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Rubén Darío: más ecológico

El analista en literatura descubre rasgos ecológicos en el pensamiento del poeta nicaragüense y lo argumenta en algunos de sus textos inspirados en la naturaleza y en sus vivencias Debido a la enorme amplitud de temas y preocupaciones en su obra, Rubén Darío suele ser caracterizado como un profeta de numerosos movimientos literarios y corrientes […]

  • El analista en literatura descubre rasgos ecológicos en el pensamiento del poeta nicaragüense y lo argumenta en algunos de sus textos inspirados en la naturaleza y en sus vivencias

Debido a la enorme amplitud de temas y preocupaciones en su obra, Rubén Darío suele ser caracterizado como un profeta de numerosos movimientos literarios y corrientes sociopolíticas posteriores a su vida. A veces es un afán demasiado forzado querer apropiarse del genio del poeta por fines tan variados. Como nunca era suficiente analizar su relación con los recesos oscuros del pasado, se ha buscado atisbar el futuro por medio de la figura brillante de Darío. Sin embargo, la forma de ser y estar en el mundo del poeta nicaragüense por medio de su poesía, sí podría servir para iluminar las crisis ecológicas que nos impiden legar un porvenir a nuestros hijos. Uno de los estudiosos más destacados del relativamente nuevo campo de la ecocrítica, Lawrence Buell, habla de lo que él llama el discurso tóxico definido como la angustia expresada que nace de las amenazas ecológicas que son el resultado de modificaciones químicas producidas por las acciones humanas (Buell 2001, 31). Contra la contaminación contemporánea y la percepción adolorida de las tragedias actuales que se extienden hacia el mañana, habría que buscar en poemas como Allá Lejos, La Canción de los Pinos, Coloquio de los Centauros, Tutecotzimí, Reencarnaciones, Augurios, Pájaros de las Islas y Nocturno (“Los que auscultasteis el corazón de la noche…”) las ideas que permiten entender de una manera cabal, la importancia del medio ambiente que nos sostiene a todos. La ecocrítica abarca la relación entre la literatura y el medio ambiente físico no en términos figurativos sino de la manera más literal posible, lo cual es un desafío formidable al considerar poemas cuya base científica corresponde al pensamiento pre-ecológico hace un siglo.

Sin embargo, hay en Darío indicios de corrientes ecocríticas muy actuales, sobre todo, si se mantiene la mente abierta a la relación entre lo físico y lo metafísico. Por cierto, el ambiente caracterizado por cualquier forma de expresión artística se asemeja hasta cierto punto a una zona biótica con toda la complejidad de microsistemas ecológicos coexistiendo en el movimiento dinámico y armonioso que menciona el mismo Rubén al hablar de Miss Isadora Duncan en su libro Opiniones (1906): “Para Miss Duncan no es precisa la música, o la música en el sentido helénico, está en ella misma, la música silenciosa de sus gestos. La danza, según su teoría, se ritma por la música pitagórica, y el ritmo de las esferas, el ritmo de todo lo existente, se resume en su propio rítmico movimiento, al impulso musical de su espíritu” (Darío, 1990, 265). El resultado de esta perfección, según Rubén, es el ensueño, un estado de trance en la persona capaz de apreciar la asombrosa belleza de un mundo ahora amenazado. Si el lector actual logra recrear a través de la poesía dariana este asombro ante las complejas relaciones armoniosas de la naturaleza, el efecto es doble: se resucita Darío como sub-especie clave de Homo Sapiens (iluminando un camino contra la extinción) y se genera una nueva identidad ecológica que posibilita una vida prolongada de las demás especies.

En su imprescindible estudio The Future of Environmental Criticism: Environmental Crisis and Literary Imagination, Lawrence Buell distingue entre espacio y lugar como conceptos geográficos en el pensamiento ecocrítico. El espacio, según Buell, es una abstracción en términos geométricos y topográficos, mientras un lugar es un centro de valores creados, sentidos y compartidos con que la gente puede identificarse, aliarse y enraizarse (Buell, 2005, 63). Un lugar, continúa Buell, debe considerarse no un sustantivo sino un verbo por ser algo dinámico y cambiante. Nuestros lazos con los lugares poseen también una dimensión temporal porque reflejan las experiencias acumuladas a lo largo de una vida entera. Para comprender nuestros propios pasados hay que entender la narrativa de nuestras vidas que solemos construir a base de nuestras actividades personales en el contexto de lugares específicos y sus correspondientes personas y objetos (Buell, 2005, 73). Este fenómeno se manifiesta claramente en el poema Allá Lejos, en que Darío destaca su país natal como un memory-place, un depositario de sus recuerdos:

Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de armonía
del trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.
Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada;
y tú, paloma arrulladora y montañera,
significas en mi primavera pasada
todo lo que hay en la divina Primavera.
(Darío, 1961, 778)

En este poema, las coordenadas espaciotemporales consisten en un conjunto que resume lo esencial de la vida del poeta: buey, sol, hacienda, paloma, bosques, hachas, pájaros, toros y vaca. El poeta dirige la palabra expresamente al espíritu vivo de todos estos elementos naturales. Los saluda para que Nicaragua se convierta en un icono ecocultural digno de ser cuidado. Esta potencia del pasado no sólo constituye la vitalidad presente del poeta sino también su futura salvación en “la divina Primavera”.

