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Lecciones de la masacre en Connecticut

Adolfo Miranda Sáenz

El mundo ha llorado la muerte de veinte inocentes niños de entre 6 y 7 años, como la de los héroes que trataron de protegerlos en una escuela de Connecticut. Fueron asesinados con armas de fuego por un joven de 20 años. El terrorífico drama no es totalmente nuevo en Estados Unidos, pues ha sucedido varias veces en colegios y universidades. Estos hechos nos conmueven pero no basta, ¡hay que actuar!

En primer lugar corresponde a las autoridades de aquel país implementar un control de armas eficiente, aunque eso implique reformar su Constitución. No es posible que en Estados Unidos sea más fácil adquirir un arma de fuego que un antibiótico sin receta. Ni que alguien, como la madre del asesino —también muerta por él—, coleccione armas y lleve a sus hijos a prácticas de tiro. En ese país una persona tarda varios días y pasa exámenes antes de adquirir una licencia de conducir, pero en una tienda adquiere fácilmente cualquier arma en pocos minutos. ¡No puede ser!

En todo el mundo tenemos lecciones que aprender de esta tragedia, pues la cultura de la guerra y la violencia nos llega en los juguetes, el cine, la televisión y en los últimos videojuegos. Mi generación creció en Nicaragua viendo películas de indios y vaqueros, donde el “chavalo” o héroe era quien mataba más indios, y películas de guerra donde los soldados que mataban al enemigo alemán o japonés en la Segunda Guerra Mundial eran admirados y deseábamos imitarlos. Por eso los juguetes preferidos eran las pistolas de “cowboy” y los rifles de guerra fabricados de latón o plástico.

Así también criamos a nuestros hijos, a quienes compramos armas de juguete más modernas y sofisticadas, reproduciendo la cultura recibida. Los héroes ahora son Rambo, Terminator o el Indestructible. Hasta los niños pequeñitos siguen heredando la cultura de la violencia y la guerra y no solo reciben pistolas, rifles y ametralladoras de juguete, sino juegos electrónicos Wii, Play Station o Xbox, donde se juegan sangrientas matanzas. Por ejemplo, en uno de ellos gana el que mata más policías y en otro el que masacra a más ciudadanos haciéndolos volar en pedazos. Estos juegos los niños los adquieren libremente en tiendas de juguetes, de electrónica o de vídeos. Incluso los pueden descargar en sus computadoras.

El cine, la televisión y los vídeos están saturados de películas donde un tipo mata a treinta en dos minutos y quedan desparramados los cadáveres, trozos de cuerpos y charcos de sangre. Películas llenas de odio, venganzas, guerras, monstruos, vampiros… ¿no es terrible y alienante?

Los primeros responsables que deben tomar conciencia son los padres de familia, pero también por ley deben prohibirse las películas violentas y la venta de juegos sangrientos y bélicos para niños y adolescentes. La televisión no debe pasar ese tipo de películas antes de medianoche. Y donde se necesite mayor control de armas, debe implementarse. Es un deber de los gobernantes y los legisladores. ¡Hay que actuar urgentemente!

El autor es abogado, periodista y escritor.

Opinión
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