Amalia Morales
Dos meses antes del terremoto de 1972, el país estaba trenzado en un bochinche limítrofe con Colombia por el archipiélago de San Andrés. Desde Bogotá se insultaba a las autoridades de Managua y se les provocaba, mandando buques a rondar por las aguas territoriales. El tono nacional era más tímido que el de los colombianos, recuerda el historiador Roberto Sánchez, quien era redactor del semanario Semana de LA PRENSA, y al que en esos días su editor increpó.
—Roberto, ¿y vos sabés dónde queda Roncador, Quitasueño y Serrana? —preguntó Horacio Ruiz al periodista.
—No —contestó Sánchez.
—Si nosotros que somos los que informamos no lo sabemos, cómo será el pueblo, la población que está escuchando que hablamos sobre todo eso y nadie sabe dónde queda —expuso el editor y le soltó otra pregunta que acabó con una expedición—.
—Y vos ¿te decidirías a ir?
Así comenzó la organización del viaje hacia un lugar que ni figuraba en los mapas nacionales de entonces. “La referencia que teníamos eran los cayos miskitos, al norte de Puerto Cabezas”, dice Sánchez quien recuerda que en esos días, como ahora, el comercio aprovechaba la pelea para agitar los ánimos patrioteros y se vendían banderas de Nicaragua en las calles a cinco pesos.
A Sánchez se le ocurrió la idea de que haría distinta su cobertura. Compró una bandera y le dijo a su editor que la llevaría para ponerla en el cayo, y a su editor le sonó la idea. “Frecuentemente el periodista se monta sobre lo que acontece, pero pocas veces provoca el hecho”, dice Sánchez, 40 años después de la hazaña.
EL BOLLO MASATEPINO
Sánchez compró la bandera, pero le entró miedo que en su viaje aéreo a Puerto Cabezas descubrieran sus intenciones y se la quitaran, así que la enrolló y la guardó en un bollo de pan masatepino al que le sacó la “boñiga”.
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Uno de los inconvenientes de la expedición era que el director del Diario, Pedro Joaquín Chamorro, estaba fuera del país, en Chile, y sin él, la gerencia no iba a autorizar la costosa expedición al Caribe. Sin embargo, saltó el obstáculo con la ayuda de amigos que apadrinaron el viaje.
Recuerda que en el avión hacia Bilwi se encontró con su viejo amigo Carlos Argüello y este se comprometió a ayudarle con la carta de navegación. Argüello también lo contactó con su mamá que tenía una pensión en Bilwi y allí se hospedó.
En Bilwi contactó a Ernesto Hooker, una personalidad del pueblo (ya fallecido) y cuyo nombre honra el estadio local. Hooker era dueño de La Gacela, la embarcación en la que Sánchez haría la expedición junto con tres hombres de Bilwi.
Antes de hacerse a la mar, la tripulación de La Gacela tuvo que sortear un último obstáculo, la Guardia Nacional (GN).
Sánchez no sabe cómo, pero el comandante de Bilwi, el coronel Ulises Carrillo se enteró del propósito de la expedición y lo mandó a llamar. Y ahora, cuatro décadas después, el periodista recuerda aquel diálogo con Carrillo casi como un monólogo.
LA GUARDIA
“Mirá, estoy enterado que vas para Quitasueño y que pensás poner la Bandera de Nicaragua. Eso para mí es un problema, si yo te monto en un avión y te mando a Managua van a hacer un escándalo, diciendo que un alto oficial del ejército impidió que se pusiera la Bandera de Nicaragua en Quitasueño. Y si te doy permiso, el general Somoza Debayle me va a llamar la atención porque seguramente la puesta de la bandera va a provocar un gran escándalo y va a meter a problemas al Gobierno de Nicaragua. Entonces hagamos lo siguiente: yo no sé nada, vos y yo nunca hemos hablado de esto”, dijo Carrillo y acabó dándole una recomendación.
“Conseguite una botella de licor, un cartón de cigarros… en salida al mar hay un puesto de la Guardia, te van a detener para pedirte el zarpe, vos le vas a decir que vas de pesca y le regalás el cigarro y el licor”.
Tal cual.
A cambio de los cigarros Esfinge y el trago, se enrumbaron hacia la búsqueda del destino desconocido los cuatro tripulantes de La Gacela. Además de Sánchez, los otros marineros eran el capitán Eusebio Waldan Lacayo, Downley Thompson , era el guía y la cocina se encargó a Waggi Rigby, pariente del poeta Carlos Rigby.
La expedición salió el 18 de octubre al anochecer y dos días después avistaron el faro de Quitasueño, que colocaron los gringos durante la Segunda Guerra Mundial y que regalaron a Colombia, explica Sánchez.
Hasta la expedición a Quitasueño, el periodista había sido un hombre de tierra firme. Nunca había navegado. Su estómago no resistió las olas de tres y cuatro metros, que hundían y ponían en la cresta a la pequeña embarcación. En ese sube y baja, Sánchez gritaba —y por eso el capitán lo apodó Tarzán— y en seguida vomitaba.
“Si he sabido a lo que iba, no voy”, dice sonriente 40 años después.
LA AZUL Y BLANCO
Cuando descubrieron el faro, el gran dilema para Sánchez fue quién iba a poner la bandera porque si lo hacía él mismo, no habría foto, así que se designó a Downley Thompson, quien accedió gustoso. Recuerda el periodista que a lo largo del viaje, él les había explicado el propósito del viaje y lo que pasaba, así que cuando Downley fue designado, accedió con orgullo subir al cayuco y plantar a un lado del faro el asta y la bandera azul y blanco, como aparece en la fotografía que tomó el periodista.
En el faro no había nada más. Ni una bandera colombiana. Ni guardacostas. Nada. Se regresaron casi de inmediato. Navegaron todo el día de regreso, y en la misma noche volvieron a Puerto Cabezas. Y nervioso como se fue regresó por los rollos de fotografías que traía. Su temor era que se lo quitara la Guardia.
Sánchez cree que si no hubiera llevado la bandera, probablemente no hubiera tenido qué escribir. “Tal vez dos columnas”, dice porque no había nada que contar. Pero la bandera azul y blanco al lado del faro, lo cambió todo.
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