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Hace 22 años, un helicóptero de la Fuerza Aérea Sandinista (FAS) que evacuaba a pobladores de comunidades de la ribera del río Coco, se desplomó en Ayapal, al norte de Jinotega, muriendo 75 niños y nueve madres. El régimen sandinista culpó a la “Contra” y al imperialismo por la tragedia, pero la aeronave cayó por un desperfecto mecánico y no por un ataque militar de los rebeldes antisandinistas.

La verdad sobre Ayapal: Manipularon muerte de 75 niños

Eduardo Marenco Terceroy Orlando Valenzuela El helicóptero de Ayapal no fue derribado por la Contra, como aseguró el Gobierno sandinista hace 22 años. Fue un desperfecto en el rotor de cola lo que ocasionó la tragedia. Así lo confirmó a LA PRENSA, 22 años después, el entonces jefe de inteligencia, Julio Ramos Argüello, ahora general […]

Eduardo Marenco Terceroy Orlando Valenzuela

El helicóptero de Ayapal no fue derribado por la Contra, como aseguró el Gobierno sandinista hace 22 años. Fue un desperfecto en el rotor de cola lo que ocasionó la tragedia. Así lo confirmó a LA PRENSA, 22 años después, el entonces jefe de inteligencia, Julio Ramos Argüello, ahora general en retiro, basándose en el resultado de la investigación técnica realizada por especialistas soviéticos, fabricantes del helicóptero, quienes examinaron en la Unión Soviética las piezas claves del aparato.

La investigación determinó que se produjo un fallo en los cables del rotor de cola del helicóptero, el cual da estabilidad al aparato, de modo que la tripulación perdió el control de la aeronave al no tener el mando sobre el rotor de cola. El aparato auto-rotó y se desplomó.

El actual jefe del Ejército, general Javier Carrión, también reconoce ahora que la causa de la tragedia fue un fallo mecánico. “Yo no sé de dónde sacaron que había sido un sabotaje, fue una cuestión mecánica”, asevera.

No recuerda más detalles

El piloto de aquella aeronave, quien pidió el anonimato, sí recuerda lo que ocurrió aquella tarde del jueves nueve de diciembre de 1982. Ese día, en varios viajes, habían evacuado desde Ayapal hasta San José de Bocay a ochocientas personas, sobre todo niños, enfermos y ancianos que vivían en zonas de guerra. Como a las dos de la tarde se haría el último vuelo del día, el río Bocay estaba crecido y la gente desesperada. Al helicóptero subieron 78 niños y diez madres, más los cuatro miembros de la tripulación.

La tragedia ocurrió en el momento del despegue. “Elevé el helicóptero aproximadamente cinco metros, pero hubo una falla en el mando, perdí el control sobre la dirección del rotor de cola que saltó por los aires, después de unos tres giros sobre el propio eje del helicóptero, logré ponerlo en tierra pero en un desnivel, entonces el helicóptero se fue de lado, cayó en tierra sobre la puerta principal de salida, y luego se dio una explosión en los motores y una humareda. Yo logré salir por inercia, medio ´zurumbo`”, dijo el piloto del helicóptero No. 265, MI-8.

La aeronave no estaba artillada

En los minutos siguientes, 75 niños y nueve madres serían consumidos por el fuego, sobreviviendo los cuatro miembros de la tripulación, una madre y tres niños. La mayoría de los niños tenían entre uno y cuatro años edad. Ninguno tenía más de ocho años.

El capitán confirma que el fallo se dio en el rotor de cola y recuerda haber escuchado disparos. Leopoldo (29) y Víctor Manuel Pineda (31), son hermanos de la etnia mayangna y viven en su natal Amaka, al norte de Ayapal. Cuando ocurrió la tragedia eran unos niños de 7 y 9 años respectivamente, y no olvidan el miedo que sintieron cuando entraron al helicóptero soviético MI-8, que los trasladaría a San José de Bocay desde Ayapal. No recuerdan haber escuchado disparos.

Cuando Leopoldo y Víctor Manuel ingresaron al aparato, que olía a hule quemado y ardía de calor por dentro, la aeronave estaba repleta de niños mayangnas y miskitos de pie. En la aeronave también estaban su mamá y dos hermanitas.

