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Margarita Calderón (1870-1942) con cuatro de sus hijos. En el orden, Antonio, Julio, Carmen y Manuelita Calderón. La foto es posterior a 1934. Sus otros dos hijos (los seis de distintos padres) fueron Fernando y Augusto Calderón, primogénito, reconocido y prematrimonial de Gregorio Sandino López (1868-1947). ()

SANDINO: GUERRILLERO DE NUESTRA AMÉRICA

La Sociedad Bolivariana de Nicaragua ha editado el más reciente libro sobre Augusto C. Sandino (1895-1934) —escrito por el editor de esta bisagra histórica—, del cual se difunden algunas de sus páginas e ilustraciones, más su contenido [doap_box title=”Sandino y la dispersión de sus restos” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”] Yace aquí Augusto, guerrillero de nuestra América. /Nacido […]

  • La Sociedad Bolivariana de Nicaragua ha editado el más reciente libro sobre Augusto C. Sandino (1895-1934) —escrito por el editor de esta bisagra histórica—, del cual se difunden algunas de sus páginas e ilustraciones, más su contenido
[doap_box title=”Sandino y la dispersión de sus restos” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”]

Yace aquí Augusto, guerrillero de nuestra América. /Nacido en Niquinohomo el 18 de mayo de 1895, /murió a traición, fusilado de noche /junto a dos de sus leales lugartenientes /en un predio suburbano de Managua. //Esa fecha (febrero 21 de 1934) cumplía /años George Washington, padre de la nación /humillada por él con sus organizados campesinos insurrectos. /Las montañas y selvas de las Segovias /Dirán si fue valiente. Ellas lo vieron. JEA.

Tal pudo haber sido el epitafio de la tumba de Augusto C. Sandino, que sus asesinos se empeñaron en impedirla para siempre. Con ese fin, ya que no podían soportar la fuerza de su herencia política, dispersaron sus restos. Abelardo Cuadra (uno de los veinte, con Somoza García, que participaron en la conjura contra su vida), los periodistas de La Noticia, Francisco Gurdián y César Vivas, el industrial de Managua Mario Parodi y el escritor, estudioso del sandinismo y ex vicepresidente de la república Sergio Ramírez, coinciden en ello. Todos aseguran que, por orden del Presidente de la República, diez años más tarde los restos de las víctimas de la masacre del 21 de febrero de 1934 fueron exhumados y metidos en sacos de bramante.

Cuadra declaró que se trasladaron “a un lugar desconocido”. Gurdián y Vivas sostuvieron que, desde un avión de la Fuerte Aérea Nacional (FAN), se lanzaron “a las profundidades del lago de Managua”, Parodi —basado en testimonio de Juan Emilio Canales, integrante del pelotón de fusilamiento— reveló que Francisco y Horacio Aguirre Baca, con el citado Canales, “habían desenterrado a Sandino y llevado sus restos a la hacienda Santa Feliciana, donde es ahora el restaurante Los Gauchos”. Y Ramírez fue más explícito: “La versión de Carlos Eddy Monterrey (el guardia que disparó a Sandino) afirma que en 1944 el viejo Anastasio Somoza García, temiendo que la oposición a su gobierno pudiera en cualquier momento derrocarlo y encontrar los restos de Sandino, ordenó a su hijo Luis que los desenterrara y los quemara. La orden fue cumplida, y siguiendo esa versión, los restos de Sandino fueron conducidos a un lugar que se encuentra entre la Universidad Centroamericana y la carretera a Masaya. En ese punto lo esperaba José Somoza, que hizo una gran fogata y quemó hasta las cenizas los despojos que llevó Luis”.

