Una de las consecuencias más positivas que tuvieron los Acuerdos de Esquipulas II, que ayer cumplieron 25 años, fue que muchos nicaragüenses se quitaron el miedo y comprendieron que era posible derrotar a la dictadura sin más guerra ni derramamiento de sangre.
Pero ese efecto no fue de inmediato. Tuvieron que pasar dos años más de guerra, intervención extranjera, derramamiento de sangre de hermanos, penurias económicas, ausencia de libertades y derechos, censura de prensa, espionaje de los CDS, represión gubernamental, acoso de las turbas sandinistas, y mucho miedo. Hasta que por fin Daniel Ortega fue obligado a dialogar con la oposición armada y cívica, en mesas separadas, y comenzó a cumplir de verdad los Acuerdos de Esquipulas II en sus aspectos de democratización nacional. A regañadientes, pero sin alternativa, Ortega aceptó la celebración de unas elecciones en las que se pudiera disputar el poder, minuciosamente observadas por organismos internacionales, las cuales lógicamente perdió el sandinismo y las ganó Nicaragua.
La democracia triunfó en las elecciones del 25 de febrero de 1990 facilitadas por los Acuerdos de Esquipulas II y en los 16 años siguientes el miedo dejó por fin de ser un factor predominante de la cultura política nicaragüense. Sin embargo, al cabo de unos cuantos años el proceso democrático fue erosionado por la codicia y corrupción desmesurada de los gobernantes, y finalmente la democracia se truncó cuando Daniel Ortega volvió a adueñarse del poder. Y como era de esperarse, con la restauración de Ortega la intimidación vino a ser otra vez una herramienta del poder y el miedo se apoderó nuevamente de la sociedad.
En Nicaragua son muchas las personas que están claras de la naturaleza antidemocrática del régimen actual. Bajo la protección del anonimato la mayoría de la gente repudia al gobierno, pero en público callan o simulan lo contrario. Y no hablamos solo de personas humildes, sino también de empresarios, intelectuales, gente de las capas medias e incluso sacerdotes y pastores, quienes en la confianza del ámbito privado dicen lo que sienten sobre el poder pero en público lo ocultan y aseguran apoyar a la pareja gobernante o simpatizar con ella. Es que impera la dictadura del miedo
En estas circunstancias tiene una enorme significación ética el ejemplo de los jóvenes que se plantan frente al Consejo Supremo Electoral, que inermes e indefensos se enfrentan valientemente al régimen a pesar de la brutal represión que cae sobre ellos, como el desalojo violento en la madrugada del 19 de julio y la despiadada y criminal golpiza que le propinaron el domingo pasado a la joven activista Lisseth Sequeira, a quien hasta la hicieron abortar.
El ejemplo de estos valientes jóvenes demócratas le recuerda a los nicaragüenses que el miedo consiente los abusos de poder. Y que así como después de los Acuerdos de Esquipulas II la gente venció el miedo y pudo entonces derrotar a la dictadura, ahora hay que vencerlo nuevamente para poder recuperar la democracia y la libertad.
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