Aquella tarde, al intentar cerrar la puerta del helicóptero, un ayudante dijo que no podía hacerlo porque iba mucha gente y él mismo bajó del helicóptero a seis niños: cuatro miskitos y dos mayangnas. Entre éstos estaban Leopoldo y Víctor Manuel.

Los dos hermanitos Pineda, llorando por no ir con sus hermanas y su mamá, fueron retirados del área de vuelo del helicóptero y entregados a su abuelita para esperar otro vuelo que los llevaría a juntarse con sus seres queridos.

UNA MUERTE LENTA

El helicóptero ascendía cuando de pronto, ante la mirada atónita de centenares de pobladores, familiares, amigos y militares acantonados a ambos lados del río Bocay, la nave empezó a echar humo negro y a perder altura hasta que cayó pesadamente en un maizal al otro lado del río. Seguidamente se escucharon fuertes explosiones, según el relato de los hermanos Pineda.

“La gente del Ejército corrió con hachas y palos para rajar el helicóptero y salvar a los niños y los demás, pero al momento empezaron las explosiones, y ya no pudieron hacer nada, la mayoría murieron, entre ellos mis dos hermanitas, Zoila de 4 años, Yamileth de 2 años, y mi mamá”, asegura Víctor Manuel Pineda.

Los niños fueron consumidos por el fuego de la explosión. El helicóptero cayó en tierra y la puerta quedó prensada contra el suelo, lo que imposibilitó ayudarles, según la versión militar. “El helicóptero cayó de lado sobre su puerta, inmediatamente comenzó el fuego, la cabina delantera donde viajaban los tripulantes se desprendió y ello imposibilitó una acción más veloz para rescatar a los niños”, dijo en conferencia de prensa, el entonces jefe de inteligencia Julio Ramos Argüello.

A Leopoldo Pineda la tragedia lo marcó para siempre. “Cuando cayó el helicóptero, la gente daba golpes y se oían gritos desde adentro, fueron unos minutos nada más y después vinieron las explosiones”, dice Pineda.

Los hermanos Pineda cuentan que al finalizar las explosiones, el Ejército recogió pedazos de cuerpos destrozados y calcinados, con los que apenas lograron llenar dos ataúdes que fueron trasladados a San José de Bocay, donde fueron enterrados. La versión de la madre superviviente, Lesbia Castillo, es que los restos se reunieron en seis ataúdes. Pero el fotógrafo Mario Tapia, quien hizo las tomas durante los funerales del lunes 13 de diciembre de 1982, recuerda decenas de féretros durante la ceremonia en San José de Bocay. Allí mismo les fue levantado un monumento a las víctimas. Sin embargo, esta pequeña construcción en memoria de los Niños Mártires de Ayapal fue destruida días después de la derrota electoral del Frente Sandinista el 25 de febrero de 1990.

Los hermanos Pineda creen que la aeronave cayó por sobrepeso y la versión militar que escucharon es que un misil de la Contra la había derribado. El piloto del helicóptero descarta esa posibilidad, porque los niños que viajaban eran de muy temprana edad y no personas adultas. El Ejército, hace 22 años, también descartó esa hipótesis.

Al entierro de los niños asistieron miembros de la Junta de Gobierno y los comandantes de la Revolución. El estado de las madres y demás niños miskitos allí reunidos era de histeria. Las fotos de la época asemejan sus rostros a las caras de desesperación de las personas que padecen Grisi Siknis. Unos niños gritaban ¡No pasarán! con los puños en alto y el rostro reventado en lágrimas, aseguraba el diario Barricada.

EL CIRCO

Hace 22 años, la noticia cayó como bomba: “Mueren 75 niños al caer helicóptero que los evacuaba”, decía el titular de LA PRENSA del día viernes 10 de diciembre de 1982.

La histeria fue nacional. El sábado, al día siguiente que se conoció el hecho, más de ochenta mil personas se reunieron en la llamada Plaza de la Revolución, donde ahora hay una fuente cantarina, a escuchar un incendiario discurso del jefe del Ejército Popular Sandinista (EPS), general Humberto Ortega Saavedra, quien acusó “al imperialismo” yanqui por la tragedia.

“Los mató el imperialismo”, dijo Barricada el domingo, citando a Ortega, quien aquel sábado recordó que estos niños habían muerto al igual que aquellos a los que los marines lanzaban al aire para ensartarlos con sus bayonetas, tal como se lo enseñaron a la Guardia Nacional desde tiempos de Sandino.

w “Están jugando con fuego”,

advirtió Ortega

Miles juraron por sus vidas que defenderían la Revolución en nombre de las criaturas muertas.