Según Sofonías Salvatierra, a Sandino lo invitaban a continuar la guerra días antes de la entrega las armas de su fuerza de emergencia y guardia personal. “Yo digo —respondió— que el que quiera guerra que la haga; la paz es necesaria al país, y no seré yo quien la altere. Pero el 18 de febrero declaró a los periódicos que no entregaría sus armas, pues en Nicaragua —argumentaba— había tres poderes: el Presidente, la Guardia y él. “La Guardia no es el Presidente; nosotros no obedecemos a la Guardia, porque no es constitucional, y así vamos unos y otros”. Ésta actitud desencadenó la decisión institucional de la GN, tomada a las 7 p.m. del 21 de febrero, a iniciativa del jefe director Anastasio Somoza García. Tres horas después, aproximadamente, se ejecutó esa contundente resolución.

El 22 de febrero se perpetraba su corolario genocida en Wiwillí, centro del extinto Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, resultando la muerte de unas 300 personas entre hombres, mujeres y niños. De acuerdo con Vicente Sáenz, se calcula que la matanza de Wiwillí fue mucho mayor, “y que durante 24 horas, los cuervos, los canes y los cerdos de los alrededores se dieron un largo festín de carne humana”.

El 23 de febrero, desde Casa Presidencial, Sacasa reprobó “enérgicamente, a la faz de la nación, tan injustificable crimen, que sólo ha podido cometerse en mi gobierno a causa del funcionamiento defectuoso de la Guardia Nacional”. Todo lo que seguiría se encuentra vivo en la memoria colectiva de nuestro pueblo. Lo que se ha olvidado es la conmoción que provocó el magnicidio, en el continente y en otras partes del mundo.

En España, José Antonio Primo de Rivera lo asoció con “los fusileros americanos” que, según sus palabras, “dibujaron el círculo de fuego dentro del cual se movía con sus hombres”, añadiendo: “Sandino ha caído. El caudillo romántico, que encarnó hasta hace poco la sed de independencia de Nicaragua, fue atraído a una emboscada política para no levantarse jamás. El recuerdo le había grabado una medalla de perfecto guerrillero (…) Sandino quería representar a la tierra de Nicaragua (…) quizás le hubiera cantado, de haber vivido, su compatriota Rubén Darío, que gritó a la faz de Europa aquello de que cuando los Estados Unidos se estremecían recorría un temblor las vértebras enormes de los Andes”.

Un compatriota de Darío y Sandino, José Coronel Urtecho —cuando ya Somoza García había asumido la responsabilidad del asesinato en el club social de Granada—, dedicó tres significativos epitafios en el periódico La Reacción. Uno al jefe director de la G.N.: “Aquí está muerto el general Somoza, /pero es el Presidente el que reposa”. Los otros dos al guerrillero de nuestra América: “Aquí yace el soldado montaraz. /La guerra lo hizo. Lo mató la paz”, decía el primero; y el segundo: “Aquí descansa el general Sandino, lejos estaba bien -¿para qué vino?”

Valoración de la obra

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Gracias a María Isabel Tiffer Alduvín —bisnieta del general Alberto Tiffer Pérez, padrino de bautismo del primogénito de don Gregorio Sandino López el 14 de julio de 1895— pude concluir mi obra Guerrillero de Nuestra América, la cual tenía pendiente desde hace muchos años. Hace dos intenté retomarla. Pero, al no ser recompensado mi esfuerzo intelectual, la suspendí.

1. Agradecimientos

Hoy es una realidad y quisiera agradecer a los amigos que, en distintas épocas, me facilitaron documentos desconocidos e inéditos. O me animaron a emprenderla, a saber: José Argüello Lacayo, Neyton Baltodano Pallais, Rodolfo Barón Castro (1909-1986), historiador salvadoreño, en Madrid; Mario Borge Castillo, Luciano Cuadra Vega (1903-2001), su sobrino Luciano Cuadra Waters, Aldo Díaz Lacayo, Rolando Espinosa, José Jirón Terán (1916-2004), Ricardo Llopesa, poeta, crítico y editor en Valencia, España.

