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A las delegaciones en la cuarta juramentación de Daniel Ortega

“[…] Ya ves, viajero, está su puerta abierta, todo el país es una inmensa casa, no, no te equivocaste de aeropuerto, entra nomás, estás en Nicaragua”. (Julio Cortázar, 1980).

Ustedes han venido de lejos para acompañar lo que en países democráticos es una fiesta cívica, la esperanza de cambio; la toma de posesión de un nuevo gobierno, el traspaso del poder de un mandatario saliente a otro electo libremente por la voluntad popular mediante el ejercicio del derecho a elegir que todo ciudadano tiene. Pero lo que ustedes verán es un “traspaso de mando” de unas manos a las mismas manos.

Esto ustedes lo saben ya. Quiero más bien hablarles sobre las más de trescientas familias que a partir del 18 de abril de 2018 sufrieron el asesinato de sus hijos o parientes cercanos, por la represión estatal contra la protesta social. Hasta hoy, enero de 2022, ninguna de esas familias ha podido saber la verdad de lo ocurrido, pues no se ha iniciado ni un solo proceso para conocer los hechos, dar con los responsables y castigarlos, y reparar el daño causado. Muchos de los asesinados eran jóvenes, y a veces hasta niños, a quienes se les disparó con armas de guerra. Sus familias se han organizado para demandar verdad y justicia, y por ello son vigiladas, perseguidas y muchas veces impedidas físicamente de salir de sus casas para realizar cualquier manifestación pública, las que están prohibidas desde octubre de 2018.

Desde entonces todos los intentos de manifestarnos han sido frustrados con una presencia policial permanente, que de hecho constituye un estado de excepción. Les escribo para contarles nuestra verdad, que no se escuchará en ese acto, lleno de flores y luces. Tengan por seguro que ahí no estará presente la mayoría de Nicaragua, ni su voluntad. Muchas y muchos de ustedes saben de la represión estatal, pues han acompañado, denunciado y también la han experimentado en muchos de sus países. Les pido que salgan a las calles, que pregunten por los asesinados, por las madres que lloran a sus hijos, por los familiares que en un diario peregrinar se acercan a las cárceles y celdas policiales llenas de presos políticos que son inocentes y viven una situación de detenciones arbitrarias, aislamiento, incomunicación y tortura. Ustedes tienen derecho a preguntar, tienen derecho a saber la verdad: que en Nicaragua hay presos y presas políticas, que en Nicaragua la represión es masiva y permanente.

Si toman un poco de su tiempo fuera de las ceremonias y la pompa del inicio de este cuarto período presidencial, si se acercan a las víctimas, verán sin intermediarios que no son golpistas, que no son terroristas, que no son agentes extranjeros. Verán que se trata de nicaragüenses que luchan en contra de la represión del Estado, que les ha arrebatado la libertad y la vida a sus seres queridos. Sabrán que las organizaciones defensoras de derechos humanos han sido llevadas casi a la clandestinidad, que sus personerías jurídicas las han cancelado ilegalmente y sus instalaciones e instrumentos de trabajo han sido robados.

Tengo y tenemos la esperanza de que ustedes, siguiendo las tradiciones disidentes de las que muchas y muchos son parte, se acercarán a las víctimas antes de irse de Nicaragua. Y luego de las ceremonias en que oirán una y otra vez la versión oficial, podrán sentir la hermosa exhortación de nuestro poeta, Ernesto Cardenal: “pensá en los que murieron” “…vos los representás a ellos” “Ellos delegaron en vos” “los que murieron”. Esta carta abierta es porque sé y sabemos  que muchas y muchos de ustedes también luchan por la libertad de los pueblos y por la verdad.

Por eso confío en que no serán indiferentes -como escribió Cortázar en los 80- a “…cuántas manos tendidas esperándote, cuántas mujeres, cuántos niños y hombres…” que, en Nicaragua, siguen clamando por justicia y libertad.

La autora es presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos.

Opinión
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