El profundo afecto que siente el poeta por este lugar, o sea, en las palabras de Yi-Fu Tuan, la topofilia que caracteriza el terreno del poema, forma una nueva cartografía que define la experiencia de la existencia humana repleta de recuerdos y sueños (Tuan, 93). Es un mapa iluminado por un “nicaragüense sol de encendidos oros”, sí, pero describe un paisaje invisible que, para Kent C. Ryden, “destaca la interpretación subjetiva por encima de la realidad geográfica objetiva” (Ryden, 30). El paisaje de Allá Lejos concretiza el pasado por medio de una serie de entes con la capacidad de escuchar las palabras del poeta y estos elementos a su vez funcionan como catalizadores de la memoria personal de Rubén. Al mismo tiempo, el paisaje recreado e ideal del pasado se transforma en la hermosa perfección de un canto que florecerá y perdurará mucho más allá de la vida del poeta.

Las cualidades de un texto ecológico, según las define Lawrence Buell, implican una orientación ética de parte de los seres humanos en cuanto al medio ambiente que rechaza cualquier antropocentrismo y reconoce la historia humana como simplemente una parte de la historia natural (Buell, 1995, 7). Hemos visto cómo Darío dirige la palabra directamente a los elementos naturales que aparecen en Allá Lejos para comunicarse con la naturaleza como si el poeta fuera un intermediario con poderes de chamán. Se aprecia también en el poema La Canción de los Pinos, sobre todo, en la primera estrofa:

¡Oh pinos, oh hermanos en tierra y ambiente,
yo os amo! Sois dulces, sois buenos, sois graves.
Diríase un árbol que piensa y que siente,
Mimado de auroras, poetas y aves!
(Darío 1961, 836)

El apóstrofe como técnica literaria, tan característica de los poetas románticos ingleses (como insiste Rubén en este poema, Somos Románticos), le permite al poeta establecer un enlace íntimo con el mundo natural a través de la oralidad. Al personificar a los pinos, además, reconoce su valor como una parte del mundo más que humano y considera que son dignos de ser conservados bajo el cuidado cariñoso de las madrugadas que los saludan con la primera luz del día, los orfebres de la palabra que saben elaborar sus elogios elegantes y las aves que buscan refugio y alimento en sus ramas. Sobre todo, hay que señalar la paridad entre las especies en el poema. El poeta habla con los pinos como hermanos.

¿Pero contestan los árboles? Piensan y sienten, según Rubén, pero son mudos en el poema salvo cuando “los brazos eolios se mueven al paso/del aire violento que forma al pasar/ruidos de pluma, ruidos de raso,/ruidos de agua”. Sin embargo, en el célebre fragmento de Coloquio de los Centauros, cuando habla Quirón, Darío destaca la importancia del poeta como un ser privilegiado, un sacerdote que sabe escuchar estos lenguajes no humanos que emanan del mundo natural:

¡Himnos! Las cosas tienen un ser vital; las cosas
tienen raros aspectos, miradas misteriosas;
toda forma es un gesto, una cifra, un enigma;
en cada átomo existe un incógnito estigma;
cada hoja de cada árbol canta un propio cantar
y hay un alma en cada una de las gotas del mar;
el vate, el sacerdote, suele oír el acento
desconocido; a veces enuncia el vago viento
un misterio; y revela una inicial la espuma
o la flor; y se escuchan palabras de la bruma…
(Darío, 1961, 643)

El mundo, tal como lo percibe el centauro metafísico Quirón, tiene mucho que ver con los conceptos platónicos que aparecen en el poema Correspondances, de Charles Baudelaire, en que un bosque de símbolos observa a un hombre con miradas familiares y hay palabras confusas que se escuchan en la naturaleza caracterizada como un templo. Pero en el poema de Darío los elementos naturales describen un paisaje más ligado a las creencias animistas de, por ejemplo, las culturas indígenas del continente americano para las cuales la naturaleza es inteligible y habla. Cada elemento expresivo (y no sólo, por supuesto, los seres humanos) tiene su forma distinta de cantar el mundo. Como afirma David Abram, “Al final, entonces, no es el cuerpo humano únicamente sino el mundo sensual entero que propicia la estructura profunda del lenguaje” (Abram, 85). En este sentido, no sería del todo equivocado afirmar que el lenguaje de estos mismos poemas ecocéntricos de Darío depende, en gran parte, de una conciencia de los vínculos afectivos particulares entre el poeta y el mundo que habita.