Igualmente a Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985), Norman Matus, Carlos Meléndez (1926-2000) en Costa Rica, Francisco Mena Guerrero (1914-2004) en El Salvador, Salvador Murillo (1925-2000) en Santiago de Chile, Pablo Kraudy, José Santos Rivera (1922-1996), José Ángel Rodríguez (1889-1986), Luis A. Sacasa en Madrid, Salomón de la Selva Castrillo (1927-1986) en México, D. F., Edelberto Torres Espinosa (1985-1994) en San José, C. R. Y, desde luego, a Fernando Solís Borge, por su permanente y eficaz apoyo no sólo informativo.

2. Advertencia

Tal vez el principal valor de esta obra sea haber retomado la tradición identitaria, inaugurada por Simón Bolívar (1783-1830), en la que el guerrillero de Las Segovias inscribió sus acciones e ideas. En ese sentido, es innegable su aporte a la construcción discursiva de “la América nuestra”, como decía uno de sus paradigmas: Rubén Darío (1867-1916). O, mejor dicho, del “nosotros” latinoamericano, como lo planteó José Martí (1853-1895).

Pero no es posible comparar a Sandino con Bolívar y Martí. Resulta muy desproporcionado relacionar su actuación histórica con la magnitud de ambos próceres fundacionales. El proyecto de Bolívar —lo realizó en parte— fue la libertad política de la América española en el período de la generación finisecular del siglo XVIII (1780-1805) de la sociedad criolla hispanoamericana —madurada en un importante proceso de ilustración— y el proceso revolucionario de independencia, generado a principios del siglo XIX (1806-1830). Mientras el proyecto de Sandino se concentró en la expulsión de los marines estadounidenses que intervinieron por segunda vez, de 1926 a 1932, en Nicaragua, para mantener su pax americana. Además, el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional era irregular y nunca los gobiernos nicaragüenses —el de Adolfo Díaz (1926-29) y el de José María Moncada (1929-32)— declararon el estado de guerra en la región donde operaba. En consecuencia, la fuerza de Sandino estuvo lejos de ser reconocida como parte beligerante y no llegó a controlar ciudad alguna ni población importante.

Ni militar ni política ni intelectualmente puede elevarse a la altura del Libertador y del Apóstol. Bolívar es como la cordillera de los Andes que cruza, imponente, el Sur de América: en cambio Sandino —hablando en términos orográficos— no trasciende los 600 metros sobre el nivel del mar del volcán Masaya. Sin embargo, el muchacho de Niquinohomo (a los 32 años emprendió su heroísmo quijotesco) estuvo animado por la utopía bolivariana, es decir, por la conciencia que Bolívar había elaborado, marcando un hito y estableciendo las bases para el futuro. Así concibió una variante del Nacionalismo “de Patria Grande”: el nacionalismo antiimperialista, formulado en su primer escrito mayor: el “Plan de realización del Supremo Sueño de Bolívar” (1929).

Un original movimiento político le precedió: el Aprismo de Víctor Rául Haya de la Torre. Otro, el peronismo argentino, prosiguió su idea de unión latinoamericana: “El año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. En su referido “Plan…”, el nicaragüense insistió en la incorporación de Haití al proyecto de unidad continental antiimperialista, en tanto que Haya de la Torre fue “indoamericano”. Al respecto, el apólogo de Sandino La Historia de Rin y Rof, suscrito el 10 de marzo de 1929 y dedicado a Gabriela Mistral, está dirigido “a los niños de América Latina, Continental y Antillana”. Por algo su autor había leído y asimilado la obra del socialista español Luis Araquistain (1886-1959): La agonía antillana / El imperialismo yanqui en el mar Caribe (1928).

