El editorial del 30 de marzo de 2010 de LA PRENSA se intitula “La Iglesia Perseguida”. Se refiere al reciente escándalo que se ha producido al revelarse nuevos casos de pederastia cometida por sacerdotes católicos en varios países. Las ideas fundamentales del editorial son las siguientes:
1. Benedicto XVI es atacado por su firmeza en asuntos doctrinarios.
2. Los abusos sexuales de sacerdotes contra niños son reales y no un invento de los medios.
3. Los abusadores deben ser castigados pero el delito debe dimensionarse correctamente para no afectar a la mayoría de los sacerdotes, que es inocente.
4. Benedicto XVI ha sido el más enérgico denunciante de tales abusos.
5. Juan Pablo II trató con cautela el caso del sacerdote pederasta Marcial Maciel, líder de los Legionarios de Cristo, porque su experiencia en su natal Polonia le indicaba que con frecuencia tales acusaciones son falsas y tienen como único propósito desacreditar a la Iglesia.
6. No obstante lo anterior, Benedicto XVI, “apenas inició su papado” suspendió a Maciel “a divinis” (o sea que le suspendió sus funciones sacerdotales) y lo llamó “a encerrarse en clausura y a dedicar el tiempo que le restaba a la oración y a la penitencia”.
Me parece que el meollo de este asunto no son los delitos de los sacerdotes pederastas sino la reacción de la institución (Iglesia católica) ante éstos y la opinión de los fieles católicos ante semejante situación. La frecuencia de aparición de la pederastia en el clero es mayor que en la población general, pero no de una manera muy significativa; no es esto lo relevante del asunto. Lo importante es que normalmente la jerarquía de la Iglesia católica no ha denunciado a los hechores ante la justicia sino que los ha escondido, protegido o, en el mejor de los casos, “atendido” dentro de la misma institución. En muchos casos la Iglesia no ha sido beligerante para proteger del abuso a futuras víctimas potenciales de los pedófilos; inclusive hasta ha propiciado la continuidad del problema al mudar a los abusadores a otras parroquias.
Me pregunto cómo es posible que Benedicto XVI haya actuado “contra” Maciel “apenas inició su papado”. ¿Acaso Juan Pablo II no disponía de la misma información que Ratzinger? ¿Qué fue lo que cambió justo al ascender Ratzinger al papado? Los abusos de Maciel ocurrieron durante décadas y fueron muchísimos.
Hace algunos años vi un documental en la televisión en el que tres ciudadanos mexicanos de una edad aproximada a los sesenta años denunciaban que habían sido abusados por Maciel en su niñez y que habían intentado obtener una reunión con Juan Pablo II para denunciarlo. Afirmaban estos señores que no lo habían logrado porque el entonces cardenal Ratzinger les había bloqueado el acceso al Papa. Ignoro si esto será cierto pero reconozco que me impresionó el documental porque los denunciantes, a pesar de tener la edad que tenían y de que los hechos habían ocurrido hacía mucho tiempo, hacían la denuncia ante las cámaras con los ojos llorosos.
Por otra parte lo afirmado en el editorial de LA PRENSA y mencionado arriba en el punto número seis me parece en verdad insólita. Creo que Maciel debió haber sido denunciado ante las autoridades civiles e ir a juicio pese a la avanzada edad que tenía cuando “por fin” la Iglesia hizo algo al respecto de su pedofilia. Resulta chocante que no haya sido así sino que Maciel haya sido sólo suspendido “a divinis” y enviado a clausura a orar. Imagínese usted que un jugador de futbol pedófilo fuera denunciado ante el entrenador del equipo o ante su junta directiva y que el asunto fuera resuelto internamente, en vez de acudir a la justicia civil del país ¿no sería eso indignante? O imagínese que un profesor universitario pedófilo fuera denunciado ante las autoridades universitarias únicamente y que fueran éstas las que “atendieran” el asunto, tal vez suspendiéndolo como profesor o, peor aún, enviándolo a otro campus universitario, ¿le gustaría?
Insisto: el problema ha sido la reacción que la Iglesia católica ha tenido ante los abusos. Ése es el meollo del asunto; no hay que distraerse con sus aspectos secundarios.
En cuanto a la opinión de los fieles católicos ante esta situación me viene a la memoria una anécdota. Cuando yo tenía unos 12 años de edad el sacerdote de la parroquia en la que yo vivía invitó al cine a uno de mis amigos del barrio y una vez en la oscuridad lo tocó lujuriosamente.
Mi amigo abandonó la sala de cine y le contó el caso a su mamá. Sorprendentemente, la mamá de mi amigo no hizo nada al respecto. Su opinión fue que el caso era delicado y que era mejor tratarlo con discreción. Es decir, no hacer nada. Recientemente le pregunté a una persona católica muy cercana a mí que qué habría hecho ella en un caso similar. La respuesta fue que habría denunciado al sacerdote ante el obispo correspondiente. Me quedé atónito ante la respuesta.
Las anécdotas anteriores muestran claramente que la Iglesia católica no es como la mayoría de las instituciones. Los católicos perciben su Iglesia como algo santo y visualizan a sus autoridades como personajes que tienen una especie de “fe pública” y una cierta autoridad moral que los faculta para tomar la justicia en sus propias manos o para simplemente no hacer justicia.
No creo que el caso que nos ocupa sea el de una Iglesia perseguida. Más bien se trata de un caso de una acusación concreta por el comportamiento inadecuado de la institución durante un largo período, con consecuencias muy dolorosas para muchas personas.
Se trata de denunciar un privilegio de una institución particular que no debe tener ninguno ante la justicia. En cuanto a Benedicto XVI en particular, ignoro si es culpable o inocente, pero creo que debe ser sometido a escrutinio como cualquier persona si hay suficientes presunciones de culpabilidad. No me parece correcto ignorar, por ejemplo, a los tres llorosos mejicanos de sesenta años de edad. Habría que investigar el asunto a fondo para limpiar el nombre del Papa o para hacer justicia, según lo que se descubra en las investigaciones. [email protected]
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