Alfredo Gutiérrez
El 1 de diciembre de 1884, el expresidente de Nicaragua, general Joaquín Zavala, y el exsecretario de Estado de los Estados Unidos, señor Frederick Frelinghuy, firmaron lo que sería el primer acuerdo binacional de cara a la construcción del canal interoceánico en Nicaragua.
Ciento veintiocho años después, la administración inconstitucional de Daniel Ortega desempolva los últimos estudios levantados en la administración del expresidente Enrique Bolaños y, nuevamente salta a la vida política y económica de Nicaragua, la probabilidad de que este viejo sueño sea una realidad.
Como resultado de este nuevo mundo globalizado, el intercambio comercial para los próximos años se estima en 10,529 millones de toneladas métricas (TM). Ante esa proyección, la actual ampliación del Canal de Panamá es deficitaria e insuficiente. Considerando esos datos, el proyecto de Nicaragua podría convertirse en una realidad.
Ahora bien, bajo la aparente perspectiva planteada por Daniel Ortega, este proyecto podría terminar en un sueño más, o, en el involucramiento de Nicaragua en una espiral de conflicto internacional en el cual nada tenemos que ver.
Digo esto último, ya que personeros de este Gobierno han indicado que es de sumo interés que sus socios principales sean Venezuela (Chávez), Rusia y China. Si persiste ese empeño de que sean estos países los socios, Ortega, más allá de impulsar este proyecto como una oportunidad de desarrollo nacional, estaría ubicando a nuestra nación en una trinchera geopolítica de otras naciones y sus intereses claramente contrarios a los de Estados Unidos.
Y, ¿cuál sería el interés de ponernos en conflicto con el país por el cual precisamente es necesario para esta parte del mundo tal proyecto? ¿Sería inteligente para el futuro de Nicaragua colocarnos como una pieza de ajedrez de la geopolítica mundial?
Desde mi perspectiva, sería una completa e innecesaria torpeza optar por convertir socios de Nicaragua a esas naciones. Asimismo, proyectos tan grandes como estos solo pueden convertirse en realidad ofreciendo un marco legal, institucional y de régimen de propiedad totalmente libre de interferencias políticas-partidistas, así como de voluntades dinásticas.
Si las reglas del juego son claras, sobrarían otros países no expansionistas, así como multimillonarios mundiales que desearían convertirse en socios de esta iniciativa y, bajo esa perspectiva, estoy seguro que los nicaragüenses obtendrían un enorme beneficio y tendrían un certero futuro alejado de conflictos geopolíticos mundiales.
Daniel Ortega sería entonces el ejecutor de un viejo proyecto que nos mantendría ajenos a cualquier conflicto internacional y que le proveería magistrales ganancias al país o el culpable de una Nicaragua inútilmente comprometida en la guerra geopolítica mundial.
El autor es diputado PLI.