Se dice frecuentemente que la democracia no existe en Nicaragua o que se encuentra en fase de un visible deterioro. Se aduce para formular tal afirmación la devaluación creciente del Estado de Derecho, la concentración del poder, la degradación del principio de separación e independencia de poderes, la violación de la ley con tal frecuencia que más que un abuso ha devenido un uso y una práctica corriente, la personalización del poder, el caudillismo, el culto a la personalidad, el ejercicio de la política como una práctica clientelar, la ausencia de una verdadera oposición, el déficit de ciudadanía en cuanto efectiva participación en la formulación de políticas públicas, aun y cuando se reconoce que existe libertad de opinión y que está ausente la represión propia de las dictaduras caracterizada en cárcel, tortura y muerte a los opositores.
A partir de los hechos concretos señalados con insistencia, por personas y organizaciones provenientes de diferentes sectores, convendría tratar de analizar el fenómeno de una forma más general, de tal manera que nos permita formular, aunque sea de manera aproximativa, una hipótesis de lo que ocurre en nuestro país.
Para ello tendríamos primero que tratar de identificar qué es la democracia. De inmediato surgen los elementos que conducen a formular lo que debería ser la teoría y práctica de este sistema universalmente aceptado como la forma adecuada de ejercer el poder, practicar la política y construir la ciudadanía.
En el concepto y ejercicio de la democracia, el poder reside en el pueblo, la ley es expresión de la voluntad general, el poder está subordinado a la ley, las libertades fundamentales están garantizadas en la Constitución Política y la función del Estado está regulada por un sistema jurídico de autolimitación que evita la concentración del poder, que es en sí mismo la negación de la práctica democrática.
Esta caracterización general conlleva a precisar algunas situaciones que de ella pueden derivar, como por ejemplo la afirmación de que la voluntad popular, por ser la fuente del poder, puede pasar por encima de lo que la ley establece, pues esta no es más que la expresión normativa de dicha voluntad, en todo caso, el medio por el que aquella se expresa.
La aceptación de una afirmación semejante introduciría el caos en la sociedad, pues es la ley la única forma a través de la cual esa voluntad se expresa (elecciones, referendo, plebiscitos ); lo contrario sería introducir la incertidumbre y la anarquía, ya que no habría forma confiable de determinar si efectivamente una asamblea popular representa la voluntad mayoritaria, además de la posibilidad de alentar por ese medio la manipulación de esa voluntad por parte de gobernantes autoritarios, como reiteradamente ha ocurrido en la historia.
- En Nicaragua la educación para la formación de una cultura democrática se torna imprescindible, pues sin una sociedad formada sobre estos valores es imposible que la democracia pueda establecerse, pues ella depende no de personas providenciales que deben resolver todos los problemas milagrosamente, sino de gobernantes responsables que surgen de una sociedad consciente, de una ciudadanía activa y participativa.
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Pero aunque la voluntad popular no fuera manipulada por un caudillo, ni la concentración popular, ni la ley, podrían en forma legítima establecer como norma la injusticia, la arbitrariedad, y la violación a los derechos humanos, aunque fuera esa la voluntad de la mayoría, pues existen valores que rigen la coexistencia en la sociedad. Estos valores son, entre otros, la libertad, la justicia, el respeto a la dignidad de las personas, la solidaridad, la no discriminación, y vienen determinados por la cultura, la tradición, la razón crítica, la opinión pública, la educación, es decir por el ethos , la ética que hace posible la existencia de la comunidad social y política.
Por todo ello debe considerarse la democracia como una estructura a la que concurren varios elementos constitutivos, como la voluntad general, la ley y las instituciones, y el sistema de valores que en última instancia le confiere su naturaleza social y política.
La concurrencia y equilibrio de estos elementos permite configurar a la democracia no solo como un sistema político sino, sobre todo, como un “sistema de valores”. La voluntad popular es la condición necesaria pero no suficiente para que la democracia exista, pues, como ya ha ocurrido, podría llegar a establecerse la tiranía por una voluntad popular ejercida en forma arbitraria y antidemocrática.
La ley y las instituciones podrían igualmente ser antidemocráticas en tanto reflejo de esa voluntad omnímoda que tiende a la concentración del poder y al establecimiento del autoritarismo, dando pie a lo que se ha llamado “dictadura institucional”. Los valores, por su parte, deberían reflejarse en el sistema legal e institucional para alcanzar el grado de efectividad necesario para garantizar la coexistencia digna entre las personas y el respeto a los derechos y garantías fundamentales.
Karl Popper en su libro La sociedad abierta y sus enemigos basa la democracia en el sistema de control institucional más que en la voluntad popular como fuente de la soberanía y considera que “es importante que uno aprenda desde la escuela que el sustantivo democracia es, desde la democracia ateniense, la denominación tradicional para una Constitución que debe impedir una tiranía”.
Consecuente con lo anterior señala que “La teoría de la democracia no se basa en el principio de que debe gobernar la mayoría, sino más bien en el que los diversos métodos igualitarios para el control democrático, tales como el sufragio universal y el gobierno representativo, han de ser considerados simplemente salvaguardias institucionales, de eficacia probada por la experiencia, contra la tiranía, repudiada generalmente como forma de gobierno, y estas instituciones deben ser siempre susceptibles de perfeccionamiento”.
Por su parte el filósofo español José Luis Aranguren pone el énfasis particularmente en los valores y en la consideración de la democracia como proceso. En efecto, expresa: “La democracia no es un estatus en el que puede un pueblo cómodamente instalarse. Es una conquista ético-política de cada día, que solo a través de una autocrítica siempre vigilante puede mantenerse. Es, como decía Kant de la moral en general, una “tarea infinita” en la que, si no se progresa, se retrocede, pues incluso lo ya ganado ha de reconquistarse cada día ”
Desde mi punto de vista los tres elementos mencionados, soberanía popular, sistema de control institucional al poder, y sistema de valores, no son excluyentes sino necesariamente complementarios para la conformación de la idea y práctica de la democracia. Siendo así, y pensando concretamente en Nicaragua, la educación para la formación de una cultura democrática se torna imprescindible, pues sin una sociedad formada sobre estos valores es imposible que la democracia pueda establecerse, pues ella depende no de personas providenciales que deben resolver todos los problemas milagrosamente, sino de gobernantes responsables que surgen de una sociedad consciente, de una ciudadanía activa y participativa y de un conjunto de partidos políticos capaces de realizar una verdadera oposición, condición esta última de la existencia de una auténtica democracia.
Jurista, filósofo y escritor nicaragüense.
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