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Enamorado de las tablas

Es un día soleado pero fresco, la luz entra en la casa de Salvador Espinoza iluminándolo todo. Adornos y muebles se exhiben en esa casa, como si fuese un museo. Armarios, mesas, vasijas y otros adornos hacen un escenario perfecto para entrevistar a este actor, objetos que guarda con mucho cariño porque son las cosas que una vez pertenecieron a sus abuelos. Además porque le recuerdan sus orígenes. Algunos de esos objetos fueron hechos en Somoto, ciudad donde nació.

Es un día soleado pero fresco, la luz entra en la casa de Salvador Espinoza iluminándolo todo. Adornos y muebles se exhiben en esa casa, como si fuese un museo. Armarios, mesas, vasijas y otros adornos hacen un escenario perfecto para entrevistar a este actor, objetos que guarda con mucho cariño porque son las cosas que una vez pertenecieron a sus abuelos. Además porque le recuerdan sus orígenes. Algunos de esos objetos fueron hechos en Somoto, ciudad donde nació.

Salvador Espinoza cuenta que desde que entró por primera vez a la Sala Mayor del Teatro en 1976 decidió ser actor. Fue amor a primera vista.

Espinoza es una actor apasionado con todo lo que realiza, sobre todo si se trata de organizar teatro y promover la cultura.

Considera que los papeles más dramáticos y perversos que ha realizado ha sido en la televisión.

En los noventa perteneció al elenco de Tita Ternura , donde mostraba los avatares de un padre soltero.

Tiempo después, ese papel lo representó en la vida real, cuando le tocó criar un par de años a sus dos hijos mayores, Salvador y Norma Iris. Hecho que califica como traumático pero a la vez enriquecedor para sus hijos y para él. También tiene la custodia compartida de su hija menor, Camila.

Además fue partícipe de la serie televisiva más importante de Nicaragua, Sexto Sentido , donde representaba a un maestro que acosaba a una estudiante.

“A veces la gente en la calle me reclamaba el porqué era acosador, me tocaba explicarles que era pura actuación, pero igual me hacían mala cara”, cuenta como anécdota.

Realizó el papel de un papá ingrato en el cortometraje El Ladroncito.

Y una de sus últimas presentaciones en televisión fue en la película La Yuma, interpretando al padrastro vividor de la Yuma.

Tanto sus participaciones en televisión como en el teatro lo hacen sentirse feliz, lleno de satisfacción y orgullo.

Salvador Espinoza es elocuente, simpático, alegre, carismático y emprendedor.

¿Desde cuándo decidió ser actor de teatro?

Estaba iniciando la secundaria en la escuela que hoy se llama Manuel Olivares, cuando mi profesora, que también era actriz de la Comedia Nacional, nos llevó al Teatro a ver la obra La Tercera Palabra. Es la única vez que he estado en el tercer balcón (ríe). Y me encantó, ahí empezó mi fascinación por el teatro.

¿Y cuál fue la primera obra en la que actuó?

Tenía 15 años, cuando Aníbal Almanza me llevó a ver un ensayo de la Comedia Nacional, en el tercer piso del Teatro, donde es la Escuela Nacional de Teatro, entonces Socorro Bonilla me puso en la obra Jardín para ser feliz como utilero.

¿Cómo fue la experiencia?

Formidable. Es algo mágico. Esa vez que actué y todas las demás me llenan de regocijo y satisfacción. Me parece interesante el hecho de que alguien puede representar a otra persona de otra época.

¿Y luego qué pasó, estudió teatro?

Bueno, desde que entré nunca me salí del teatro. Socorro Bonilla fue mi primera maestra. Todos los sábados ensayaba, estudiaba actuación, voz y dicción, folclor, teoría del color, todo lo que tenía que ver con las obras. Y luego ensayaba los monólogos.

¿Tuvo alguna participación en los eventos culturales que realizaron en los ochenta, luego de la revolución?

Junto a Aníbal Almanza fundamos un grupo de teatro que se llamaba Teatro Popular de Hombres Libres. Actuábamos en los barrios.