En cuanto a José Martí, sólo un funcionario español —Pedro A. Vives— podría haber trazado el siguiente paralelo, por lo demás significativo entre ambos protagonistas de América: “A diferencia de Martí, cuya trayectoria intelectual acaba sobreponiéndose incluso a su carácter de héroe cubano, Augusto César Sandino aportó a la simbología latinoamericana una energía básica, popular, campesina y obrera, nacida en el largo anonimato que caracterizó la mayor parte de su vida”. Y añade: “…poseedor de una capacidad racional e intuitiva poco común, Sandino interpretó y transmitió con lenguaje sencillo la índole última de la América Latina que le tocó vivir. Las tres primeras décadas de nuestro siglo fueron para Iberoamérica el tránsito decisivo hacia una nueva dimensión de su dependencia estructural, desde entonces fundamentalmente ligada a los designios estratégicos de Estados Unidos. Sandino entendió la nueva situación precisamente a partir de su andadura individual; lo mismo que Martí, aunque con menos bagaje intelectual e ideológico”.

No obstante, Vives olvida que Martí luchaba contra España —metrópolis de Cuba, dueña de su economía y rectora de su política y sociedad— para emanciparse del absolutismo colonial; proceso que Centroamérica había concluido en 1821, cincuenta y cuatro años antes de la inmolación de Martí en Dos Ríos.

Como se advierte, prescindo de esa ciega o fanática veneración por la figura aquí analizada en el contexto de la experiencia de su tiempo con un objetivo: aproximarme a ella compulsando su apasionada personalidad política. No en vano todavía suscita en su patria, a la que amó como nadie, opiniones encontradas. Pero estas páginas naturalmente, no comparten tales posiciones extremas. Ni las idealizaciones desmesuradas (“nuestro Páez, nuestro Morelos, nuestro Artigas” —según Gabriela Mistral), ni los caricaturescos reduccionismos. En el más reciente se afirma que el “Plan para la realización del Supremo Sueño de Bolívar” saborea “el clímax de lo ridículo” y sus ideas no son más que “una sarta de disparates”. Precisamente, su “Plan…” ha sido valorado como uno de los textos más representativos de la mismidad de Latinoamericana por ensayistas y filósofos de la talla del panameño Ricaurte Soler, del mexicano Leopoldo Zea y del argentino Alberto Buela. Incluso se ha difundido en revistas especializadas (en Alero, facsimilarmente, de Guatemala; Tareas de Panamá y Disenso de Buenos Aires) y seleccionado en antologías como Bolívar (1980) de la Organización de Estados Americanos y Pensadores Nacionales Iberoamericanos (1993) de la Biblioteca del Congreso de la República de Argentina.

También el mismo detractor se empeña en descalificar intelectualmente a Sandino por asimilar los principios teosóficos del trincadismo, doctrina creada en 1911 en Argentina por Joaquín Trincado, sin contextualizarla. Como lo ha estudiado el pensador chileno Eduardo Devés Valdés, la teosofía contribuyó a modelar, en algunos políticos e intelectuales de la época, un particular tipo de liderazgo mesiánico y a veces carismático; fueron los casos de Francisco I. Madero y de José Vasconcelos en el México revolucionario, el de Víctor Raúl Haya de la Torre en el Perú y el de Augusto C. Sandino en Nicaragua. De hecho, los tres últimos formaron parte de una hermandad teosófica que constituiría una red de pensamiento político latinoamericano. A ella pertenecieron también Alfredo L. Palacios en Argentina, Gabriela Mistral en Chile, Roberto Brenes Mesén y Joaquín García Monge en Costa Rica, quien aglutinaba a todos en su revista Repertorio Americano. La Escuela Magnético-Espiritual de la Comuna Universal de Trincado —según Devés— “fue gradualmente expandiendo sus filiales por otros países hasta alcanzar a México”. A una de ellas ingresó Sandino.

