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Diálogo
Cuando Daniel Ortega habla de diálogo, busca un diálogo con él mismo, si es que eso es posible. No nos equivoquemos. Si lo que no le gustó de los diálogos anteriores es que la contraparte lo contradijera, que tuviese voz propia, y que los mediadores no le obedecieran. Tanto no le gustó que mandó a echar presa a la mayoría de quienes participaron al otro lado de la mesa, y la iglesia que medió entre ellos es perseguida, insultada y amenazada. “Diablos con sotana”, les dice ahora. A él le gustan los diálogos donde los asistentes aplauden a una señal de su esposa, y siguen con fingida atención su tradicional discurso de William Walker a Sandino, aunque ya se lo sepan de memoria de tantas veces que lo ha repetido.
Elecciones
Para entender el diálogo que busca Ortega y su gente, basta ver las elecciones que hizo. Así mismo lo quiere. Armó un tribunal electoral con sus fans más fieles, echó presos a todos los que quisieron competir y podían ganarle, y escogió entre los suyos a algunos que jugaran a ser oposición, entre muchas trampas más. Por pura modestia ganó con el 75 por ciento de los votos, porque bien podrían haberle dado el 100 por ciento de los votos, o el 99.99, como su camarada Kim Jong-un, para guardar las apariencias.
Palabras
Ni “diálogo” ni “elecciones” son malas palabras. Al contrario. Son palabras hermosas que deben estar en el diccionario de cualquier democracia. Lo malo es lo que se quiere hacer en nombre de ellas. Las elecciones siguen siendo la mejor salida a la crisis que vive Nicaragua. El diálogo sigue siendo necesario para restablecer las libertades y, a través de ellas, conseguir justicia y democracia. Pero, así como lo que hizo Ortega no fueron elecciones, porque se impidió elegir, lo que parece estarse armando ahora no sería diálogo si impide “dialogar”. El problema no son las palabras, sino el significado perverso que se les quiere dar.
Condecorados
En el universo paralelo del régimen, un periodista es bueno si le hace propaganda, así como un observador solo es aceptado si dice que todo está bien. Los jueces electorales sirven si respetan los procesos que Ortega decide y las cantidades de votos que decida asignarse. Y solo se reconoce como opositores a quienes no se oponen. Aquí verá a los condecorados, ascendidos en cargos y haciendo buenos negocios.
Castigados
Y, al contrario, son sus enemigos los contralores que controlan, los periodistas que informan, los opositores que se oponen, los abogados que defienden a quienes él acusa, los defensores de derechos humanos que defiende derechos humanos, y los jueces que ponen la justicia por sobre el interés del régimen, solo para poner algunos ejemplos de los significados invertidos con que trabaja el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. En este grupo están los encarcelados, perseguidos, exiliados, asediados. Son los “hijos de perra”, según Ortega.
Propósitos
Poner las palabras al revés de su significado tiene un propósito. No es soló porque aplazó la clase de español en la secundaria. En nombre de esas retorcidas interpretaciones, como dijimos, Daniel Ortega va premiando a los malhechores y castigando a los ciudadanos, bajo motes de “agente extranjero”, “traidor a la patria”, “terrorista” y otros. Y reclama al mundo que le respeten sus “elecciones soberanas” que no son elecciones, y, téngalo por seguro, exhibirá su monólogo, aunque sea frente al espejo de sus colaboradores, como prueba de su legitimidad y entendimiento entre los nicaragüenses. Así es él. Y se enoja cuando nadie se traga el cuento.
Monólogo
Mal harían los opositores en satanizar las elecciones o el diálogo. Pero peor harían dejando pervertir estas hermosas palabras, participando en una farsa que las contradice. La solución parece muy sencilla: al igual que se hizo con las elecciones, hay que definir desde temprano cuáles son las condiciones que supone un diálogo de verdad. Trazar esa línea roja que no se puede cruzar. Ojalá esta vez todo estén de acuerdo. O hay diálogo de verdad, con todo lo que significa, o no lo hay. Y, como conocemos a Daniel Ortega, apuesto doble contra sencillo que jamás ha estado en sus planes dialogar tal como la palabra indica. Solo monologar.