Tomás Borge, famoso por sus discursos retóricos, alcanzó a expresar: “Nada puedo decir, qué puedo decir sino que quisiera arrancarme el corazón”.

Era una época de convulsión nacional. De un pueblo en armas y de otro pueblo amordazado por las armas.

El desplome del helicóptero que transportaba a los niños había servido de gasolina para el motor de la Revolución, para encender las almas sandinistas.

Culpar a la Contra era una “verdad” conveniente. Pero la “Contra” no había destruido la aeronave.

Aunque la versión oficial del Ejército no confirmó que el helicóptero se desplomó a causa de un ataque de la Contra, los órganos de propaganda del Estado sandinista lo dieron como un hecho y así lo hicieron también los comandantes de la Revolución.

De tal modo que en los días siguientes, en la portada de Barricada, el órgano oficial de propaganda del FSLN, se publicó una carta de repudio de Moamar El Kadhafi quien condenó “la bárbara agresión contra un helicóptero, cometido por una banda criminal, producto e instrumento del imperialismo”.

La carta la enviaba desde Libia el hombre que, en enero de 2004, aceptó pagar una indemnización de US$170 millones de dólares para las familias de las 170 personas que murieron al caer un avión francés, producto de un acto terrorista orquestado por su gobierno en 1989.

El gobernante cubano, Fidel Castro, también condenó la tragedia de Ayapal: “Esta sangre estigmatiza de infamia al gobierno imperialista de Estados Unidos”, expresó.

El fervor sandinista creció por esos días, al punto que Barricada anunciaba una “Navidad amarga” para la contrarrevolución, un poco después que los tres días de duelo nacional se esfumaran de la primera plana para dar lugar al frenesí del carnaval de la Juventud Sandinista.

LA VERSIÓN MILITAR DE LA ÉPOCA

Los tres diarios de la época, Barricada, El Nuevo Diario y LA PRENSA, contaron lo que el Ministerio de Defensa permitió informar:

A las catorce horas del jueves nueve de diciembre, el helicóptero de transporte No. 265, un MI-8 de origen soviético y perteneciente a la Fuerza Aérea Sandinista (FAS), realizaba labor de evacuaciones de la población civil asediada por la Contra, en San Andrés de Bocay, Amaka, Yakalpanani y Walakistán, al norte de Jinotega.

Según la versión militar, al pasar el helicóptero sobre Ayapal, la nave se desplomó precipitándose en un barranco, incendiándose, resultando muertos 75 niños y nueve madres.

El hecho fue conocido por los militares a las dos y doce minutos de la tarde de aquel jueves nueve de diciembre de 1982.

A las tres de la tarde con tres minutos del mismo día, un segundo helicóptero, el No. 264 de la FAS, que había partido desde Wiwilí, fue rafagueado por fuerzas de la Contra, a ocho kilómetros de Ayapal, cuando se dirigía a asistir a la tripulación del helicóptero desplomado que había realizado decenas de vuelos de evacuación en noviembre.

El sábado 11 de diciembre, mientras las salas de cine de Managua exhibían las aventuras de Jackie Chan, el maestro de los dedos rotos, y el mismo día que el general Ortega arengaba a las masas sandinistas conmocionadas de dolor, el entonces comandante de brigada y jefe de inteligencia militar, Julio Ramos Argüello, confirmaba que el total de muertos ascendía a ochenta y cuatro personas.

Los cuatro miembros de la tripulación, así como tres niños y una madre, habían logrado sobrevivir.

El accidente, indicó Ramos, se dio en “un puente aéreo” que hasta ese día había efectuado 56 traslados desde comunidades del río Coco hasta San José de Bocay, transportando entre 3,600 y 4,000 personas durante 155 horas de vuelo.

Ramos fue enfático: “Se excluye cualquier posibilidad de sobrecarga”. El helicóptero estaba en capacidad de transportar 1,500 libras más y el tanque auxiliar de combustible estaba vacío. Una comisión investigaría la causa del accidente.

Aunque no estaba en claro qué había ocurrido, en la memoria nacional quedaría viva la verdad oficial propalada desde la Plaza de la Revolución aquel sábado: La Contra había derribado el helicóptero. Era falso.

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