Por lo demás, Sandino: guerrillero de nuestra América, no es sino una antología de esos trabajos, organizados con cierta coherencia, no con la que hubiera querido. Opté, consecuentemente, por la brevedad compacta, no por la escasamente digerible profusión, de la que participan mis predecesores, comenzando con los dos mamotretos de Gregorio Selser: Sandino, General de Hombres Libres y El Pequeño Ejército Loco. En ambas obras Selser exalta con pericia la acción de resonancia continental, y a veces extracontinental, de Sandino. No por ello, con motivo de la aparición en un solo volumen del primer título, anoté en 2004 que la frase del francés Henry Barbusse aplicada a Sandino (General de los hombres libres) la utilizó por primera vez, sin el artículo los, el venezolano Diego Córdoba en la revista Eurindia (núm. 4, agosto, 1930) de México. Si éste resultó un acierto —sugerido a Selser por Alfredo A. Palacios— no puede afirmarse lo mismo de su segunda obra: El Pequeño Ejército Loco, ya que procedía de una frase de Gabriela Mistral: “el pequeño ejército loco de voluntad de sacrificio” (El Mercurio, Santiago de Chile, 4 de marzo, 1928). Evidentemente, estamos frente a una involuntaria adulteración: “loco”, es decir, deschavetado, anormal, tarado, no es lo mismo que “loco de voluntad de sacrificio”, esto es: estar dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, a dar la vida por una causa justa.

3. Contenido

Mas mi nuevo libro no contiene una interpretación sistemática —como era su propósito original, concebido en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, marzo de 1998—, sino que desarrolla los aspectos más relevantes del sujeto estudiado. De ahí que, precedida de unos Ensayos Preliminares (Visión de conjunto, marco histórico, metodología, principios éticos del discurso de Sandino, lecturas ideológicas en el contexto revolucionario, revaloraciones académicas, un patriota acentrado y dimensión mítica), consta de dos partes. La primera se titula: Acción y Proyección de un Forjador Latinoamericano del Siglo XX, y la segunda: Bosquejo Ideológico de un Enérgico Autodidacta. A continuación, enumero los capítulos con sus correspondientes contenidos temáticos. La primera parte se divide en nueve:

Antecedentes culturales e históricos: Poetas y rebeldes. Individualismo y alimentación. El Güegüense y nuestra identidad hegemónica. Frustración y consolidación republicanas. Rubén Darío.

El antiimperialismo armado en Las Segovias: Un breviario de idealidad. Geopolítica e historia. El pinol del patriotismo. El Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua. El bagaje de la guerra civil. La “picada” y la emboscada. La “gardenia” y la “Chula”. Abastecimiento, pipantes, apoyo popular “Juanas”, “palmazones”, muchachas voluntarias áreas de guerra. Experiencia militar de los marinos.

Primeros años y peregrinaje americano: El muchacho de Niquinohomo. El hijo de Zeledón o la clave de la situación nacional. Trotamundos por las tres Américas. El incidente con Dagoberto Rivas. Último periplo laboral en Honduras, Guatemala y México. Una carta a doña América, su madrastra.

La Columna segoviana en la Guerra Constitucionalista: Inicio de la Guerra en Bluefields. Sandino y su experiencia a la Costa a través del río Coco. La Columna segoviana de Sandino. El Pacto Stimson-Moncada. La entrevista en Boaco con Moncada.

La Batalla de Ocotal y el primer bombardeo, colectivo en picada, de la historia: Antecedentes. Versión de Sandino: “La ansias de libertad de mis hombres”. Trascendencia histórica. Nota retrospectiva de Luciano Cuadra Waters. Parte oficial del capitán (USMC) Hatfield. Testimonio de Arturo Mantilla, vecino de Ocotal.

Proyección latinoamericana y solidaridad moral e intelectual: Froylán Turcios: representante en el exterior y propagandista. Ruptura entre Sandino y Turcios. Figura legendaria para los latinoamericanos. “Mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo”. Repercusión mundial. La Sexta Conferencia Panamericana de La Habana. Alfredo L. Palacios y Gabriel Mistral. Otros testimonios de admiración y simpatía. Los Comités de Solidaridad. La Legión Latinoamericana.

