Jorge A. Toledo Aguilar
Durante nuestra evolución construimos los primeros grupos, con una organización tribal pero suficiente como forma de vida. Como comunidad, ampliamos horizontes en busca de mejores tierras y perspectivas de vida, lo que origina la necesidad de conquista. Los fuertes prevalecen sobre los débiles, y estos se tornan en seres inferiores a voluntad de sus conquistadores. Así ha sido durante siglos.
Es en ese momento cuando sentimos la necesidad subjetiva de tener más, de detentar poder para estar por encima de los demás, se origina la práctica del acto irregular, anormal, de apropiación de bienes o recursos que le han sido confiados en custodia. Esta actitud, exclusiva del hombre, vino a convertirse en paradigma, hasta tornarse en una práctica colectiva, ejercida por casi todos aquellos que tuviesen la posibilidad, la oportunidad y los medios para hacerlo.
Una de las características determinantes de la personalidad del corrupto es ausencia o súbito cambio en su estructura de valores o principios. Tales valores se configuran en la vida personal de acuerdo con la formación temprana a nivel familiar. Ahora bien, en el desarrollo del hombre corrupto se puede ver cómo, en primera instancia, encontramos personas que no tuvieron una imagen tan sólida y positiva de sus padres, como para considerarlos modelo o ejemplo para su vida.
La corrupción es un conjunto de delitos (robo, peculado, soborno, concusión, cohecho, tráfico de influencias, utilización de información privilegiada, prevaricato y hasta acoso sexual) mediante la cual se obtienen beneficios indebidos violando leyes y menoscabando los derechos de los semejantes, corroyendo principios éticos de la sociedad que la acepta, se convierte, en algunos casos, en un mecanismo de defensa, para sobrevivir en un medio social deshonesto e inmoral.
En nuestro desdichado y maldito país esta herencia atávica fue modernizada y moldeada a los deseos políticos y económicos de dos familias: los Somoza y los Ortega Murillo, quienes llegaron a un nivel de sofisticación en acuñarla iniciando por corromper a los partidos políticos para crearse una oposición dúctil y maleable que actúa según sus deseos.
El modelo de corrupción instaurado va desde obtener una cédula de identidad, un pasaporte o inscribir una propiedad todo en veinticuatro horas mediante el pago de honorarios especiales que no se enteran a las arcas del Estado, sino para dar sobresueldo de sus partidarios y no se detiene ahí, puedes no pagar impuestos por la construcción de un gran edificio corporativo logrando ser clasificado como inversión turística. No olvidemos los resultados de las elecciones; presupuestos secretos al Ejército y Policía: zorras del mismo piñal; ni de los Fondos Alba ni los decomisos de dinero, vehículos y activos fijos a narcotraficantes…
Este modelo de corrupción hay que patentarlo, es único en el mundo, ya que cuando la ley se opone a los deseos del Gobierno simplemente se interpreta la ley a su favor y los encargados de aplicarla cierran los ojos, bendicen esa interpretación cuando los poderosos acuden de amparo, igual los ministros logran exclusiones de procedimientos para burlar la Ley de Contrataciones del Estado y el organismo de control los autoriza automáticamente.
Ciertamente, parecería una tarea “quijotesca” luchar contra semejante monstruo, tenía razón don Rubén cuando escribió: Cristo va por las calles flaco y enclenque, Barrabás tiene esclavos y charreteras y por las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque se han visto engalonadas a las panteras.
El autor fue Auditor General del Banco Central de Nicaragua. Consultor de la Superintendencia de Pensiones.
