A diario escuchamos que los nicaragüenses vivimos un problema ético. Estoy convencido que el problema existe, lo compruebo a diario en actitudes y comportamientos. Sin embargo, cuando quiero delimitarlo me enfrento con la pregunta: ¿cuál es, realmente, el problema ético de Nicaragua? La mayoría de los autores relacionan el problema con el comportamiento de los políticos, que con su enriquecimiento desmedido y egoísta han corrompido al país.
El problema ha sido abordado desde dos perspectivas: una enfatiza en la no conformación de valores o en su deterioro, lo que ha producido un declive moral con su respectiva decadencia económica. La otra ve, en el deterioro económico, producto del egoísmo excesivo (capitalismo salvaje), la causa de la decadencia moral. En otras palabras, una perspectiva enfatiza en las causas espirituales y la otra en las económicas.
Los autores que responsabilizan a los valores como causa del problema tienen diferentes perspectivas. Para Emilio Álvarez Montalván los valores de la clase política y del nicaragüense son atrasados y privilegian las relaciones familiares y personales antes que las institucionales. En la misma línea, para Andrés Pérez Baltodano la nación ha fracasado por la forma en que las élites han pensado el desarrollo del país, practicado una perspectiva cultural pragmática-resignada donde los nicaragüenses no somos artífices de nuestro destino. Para Alejandro Serrano Caldera, la fractura ética viene de la existencia de un mundo formal y otro real. En este último, se declaran principios que no hay ninguna intención de cumplir: “se dice lo que no se hace para hacer lo que no se dice”. Los líderes políticos “son profesionales del engaño”.
Para la Iglesia, en palabras de monseñor Silvio Báez, el egoísmo en la clase política es el principal problema ético del país. No están interesados en el bien común (servicio a la comunidad) más bien defienden “sus propios intereses” con “una ambición de poder desmedida lo que está detrás es mantener los privilegios económicos”. Él considera una “falta de ética cuando el poder se vuelve fin y no medio”. Humberto Belli cree imperioso sustituir los “vicios de ayer”, vigentes en la clase política y en gran parte de la población, por nuevos valores. Hay muchas excepciones pero “éstas no son suficientes”.
José Coronel Urtecho considera a Nicaragua como una nación con una historia cíclica donde prevalece un eterno presente “sin ninguna mutación. Sigue sin resolver los problemas planteados por la independencia”. Desde esta perspectiva, Pablo Antonio Cuadra (PAC) esboza el problema ético de Nicaragua, asumiendo la descripción que hizo Squier de un bonguero del río San Juan, llamado Medio Real, y que PAC toma como arquetipo del nicaragüense. Decía Squier sobre Medio Real: “Valía la pena darle medio real tan sólo por verle pasar de su actitud grave a una de servilismo tan pronto sentía en la mano la moneda”. ( ). Basado en este personaje, dice PAC, “subconsciente se trata de vender sólo la mitad de la honradez, sólo la mitad de la dignidad, para que la otra mitad sirva de fachada y ocultamiento moral”. El nicaragüense siempre es “MEDIO-ALGO”.
Dedo confesar que ninguna de estas explicaciones me satisfacen, son muy restrictivas. Más angustiante aún, cuando analizo las recetas propuestas para superar el problema. Siguiendo el orden de los autores las soluciones son: mutación cultural de los valores heredados, superación del pensamiento elaborado por la clase política, dotar de contenido al discurso político para poder cambiar las estructuras económicas y sociales heredadas de la colonia, superar el egoísmo a través de la política como medio y no como fin, transmisión de buenos valores e ideas a través de la educación, superación de la historia cíclica, y, finalmente, PAC, propone desplazar los valores negativos recuperando los positivos degradados.
Este ejercicio, doloroso para mí, no me dejó estático, extraje conclusiones parciales. Está claro que la clase política tiene una gran dosis de responsabilidad y que el pueblo que la nutre también. Que hay muchos factores que no controlamos, pero que hay otros que sí, y sin embargo, también hemos fallado. No me cabe la menor duda, que el nicaragüense es un diamante a pulir y hago mía la frase de Humberto Belli: “Habrá una Nicaragua distinta con nicaragüenses distintos”.
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