El viaje a México y su fracaso: “Los muñecos están en los bazares”. La entrevista en Amapala a “Toribio Pérez”. Travesía hacia la frontera de México. En Veracruz: “Yo no vendo la sangre de mis hermanos”. La habilidad diplomática de Dwight Morrow. Pletórico recibimiento en Progreso. Múltiples actividades en Mérida, Yucatán. Portes Gil y Zepeda involucrados en cautiverio político de Sandino. Visita al Distrito Federal y las dos entrevistas desafortunadas con Portes Gil. Sandino en Bellas Artes y en una corrida de toros. Dos explosiones temperamentales. “Aún cuando los enemigos hayan querido crucificarnos en el madero de la calumnia”. “Crescensio Rendón” retorna a Las Segovias.

La resistencia cultural y sus manifestaciones: La actividad poética y musical. Mito, mística, moral indoblegables. Miguel Ortez, poeta de vanguardia. Fraternidad patriótica. Disciplina absoluta. La Escuela Magnético Espiritual. Sandino y su personalidad carismática, alerta inteligencia y vocación docente. Los sandinistas y su sabiduría campesina. La interpretación de la historia nacional y continental.

Firma de la paz: trampa para liquidar a Sandino y su base social: El “Protocolo de Paz” del EDSNN. Salvatierra y el “Grupo Patriótico”. Los ataques de la Guardia Nacional. Los “Convenios de Paz” o “concierto armonioso” del 2 de febrero de 1933. La entrevista de Adolfo Caldero Orozco. Declaraciones sobre el pueblo estadounidense. La carta de Moncada a Salvadora Debayle de Somoza. El intento pacificista del general Feland en diciembre de 1928. La inviabilidad del arreglo entre Moncada y Sandino. La profanación del Cementerio San Pedro el 5 de junio de 1929. La expulsión de opositores a Moncada el 5 de octubre de 1929. El fortalecimiento de la conciencia sandinista en Las Segovias. Factores condicionantes de la negociación. La entrega de las armas. La Guardia Nacional y el exterminio del EDSNN. “¡Jodido! ¡Mis líderes políticos me embrocaron!”

En cuanto a la segunda parte, comprende: Antiimperialismos. Indohispanismo. Latinoamericanismo. Bolivarismo. Centroamericanismo. Nacionalismo. Hacia la redención de los oprimidos. El sindicalismo mexicano y Felipe Carrillo Puerto. La filosofía austera racional de Joaquín Trincado. Voluntarismo espiritualista. Utopismo profético. Frente Único Antiimperialista. Gobierno Nacional. Reformismo agro-social.

Por fin, un colofón remata el libro: Sandino y sus últimos días, con dos apartados: Salvatierra, artífice de la paz y “La guardia era soberana”.

4. Fuentes consultadas

La más importante es AJEA/Sandino: Archivo de Jorge Eduardo Arellano, formada por donaciones pertenecientes a los fondos de Sofonías Salvatierra, Salomón de la Selva, Enrique Espinosa Sotomayor y Gustavo Argüello Cervantes, más fotocopias de documentos dispersos facilitados por muchos amigos coleccionistas. Además, comprenden casi doscientas entradas que registran, por orden alfabético, artículos y ensayos en publicaciones periódicas, compilaciones documentales, decretos oficiales, entrevistas impresas, libros y folletos de autores varios y personales, memorias y reseñas bibliográficas, noticias y reportajes de diarios, revistas especializadas y testimonios.

Por otro lado, entre un centenar de documentos rescatados en AJEA/Sandino, fueron seleccionados —siguiendo de nuevo el orden cronológico— diez de carácter inédito (excepto los dos últimos, publicados en revistas olvidadas). Todos son anotados por el investigador, quien sustenta sus afirmaciones —a lo largo de toda su obra— en notas al pie de página. Finalmente, en forma también selectiva, ofrece 25 ilustraciones poco divulgadas (entre fotografías y reproducciones facsimilares de documentos).

“Nunca antes se había realizado un estudio historiográfico de la obra y personalidad de Augusto C. Sandino, y además integral, como éste de Jorge Eduardo Arellano, quien analiza la actividad del héroe en perspectiva histórica, en el marco del pensamiento político-ideológico predominante de la época, recurriendo a numerosas fuentes primarias y secundarias”. Aldo Díaz Lacayo.

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