Por Róger Almanza G.
Frente al aparador de vidrio de una tienda en un aeropuerto de Estados Unidos estaba Rosibel Cruz, mientras esperaba su vuelo a Nicaragua. Miraba con detalle las carteras y bolsos que ahí se exhibían. Eran accesorios tan lujosos que a simple vista no se reconocía que eran hechos de bolsas de botanas, galletas, de todos los empaques de chiverías que en Nicaragua ensuciaban las calles, cunetas y parques. “Esta idea la puedo reproducir en mi país”, pensó Rosibel.
Ese viaje que hizo con su marido para conocer a la familia, a Rosibel le cambiaría el rumbo de su profesión. Había estudiado periodismo y con mucho esfuerzo logró una beca a España para estudiar un posgrado en mercadeo y comunicación.
“De mis estudios en España se me ocurrieron varias ideas de negocio pero jamás, hasta ese día en el aeropuerto, había pensado en algo similar: diseñar con basura”, comenta Rosibel.
Probablemente ese había sido el segundo viaje más importante que hacía, donde nació la idea de su empresa que hoy se llama Colecciones Valentina, en honor a su primera hija.
Su más importante viaje fue el que hizo en bus, la noche que salió de Nueva Guinea, su pueblo natal, con rumbo a Managua, para ella la gran ciudad, donde iniciaría la universidad. “No sabía cómo ni cuándo, pero tenía que llegar a Managua y buscar las oportunidades porque mis padres ya no podían mantener a uno más en la universidad, somos seis hermanos y no había dinero para todos, así que tomé la decisión y me vine a la capital”, cuenta Rosibel al recordar esa noche del 11 de septiembre de 1999 cuando salió de su pueblo.
Nace un negocio
Recientemente sus bolsos fueron presentados en Nicaragua Diseña 2013, y la aceptación que tuvo mantiene animada a Rosibel.
“Esta es una idea que la he pensado junto con mi marido, a lo grande, en una etapa, más adelante estos bolsos tendrán la calidad y tendremos la capacidad para exportarlos”, afirma Rosibel.
Dos años atrás, Rosibel daba vueltas a la idea de los bolsos hechos con material reciclado. En las calles recogía las bolsas de chiverías y empaques de todo tipo de galleta, y así iba llenando cajas de materia prima.
“Tuve que comprar un bolso en ese aeropuerto para descubrir la técnica y así empecé a practicar, todos los días hasta que un día salió bien, después de varios intentos lo había logrado”, cuenta Rosibel.
Fueron ocho meses de prueba y error hasta descubrir la técnica para armar los bolsos. “Seguí practicándola hasta sentir que estaban perfectos y tener el valor de hacerlos para comercializarlos”, cuenta Rosibel.
Y ahí estaba con la técnica perfecta, pero solo ella no podría desarrollar la idea de negocio que tenía. Su idea crecía hasta llegar a un grupo de mujeres que fueron recolectoras de La Chureca.
“Capacité a seis mujeres en la técnica con la intención de que fueran ellas mis proveedoras, pero solo dos terminaron las capacitaciones y son las dos que continúan trabajando conmigo”, agrega.
Su materia prima, aunque es basura para la mayoría, es seleccionada mucho antes de que llegue a los basureros municipales, incluso ya tiene convenios con empresas que le facilitan estos empaques. “Son los empaques que se dañan desde la fábrica, incluso aquellos que se reciclan en las mismas empresas. No usamos los materiales contaminados, esos que llegan a los basureros o plantas de tratamiento, los captamos antes”, explica Rosibel.
Hasta ahora, desde el 2011 que nació la idea, Rosibel ha elaborado bolsos y carteras de mano, bolsos para computadoras y hasta portatermos. En total más de 300 piezas que empiezan a comercializarse en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino.
“A la gente les gusta y siempre preguntan si son hechos en Nicaragua. Son accesorios muy bien acabados”, cuenta Rosibel.
Limpiando casas
Su madre, de Estelí, y su papá de Somoto, la familia de Rosibel emigró en tiempos de guerra hacia el sur. Llegaron en 1982 a Nueva Guinea donde se criaron ella y sus otros cinco hermanos.
A punto de terminar el bachillerato, Rosibel sabía que sus padres no podrían costear su universidad. En Nueva Guinea empezó a estudiar administración de empresas pero un día, solo decidió dejar la carrera y partir hacia Managua.
En secundaria también fue maestra voluntaria en un colegio comunitario, una labor que llamó la atención de una mujer capitalina, que por razones de trabajo había llegado hasta Nueva Guinea. “Recuerdo que me dijeron que la señora había opinado muy bien de mi trabajo y que yo lo haría bien en un centro llamado Pajarito Azul”, cuenta Rosibel.
Esa noche del 11 de septiembre de 1999, Rosibel viajaba en el bus de Nueva Guinea hacia Managua, una maleta que guardaba algunos cambios de ropa y en su cartera un papel con el nombre y teléfono de Giallilly Giacoman, la señora que hace un par de años había opinado bien de su trabajo como maestra voluntaria.
“Recuerdo que llegué a Managua en la mañana del 12 de septiembre. Llamé a la señora y me recibió. Iba con todo el ánimo que alcanzaba en mí y me dijo que lo sentía pero que ya no había plaza”, recuerda Rosibel quien llegaba a Managua para trabajar y poder pagar su universidad.
“No me moví, esperaba una respuesta positiva y creo que ella notó eso, fue entonces que me dijo que si estaba dispuesta a trabajar de lo que fuera y yo contesté que mientras fuera un empleo honesto sí lo hacía”, cuenta.
Esa misma noche, la mujer la llevó a casa de una familia, donde Rosibel inició a trabajar como empleada doméstica y en enero del 2000 comenzó la universidad. Su día comenzaba a las cuatro de la madrugada. Hacía todos sus deberes en la casa y luego partía hacia la universidad.
Su esfuerzo empezó a tener frutos cuando la Universidad Centroamericana (UCA) la becó, dándole hospedaje. “Ahora podría dedicarme solamente a estudiar, ya no tenía que trabajar”, recuerda.
El escritor Jaime Perezalonso (q.e.p.d.), fue el señor de la casa donde Rosibel trabajó durante ese año y fue quien la fue a dejar hasta la casa de los becarios de la UCA. “Pórtese bien”, le dijo el señor. “Don Jaime y su esposa doña María Auxiliadora son de esas personas que aparecen en tu vida y actúan como ángeles, son personas que nunca olvidaré”, dice Rosibel.
“Nunca hay que renunciar a los sueños”, cree Rosibel a quien la UCA le brindó una beca para estudiar en España en el 2005. “Viajar a España a estudiar cambió mi visión de la carrera, tenía nuevas herramientas para competir en mi profesión”, cuenta.
El 2011 se casó y al año siguiente tuvo a su hija Valentina, su inspiración. “Ella y mi marido son mis motores y ahora mi bebé que está cercano a nacer, siento que la vida me ha dado mucho y ha sido porque nunca renuncio a mis sueños”, asegura Rosibel.
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