Todos los pueblos del mundo merecen vivir en libertad y gobernarse en democracia. Sin embargo hay alguna personas, inclusive científicos sociales, que creen y predican que algunos pueblos no pueden ser libres porque por sus tradiciones culturales, creencias religiosas y experiencias políticas les gusta vivir bajo el autoritarismo y la dictadura. Y por lo tanto nunca van a conocer la libertad.
Pero si la libertad es la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”; si la libertad es la “condición de quien no es esclavo”; el “estado de quien no está preso”; la “facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres” y la “facultad de comprar y vender sin estorbo alguno”; si la libertad es la “facultad de profesar cualquier religión sin ser inquietado por la autoridad pública”; el “derecho de practicar públicamente los actos de la religión que cada uno profesa”; la “facultad de imprimir cuanto se quiera, sin previa censura, (aunque) con sujeción a leyes”; el “derecho de manifestar, defender y propagar las opiniones propias”, que son las principales definiciones de libertad en el Diccionario de la Lengua Española, entonces es lógico que cualquier persona y nación merezca vivir en libertad.
En realidad, es por la misma naturaleza y dignidad humana que todas las personas y pueblos tienen derecho a la libertad. Sólo que algunos pueblos tienen más méritos que otros para ser libres. Son aquéllos que luchan con denuedo por conquistar la libertad, los que resisten heroicamente la opresión y sólo se someten de manera temporal a sus opresores cuando éstos son extremadamente poderosos y porque los reprimen de manera cruel, brutal y sanguinaria.
En la actualidad, el pueblo de Irán, la antigua y lejana Persia, está demostrando que tiene más derecho que cualquiera otra nación de la Tierra, a liberarse de la dictadura y vivir en libertad. El pueblo iraní no ha dejado de luchar contra el régimen despótico del ayatolá Alí Jamenei y de su sicario Mahmoud Ahmadinejad —quien no en balde es gran amigo y aliado de Daniel Ortega—, desde que se cometió el fraude electoral del 12 de junio del año pasado, arrebatándole el triunfo al candidato presidencial de la oposición, Mir-Hossein Musaví.
Es realmente conmovedora y ejemplar la actitud del pueblo de Irán, el cual, desarmado y a pecho descubierto, no cede en su lucha por la libertad, a pesar de la sangrienta represión callejera, de que muchos opositores han sido encarcelados, condenados a muerte y asesinados, y de que hay en el país una censura de prensa férrea y absoluta.
En cierto modo, los pueblos iraní y nicaragüense tienen un destino paralelo. Ambos derrocaron al mismo tiempo, en julio de 1979, a sus respectivas dictaduras: en Irán a la del sha Mohammad Reza Pahlavi y en Nicaragua la del general Anastasio Somoza Debayle. Los dos pueblos fueron sometidos después por nuevas dictaduras que en muchos aspectos resultaron peores que las anteriores. El pueblo de Irán fue sojuzgado por la tiranía absolutista y medieval de los ayatolás fundamentalistas, que se prolonga hasta ahora. Y el pueblo de Nicaragua fue sometido por la dictadura de los comandantes del Frente Sandinista, a la que derrotó electoralmente en 1990, pero se está restaurando desde que Daniel Ortega recuperó el poder presidencial, en enero de 2007.
Según algunos analistas internacionales, la rebelión popular que está teniendo lugar en Irán, a pesar de su gran fuerza masiva y heroísmo, sólo podría triunfar en el caso de que los militares dejaran de servir como instrumentos represivos del régimen criminal, que se pusieran al lado del pueblo y voltearan sus armas hacia los opresores.
En realidad, de algún modo y más temprano que tarde, la lucha por la libertad y la democracia en Irán se tiene que resolver a favor del pueblo que quiere ser libre. Es imposible que un pueblo que tanto ha luchado por la libertad, en condiciones tan duras que aquí ni siquiera es posible imaginar, sea sometido para siempre por sus opresores y que esté condenado a vivir eternamente sojuzgado. Confiamos en que el desenlace de los acontecimientos nos dará la razón.
Ver en la versión impresa las páginas: 10 A