Teníamos la necesidad de incorporarnos a la revolución, entonces en vez de ir a alfabetizar nos metimos a las brigadas culturales. Conformamos una brigada de danza, teatro, música, y a la vez hacíamos una investigación cultural en las zonas donde íbamos.

Esa experiencia me despertó el sentido de función social. Hacíamos las presentaciones con gusto, en condiciones inimaginable, bajo un árbol o en tarimas hechas por los campesinos. Fue una experiencia enriquecedora.

¿Estudió alguna carrera universitaria?

Sí, ahí vino un desbarajuste en mi vida. Salí de bachiller con una carrera técnica como Contador Público, por influencia familiar, porque casi todos en mi casa eran economistas o contadores, entonces por eso estudié eso.

Ya en los noventa intenté estudiar Ingeniería Civil, era el mejor alumno en dibujo, en las demás clases me aplazaban (ríe). Luego me gradué en Artes y Letras.

¿Llegó a ejercer como Contador Público?

Sí, la necesidad de buscar una sobrevivencia, porque cuando tenía 19 años tuve a mi primer hijo, entonces tenía que mantener a mi nueva familia de alguna manera.

Todo lo opuesto a la actuación, ¿cómo fueron esos años en los que trabajó como contador?

Horribles, (ríe) ahora que me pongo a pensar, fueron dos años en los que trabajé con números, planillas y otras cosas que no me gustaron para nada. Cuando pasaron los dos años, no aguanté y renuncié.

¿Regresó al teatro?

Sí, ahí más que nunca me di cuenta que lo mío es la actuación. Fui Secretario Ejecutivo de la Unión de Artistas de Teatro de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la cultura (ASTC), y a finales de los ochenta volví al elenco de la Comedia Nacional. Realicé muchos eventos que fueron fructíferos. Trabajé como promotor cultural. Yo respiraba teatro y eventos.

¿Cómo fue trabajar en el Teatro Nacional Rubén Darío?

Trabajé como director de producción artística 12 años. Al inicio fueron muy buenos años, pero con la descentralización del Estado, que no era más que el desinterés del Gobierno hacia la cultura, se volvió político y en los últimos años me sentí frustrado, subutilizado, al punto que estando dentro del Teatro escribía críticas muy fuertes sobre la falta de visión y proyección de la cultura.

Aunque también no niego que fui afortunado, realicé muchos espectáculos memorables.

Cuéntenos sobre el Teatro EKO.

Tratamos de dignificar el teatro nicaragüense con propuestas novedosas y darle una mejor oferta al público. Como artistas tenemos la responsabilidad de hacer teatro con calidad, ésa es mi palabra clave en todo.

Todas las obras en las que actúa son importantes, pero las que más gustó en su momento a la audiencia es el Mono Desnudo y el Caso 315, ¿qué significado tienen para usted?

Definitivamente son los dos monólogos más importantes, los que más me han dejado satisfacción. Me permitieron interactuar con el público. Fui a presentarlo a varios países de Latinoamérica. El Caso 315 era un monólogo que su temática impactó mucho, alcancé las 1,500 representaciones.

¿Olvidó el texto de una obra alguna vez?

(Ríe) sí, un par de veces, me tocaba improvisar. Una vez, actuando con la magistral actriz Pilar Aguirre (q.e.p.d.), en la Sala Mayor del Teatro, la llevaba en silla de ruedas y ninguno de los dos iniciaba el diálogo, la volteo a ver y me dijo: “qué te pasa si a vos fue que se te olvidó el texto”. Y todos se pusieron a reír.

Cuéntenos otra anécdota…

Una vez en Colombia, haciendo el monólogo del Mono… , como siempre interactuaba con el público, saqué un banano y acostumbraba a metérselo en la boca a algún espectador, pero en esta ocasión, casi que forcé a un hombre a que se lo comiera, claro siempre con respeto, y el hombre ni se inmutaba, me retiré y cuando terminó la obra, me explicaron que el hombre era ciego.

Actualmente Salvador Espinoza es representante de la Red de Profesionales del Teatro en Nicaragua. Durante esta semana se está llevando a cabo el Primer Festival de Teatro donde “el espectador podrá disfrutar de un teatro con calidad”.

Espectáculo

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