Erick Ramírez
“Lo que no nos cuesta, hagámoslo fiesta”. Esta parece ser la consigna de Maduro, el sucesor designado de Chávez, quien se ha dedicado a despilfarrar de manera inmisericorde el capital político que le dejó su mentor. A estas alturas aquella consigna de los años ochenta de “Si Nicaragua venció, El Salvador, vencerá”, se puede transformar en un escalofriante epitafio: “Si Maduro venció, Venezuela perderá”.
Todo parece indicar que Chávez, hábil y calculador, nombró a Maduro su heredero no precisamente por sus habilidades políticas sino por su grado de obediencia y sumisión, pero es aquí donde Chávez erró el disparo: pensó que iba a sobrevivir al devastador cáncer que lo consumía y que convaleciente iba a manejar a su gusto y antojo al marioneta presidente designado. Pero los cálculos le fallaron, su inmortalidad no era tal y ahora su delfín, creyéndose en verdad líder, anda como enloquecido metiendo las de andar en todos los rincones venezolanos.
Maduro va a ganar las elecciones, no porque tenga las calidades y las cualidades para ganar, sino porque el régimen que impera en ese país está utilizando de manera abusiva todos los recursos del Estado a su favor incluyendo un cada día más sospechoso sistema electoral. Millones de millones de dólares danzan por doquier no para ofertar un programa creíble de gobierno sino para continuar con la nefasta práctica del clientelismo político, que tiene hecha añicos a la economía de Venezuela.
Utilizan los cuantiosos recursos petroleros del país como una gigantesca piñata a la que hay que darle palos por todos lados, porque nunca deja de lanzar apetitosos confites verdes que alimentan la gula de propios y extraños. El previsible naufragio de la economía venezolana se va a producir con rapidez y va a conducir a pique al gobierno del inmaduro Maduro. Venezuela, peor que estar entre la espada y la pared, está atrapada entre Maduro y la pared. Este es como un gigantesco yunque que reduce a pulpa los pocos vestigios de vida institucional que quedan en el país.
Todas sus intervenciones son alrededor de Chávez y su supuesta santidad. Los desconsiderados dicen de él que no tiene nada en el tejado y que todo lo que se pone en la cabeza le queda flojo, ya sea que se trate de una gorra de beisbol, de un sombrero, de un quepis militar, de un casco de moticiclista o de una simple visera, una boina roja como las que usaba Chávez, posiblemente se le resbale hasta los ojos.
Es difícil imaginarse cómo va a lidiar con tantos buitres que acechan en el chavismo. No va a serle fácil el manejo de la desproporcionada burocracia estatal, el control del aparato del PSUV insertado en todas las esferas de poder, las relaciones con la cúpula militar, espejo de Chávez, atender el clientelismo de los adeptos al chavismo, pasar revista a los cubanos que son como un ejército de ocupación y sobre todo mantener la parasitaria red chavista internacional, que funciona a costa de los dólares del Estado venezolano.
Así es la vida, Chávez, creyéndose eterno, puso a Maduro como su sucesor a fin de continuar mangoneando a Venezuela desde su lecho de enfermo sin imaginar que pronto moriría y que Maduro más rápido que veloz iniciaría el entierro del supuestamente imperecedero proyecto político socialista del siglo XXI. Sic transit gloria mundi.
El autor es dirigente histórico socialcristiano
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A
