Joaquín Absalon Pastora
Lucía Lucas luce las tres coronas ideales para consagrar el afecto a una devoción: la suya fue desde que corrió por sus venas el colorido del arte, la del piano.
En mi columna anterior me referí al concierto que ofreció en el Teatro Nacional Rubén Darío. Su visita a Nicaragua (la ha frecuentado, ha sembrado en ella la semilla de la ilustración) tuvo un doble propósito, el concierto y la presentación de su libro compartido con su esposo Merne Serrano Caldera, La genealogía del piano.
Aludía a las tres diademas puestas en su inteligencia: las congratulaciones recibidas como recitalista y solista, como didáctica en la irradiación de sus conocimientos, dejando huellas de todas las escuelas que han pasado por el pianoforte desde Bartolomeo Cristofori (1702-1711) hasta nuestros días y como escritora investigadora desnudando al piano desde su origen al lado del consorte.
El libro está poblado por trece árboles cuyo follaje cubre siglos de antigüedad, sin perder los tonos de la eterna armonía, el vigor purificante que se introduce en la naturaleza del oído.
Cada árbol cuenta su historia en ramas que son las páginas de un libro que ilustra y descubre al instrumento. Mozart, Clementi, Beethoven para situar al primero en el cronológico y glorioso desfile… Muzio es el personaje inaugural de la investigación, el patriarca en la evolución de las prendas aludidas, causante del incremento en la belleza del sonido, las gracias del fraseo y el pedaleo, de tanto requisito de las principales corrientes de la técnica en la interpretación pianística, exquisitamente cumplidos de generación en generación.
Trece árboles en el bosque genealógico global en un viaje de occidente a oriente por todos los tiempos y las escuelas que no deja escala sin tocar, desde que se produjo el advenimiento.
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