegar a un acuerdo.

Mucho tiempo atrás un oráculo había vaticinado a los primeros habitantes de esas tierras, que las perderían si cedían una parte de ellas, aunque fuese mínima, a quienes llegaran de otros lugares.

Pero otro oráculo había profetizado a los enianes, que si los primitivos habitantes de un país donde ellos quisieran establecerse les cedían una parte de su tierra, aunque fuese pequeñísima, ellos podrían llegar a ser los dueños y señores de toda la región.

Un noble, viejo y sabio enanio llamado Temón se disfrazó como mendigo y se presentó ante Hipéroco, el rey inaquio, para sondear la situación. Le pidió algo de comida, al menos un trozo de pan, pero Hipéroco era un hombre despiadado y para burlarse del mendigo, en vez de pan le dio un puñado de tierra. Temón lo guardó en el zurrón que cargaba y se marchó. 

Al irse Temón, algunos viejos recordaron el antiguo oráculo y alertaron al rey para que impidiera al mendigo llevarse un poco de su país, que no otra cosa era aquel puñado de tierra.

Temón huyó para ponerse a salvo y en su huida rogó a Apolo que lo protegiera, prometiéndole una hecatombe si lo ayudaba a salir bien librado de aquella situación peligrosa. Hecatombe (de los vocablos griegos hekatón, cien, y boüs, buey) era  para los antiguos griegos el sacrificio de cien bueyes de una sola vez, como agradecimiento a un dios por algún gran favor recibido.

Apolo oyó la súplica y promesa de Temón y lo protegió. Más tarde el rey de los enianes, que se llamaba Femio, fue a retar a Hipéroco a un combate personal. Este aceptó el desafío y cuando se dirigía al lugar donde debían enfrentarse, volvió la cabeza hacia atrás para ahuyentar a su perro que lo seguía. Entonces Femio aprovechó el descuido de Hipéroco y lo mató de una pedrada.

Después los enianes no tuvieron mayor dificultad para apoderarse del país, cumpliéndose así el vaticinio del antiguo oráculo.

En memoria de aquellos acontecimientos y particularmente de cómo Femio mató a Hipéroco, de una pedrada, los enianes celebraban los ritos religiosos en los cuales, como dije al comienzo, rendían culto a las piedras, sacrificaban la mejor de sus reses y ofrecían a los descendientes de Temón “la carne del mendigo”.

Opinión enianes archivo
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