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Cristianismo y política de Estado

José Bernard Pallais Arana

Con el propósito de enriquecer mis conocimientos para aportar al debate sobre los principios que deben guiar la conducta de un gobernante, que se autodenomina cristiano, consulté las lecciones pronunciadas en el Ateneo de Madrid por don Emilio Castelar, denominadas La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo; recurrí a esta obra porque en Castelar se juntan el político liberal con el cristiano orgulloso de su fe, el gobernante con el filósofo e historiador, seguro de que su visión nos daría un aporte revelador sobre el tema. La lectura de su docta prosa no me defraudó.

Lo primero que resulta de la obra es que el cristianismo no se presenta a los hombres solamente como una nueva religión, es una nueva vida; llega para transformar a las personas y para cambiar a la humanidad. Don Emilio nos dice: “Es necesario estudiar la raíz de nuestra vida, el principio de nuestra civilización, el cristianismo, y estudiarlo, no solo para conocerlo sino para sentirlo, y sentirlo, no solo para amarlo sino para practicar sus grandes doctrinas morales”.

La principal diferencia entre el gobernante cristiano y el pagano consiste en que este cree que toda injusticia le es permitida por su patria y el cristiano que toda patria le es verdaderamente extraña, o que toda la tierra es su patria; el pagano acaricia las grandes ambiciones que agitan de continuo su vida, y el cristiano las grandes virtudes que le han de servir para más allá de la muerte. Uno sueña con el poder político de un día, el cristiano en el poder de su idea, que es el poder de todos los tiempos.

La doctrina cristiana sostiene la libertad y la igualdad ante Dios, deduciéndose de esa idea la necesidad de sostener esos valores frente al Estado y la sociedad.

La libertad debemos considerarla como un principio sacratísimo, que cuando falta los pueblos caen en la corrupción y en el envilecimiento. La democracia para el cristiano es el desarrollo de la idea de libertad e igualdad sembrada por Dios en el alma del hombre. El cristiano no puede “entregar el mundo a la autoridad de un solo hombre, al silencio del pensamiento, al ocio de la voluntad, a la pérdida del derecho, sin hundirse en el vicio, amargo fruto de la servidumbre”.

Castelar sugiere que los historiadores deben advertir que tras la dictadura llega el despotismo y tras el despotismo el envilecimiento; la sociedad no puede considerarse cristiana cuando impone a los tiranos en su cúspide. La aplicación de la idea de Dios a la vida nos compromete con la libertad, con la igualdad, con la justicia, con el derecho y con la democracia, el respeto a estos principios fundamentales definen a una sociedad o a un gobierno como cristiano.

Las conferencias del Ateneo tienen un mensaje de fe y esperanza, sostienen que las ideas progresivas humanitarias no se pierden ni se ahogan, pues son como eterna revelación de Dios en la conciencia y en la vida y que estamos obligados los cristianos a defender el pensamiento de Dios como alma de la humanidad y vida de la naturaleza, siguiendo el surco luminoso que dejara la palabra de Cristo; que solamente cuando se unen los hombres en un ideal superior de derecho y se abate la soberbia y se alza la unidad, las sociedades van siendo más grandes y justas y acercándose más al espíritu de Cristo. El autor es abogado.

Opinión cristianismo política archivo
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