Donde surgen con mayor fuerza las preocupaciones de Darío en relación con las antiguas culturas indígenas mesoamericanas es precisamente en el poema Tutecotzimí, en que el poeta se convierte en arqueólogo, buscando desenterrar y descifrar los enigmas de una civilización desaparecida pero aún poderosa:

Al cavar en el suelo de la ciudad antigua,
la metálica punta de la piqueta choca
con una joya de oro, una labrada roca,
una flecha, un fetiche, un dios de forma ambigua,
o los muros enormes de un templo. Mi piqueta
trabaja en el terreno de la América ignota.

¡Suene armoniosa mi piqueta de poeta!
¡Y descubra oro y ópalos y rica piedra fina,
templo, o estatua rota!
Y el misterio jeroglífico adivina la Musa.

De la temporal bruma surge la vida extraña
de pueblo abolidos; la leyenda confusa
se ilumina; revela secretos la montaña
en que se alza la ruina.
(Darío, 1961, 811-812)

Lo que Darío pretende hacer es tornar visible un paisaje que sus contemporáneos no son capaces de percibir ni menos de apreciar. Se trata, al fondo, de un lenguaje secreto, hermoso y anulado que Darío quiere resucitar e incorporar en su poesía a un nivel morfológico y sintáctico. Su nueva Musa entenderá los misterios jeroglíficos de las estelas antiguas y reconocerá que todo tiene un espíritu capaz de facilitar una futura reciprocidad arcaica entre los seres humanos y el medio ambiente físico.

En el mismo año 1890 que Darío escribió Tutecotzimí, el poeta también compuso Reencarnaciones, un poema que describe una relación mutua con la naturaleza por medio de una serie de transformaciones chamánicas que afirman la convergencia profunda y total que puede existir entre lo humano y lo más que humano:

Yo fui coral primero,
después hermosa piedra,
después fui de los bosques verde y colgante hiedra;
después yo fui manzana,
lirio de campiña,
labio de niña,
una alondra cantando en la mañana;
y ahora soy un alma
que canta como canta una palma
de luz de Dios al viento.
(Darío, 1961, 1051)

La reencarnación implica un renacimiento en el Otro para pertenecer a un Todo. Augurios y Pájaros de las Islas, en cambio, hablan de cómo se puede pedirle al Otro no humano lo que se necesita para desarrollar mejor la existencia que nos ha tocado vivir ahora. Ambos poemas nos remiten a considerar de nuevo el apóstrofe como recurso literario (algo que se mencionó anteriormente en relación con La Canción de los Pinos) y también a señalar otra idea clave del pensamiento ecocrítico en relación con la poesía dariana, la biofilia. Stephen R. Kellert y Edward O. Wilson la definen de la siguiente manera: “La hipótesis de la biofilia sostiene que hay una dependencia humana en la naturaleza que se extiende mucho más allá de [… ] la subsistencia material y física para abarcar también la necesidad de los seres humanos de poder realizarse en términos estéticos, intelectuales, cognitivos, e incluso espirituales” (Kellert y Wilson, 20). Sería un error insistir en la novedad de este concepto dado su semejanza al pensamiento mítico transcultural, una presencia que se manifiesta también, por ejemplo, en el Popol Vuh. ¿Cómo iban a tener éxito los gemelos heroicos en su lucha contra los señores de Xibalba sin el apoyo del mundo más que humano?

En Augurios, Darío hace un compendio de criaturas que vuelan en una especie de antología aérea, destacando biofílicamente los atributos del águila, del búho, de la paloma, del gerifalte y del ruiseñor:

¡Oh águila!
Dame la fortaleza
de sentirme en el lodo humano
con alas y fuerza
para resistir los embates
de las tempestades perversas,
y de arriba las cóleras
y de abajo las roedoras miserias […]

¡Oh buho!
Dame tu silencio perenne,
y tus ojos profundos en la noche
y tu tranquilidad ante la muerte.
Dame tu nocturno imperio
y tu sabiduría celeste,
y tu cabeza cual la de Jano,
que siendo una, mira a Oriente y Occidente […]

¡Oh paloma!
Dame tu profundo encanto
de saber arrullar, y tu lascivia
en campo tornasol; y en campo
de luz tu prodigioso
ardor en el divino acto [… ]

¡Oh gerifalte!
Dame tus uñas largas
y tus ágiles alas cortadoras de viento,
y tus ágiles patas,
y tus uñas que bien se hunden
en las carnes de la caza.
Por mi cetrería
irás en gira fantástica,
y me traerás piezas famosas
y raras,
palpitantes ideas,
sangrientas almas.

