Ha causado sorpresa e indignación en la ciudadanía, el abuso cometido por algunos grupos políticos al usar nombres de personas ya fallecidas, para llenar sus listas de candidatos a cargos públicos municipales en las votaciones del domingo 4 de noviembre próximo, con la tácita complicidad de las autoridades electorales de facto.
También la Iglesia católica se ha debido ocupar de este asunto, por medio de monseñor Silvio Báez, secretario general de la Conferencia Episcopal de Nicaragua y obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, quien dijo el domingo pasado en Carazo que “este fenómeno tan lamentable que se ha descubierto es parte de la descomposición moral que vive nuestra sociedad; nosotros como pastores hemos visto, más que un problema político, un problema ético en Nicaragua. Esto es lamentable, vergonzoso, verdaderamente una burla al pueblo, pero sobre todo es una expresión de la falta de ética y valores que desgraciadamente están reanudando en nuestra sociedad”.
No es hasta ahora, bajo el régimen irregular de Daniel Ortega y su consorte, que se usan los nombres de muertos para sumar votos a favor del partido que está en el poder, y para inscribirlos como candidatos de minúsculos micropartidos que son aliados o cómplices del Gobierno. Sin embargo, no por viejo y acostumbrado se puede aceptar semejante abuso político que ultraja la memoria de los difuntos y ofende los sentimientos de sus familiares.
Cabe recordar que este abuso político macabro fue iniciado por la desaparecida dictadura somocista, y se ha vuelto a practicar ahora, bajo el régimen orteguista, como para que no quede ninguna duda de la similitud que hay entre ambos sistemas de gobierno autoritarios y corruptos. “Antes los muertos votaban, y ahora son candidatos”, decía el título de un editorial del doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Mártir de las Libertades Públicas y Héroe Nacional de Nicaragua, publicado en LA PRENSA del 24 de diciembre de 1966, cuando el general Anastasio Somoza Debayle era candidato a la reelección presidencial en las votaciones que tendrían lugar el 5 de febrero de 1967.
El doctor Chamorro Cardenal escribió en aquel editorial, que “hacer figurar los muertos en los procesos electorales ha sido práctica eterna de los regímenes viciados, y la única diferencia —entre las pasadas elecciones somocistas y la presente— será que antes los muertos solo podían figurar votando, y ahora pueden figurar también como candidatos ”. En aquel tiempo, el Tribunal Supremo Electoral somocista —lo que ahora se llama Consejo Supremo Electoral orteguista— se hacía de la vista gorda y de hecho avalaba semejantes abusos electorales del partido oficialista y la oposición zancuda. Y decía al respecto el doctor Chamorro Cardenal, en diciembre de 1966, lo mismo que seguimos diciendo ahora: “¿Qué respeto puede tener la ciudadanía por un tribunal que procede de esa forma? ¿Podrá este país gozar de PAZ verdadera, con acciones como la que hemos venido comentando ?”
46 años transcurrieron desde aquella denuncia sobre los muertos inscritos para votar y ser elegidos, y mucha sangre se derramó en la lucha por elecciones justas y limpias. Pero otra vez estamos, prácticamente, en la misma situación.
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