Como expliqué en mis artículos anteriores sobre este tema, tuve que superar muchísimos temores y sentimientos contrapuestos para atreverme a hacer una denuncia ante las autoridades, y luego pública, esperando que se haga justicia y comenzar el proceso de sanación.
Ya el proceso de la denuncia en sí es bastante traumático, pues hay que relatar con lujo de detalles, una y otra vez, los múltiples hechos de violencia ocurridos. Con esto, aunque se revive el dolor, también se van abriendo más los ojos al reconocer que uno ha vivido repetidamente los típicos ciclos de la violencia conyugal: 1. Acumulación de tensión, 2. Episodio agudo de violencia y 3. Etapa de calma y/o Luna de miel.
Denuncié el último hecho de violencia, el que derramó el vaso, en la Comisaría de la Mujer y la Niñez de la Policía Nacional en mi Distrito, describiendo los hechos ante la oficial que recepciona la acusación, la trabajadora social, la perito y la psicóloga de la misma institución, quienes sospecharon que no fue un hecho aislado, sino parte de un prolongado y sistemático abuso emocional y psicológico, que constituye delito en nuestro país.
Ellas investigan, confirman la veracidad de los hechos, te brindan protección, solicitan medidas de restricción contra el agresor (que a pesar de ser “urgentes”, el juez tarda varios días en otorgarlas) y te remiten al Instituto de Medicina Legal para determinar, científicamente, si la violencia ha dejado lesiones, su severidad y la permanencia de las mismas.
Luego de someterme a diferentes pruebas y entrevistas, los médicos forenses emitieron su dictamen, que fue adjuntado a las investigaciones policiales. En mi caso determinaron que la exposición a una sistemática y prolongada violencia en mi matrimonio me produjo LESIONES GRAVES, algunas tal vez irreversibles.
El expediente fue remitido a la Fiscal del Distrito, quien, tras examinar las evidencias recabadas por la Policía, determinó los delitos cometidos por el agresor, preparó e introdujo la acusación penal en los juzgados por “Violencia Intrafamiliar con Lesiones Graves” y pasó el expediente a la sede central del Ministerio Público, en donde, por las características tan peculiares de este delito, se ha creado la Unidad de Género de esta institución que asume la defensa de mis derechos, como víctima, y da seguimiento a la acusación.
Aparte de mi familia, amigas y mi abogado, en este momento también solicité, y he recibido, el valioso acompañamiento de organizaciones civiles de defensa de los derechos humanos y de la mujer.
En los juzgados la acusación fue remitida a un Juez de Audiencia, quien, a pesar que se supone que debe obligar al acusado a presentarse, ha programado y cancelado cuatro veces la audiencia, admitiendo todas sus excusas y leguleyadas para no asistir a responder por los cargos en su contra.
La preparación emocional para enfrentar este doloroso proceso público no ha sido fácil, y cada vez que se cancela una comparecencia me invade nuevamente el sentimiento de impotencia que sentía cada vez que recibía el maltrato en mi hogar. Retumban en mi cabeza las palabras que con frecuencia me decía: “¡A mí nadie me gana! ¡Cuento con todas las influencias y el poder para manejar los juzgados y los medios de comunicación! ¡Te estás metiendo en las patas de los caballos!”, etc.
También se ha dejado plantada a la Fiscal, su equipo y a toda mi red de apoyo, quienes, por la Gracia de Dios, están en la disposición de acompañarme cuantas veces sea necesario.
Cuando esto sucede, hay, lo que los expertos llaman “la revictimización”, y los daños se profundizan en la víctima, que no obtiene justicia. ¿Por qué todas las consideraciones son para el agresor y ninguna para la agredida?
¡Lo único que falta es que cuando al fin se realice la audiencia el juez continúe siendo condescendiente con el agresor y encuentre alguna excusa para no aceptar la acusación!, obligándonos a redactar de nuevo la acusación con más dolorosos detalles de lo sucedido.
Como podrán ver, con lo engorroso y doloroso de este proceso, la lentitud del sistema judicial, y la condescendencia que la sociedad en su conjunto trata a los agresores, ¿todavía nos preguntamos por qué es tan generalizado este delito y por qué tan pocas víctimas nos atrevemos a denunciarlo?
Tal vez están apostando al desgaste, pero no sucederá, pues continúo con fe absoluta en que Dios está conmigo y que tarde o temprano la justicia llegará.
Tengo la firme convicción en lo que todos los estudios dicen: El freno de la violencia y la sanación de las víctimas, necesariamente pasan por romper las cadenas del silencio y lograr que la sociedad y la justicia hagan responsable de sus viles actos a los agresores, por lo que yo, ¡no claudicaré!
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