Pasa el ruiseñor.
¡Ah divino doctor!
No me des nada. Tengo tu veneno,
tu puesta de sol
y tu noche de luna y tu lira,
y tu lírico amor.
(Sin embargo, en secreto,
tu amigo soy,
pues más de una vez me has brindado,
en la copa de mi dolor,
con el elíxir de la luna
celestes gotas de Dios…)
(Darío 1961, 762-763)

Es como si el poeta se hubiera transformado en Tutecotzimí, o mejor todavía, en el poeta-filósofo-rey Netzahualcoyotl, colocándose ritualmente distintas máscaras de las criaturas con las que anhela establecer un contacto íntimo por medio de sus invocaciones sagradas. Del mundo más que humano pide para él mismo y, a través de él como intermediario servidor, para su pueblo, la fuerza y la sabiduría y la tranquilidad y la potencia sexual para vivir mejor. El poeta en Augurios se encuentra en plena búsqueda del significado de la vida. Urge desarrollar un conocimiento más allá de la capacidad humana para asir y conocer de cerca las “raras, palpitantes ideas” que podrían satisfacer sus inquietudes. Pero se corre el riesgo de que el proceso quede trunco. Al final del poema, las otras criaturas voladoras (murciélago, mosca, moscardón y abeja) son augurios que anuncian la muerte.

En Pájaros de las Islas existe una voluntad semejante de querer entablar un diálogo directo (“¡Oh pájaros marinos!”) con algo capaz de proporcionarle al poeta las respuestas que son precisas para poder realizarse en términos espirituales:

Pájaros de las islas, en vuestra concurrencia
hay una voluntad,
hay un arte secreto y una divina ciencia,
gracia de eternidad.
(Darío 1961, 1137)

Los pájaros en el poema son viajeros-buscadores ya míticos, navegando las brisas como Ulises y Jasón. Son el objeto permanente de la meditación del poeta, un enigma eterno digno de contemplarse. Su significado hermético es “lo mismo que la roca, el huracán, la gema,/el iris y la voz” (p. 1137) porque en el Todo de la naturaleza hay otras fuentes que ofrecen revelaciones en cuanto a las incógnitas existenciales. Tal como sucede en Augurios, el hablante lírico dirige la palabra a estos pájaros y se identifica con ellos hasta el punto de querer serlos él mismo como una manera de conseguir lo que más desea:

Y con las alas puras de mi deseo abiertas
hacia la inmensidad,
imito vuestros giros en busca de las puertas
de la única Verdad.
(Darío, 1961, 1137)

El movimiento hacia la verdad y las múltiples preguntas que surgen en el viaje producen la angustia que se convierte en una respuesta ontológica provisional. En el Nocturno, de Darío, que comienza “Los que auscultasteis el corazón de la noche…”, el dolor de existir en una noche que se traga la vida ilusoria, incierta y soñada del poeta genera a la vez un vínculo totalizador con el planeta entero en los famosos versos:

“Y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.”
(Darío, 1961, 770)

Los atisbos darianos del pensamiento ecocrítico en otros poemas que hemos visto consisten en su esfuerzo de demostrar lazos afectivos con un lugar, de revelar un paisaje invisible por medio del animismo, y de realizarse como un ser humano más completo a través de otras especies. Sin embargo, son la tristeza y la amargura que predominan en este Nocturno a pesar de la gran convergencia que presenta. El poeta que vivió de 1867 a 1916, experimentó los horrores de la revolución industrial europea y percibió la inminente mecanización de la muerte en la Primera Guerra Mundial; se preocupaba más de la amenaza de la muerte personal que del destino del planeta cuyo corazón comparte. A diferencia de los textos ecológicos contemporáneos con su enfoque bio-regional o transnacional que postula la necesidad de una relación recíproca mutuamente benéfica entre el ser humano y el medio ambiente físico, Nocturno (tal como sucede en La Tierra Baldía (1922) de T. S. Eliot) carga con el tremendo peso de la conciencia individual incapaz de imaginarse renovada en el ciclo mayor del mundo natural. Y, lamentablemente, no ha habido tantos cambios fundamentales en los últimos cien años porque, como especie, nosotros los seres humanos aún no hemos podido superar nuestro egocentrismo multiplicado a favor de un ecocentrismo más igualitario y unitario.

Catedrático de St. Lawrence University

La Prensa Literaria

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