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Anuar Ismael Áreas, cruzrojista voluntario que participó en los rescates del jueves 16 de octubre. LA PRENSA/M. ESQUIVEL.

Los héroes del barrio 18 de Mayo

“¡Aquí hay unas niñas y están vivas!”, gritaba un rescatista de la Cruz Roja, vestido con camisa y pantalón blanco, en medio del bullicio y la tragedia del barrio 18 de Mayo. Se arrodilla en el lodo y alumbra con una lámpara por un agujero que dejó la sacada del cadáver de un niño que no sobrevivió al deslave. “Ya mi amor, ya vamos a llegar”, intentaba animar a quienes estaban sepultadas debajo de una pared de concreto.

“¡Aquí hay unas niñas y están vivas!”, gritaba un rescatista de la Cruz Roja, vestido con camisa y pantalón blanco, en medio del bullicio y la tragedia del barrio 18 de Mayo. Se arrodilla en el lodo y alumbra con una lámpara por un agujero que dejó la sacada del cadáver de un niño que no sobrevivió al deslave. “Ya mi amor, ya vamos a llegar”, intentaba animar a quienes estaban sepultadas debajo de una pared de concreto.

El rescatista se quita el casco, las gafas y los guantes que le dan seguridad y se dispone a entrar por el agujero de unos 60 centímetros de diámetro para sacar a las únicas víctimas que están vivas tras el deslave ocurrido en ese barrio de Managua.

[doap_box title=”Las cifras de la tragedia” box_color=”#336699″ class=”aside-box”] E l deslave del barrio 18 de Mayo provocó la muerte de nueve personas, entre niños y adultos.
El muro perimetral cayó sobre cuatro casas, aplastando a sus habitantes.
Antes de rescatar a las únicas dos niñas sobrevivientes, se habían sacado 5 cuerpos sin vida; las esperanzas de encontrar personas vivas eran pocas.
Después de las niñas, cuatro cuerpos más fueron encontrados, el último a eso de las 11:00 de la mañana del viernes 17 de octubre.
Anuar Ismael Áreas analiza por qué sobrevivieron las dos niñas y tiene una teoría: Dormían en una cama cuyo colchón gastado por los años tenía un hueco en el centro. La pared no cayó sobre las menores porque el hueco les dio espacio. [/doap_box]

Según los protagonistas de la tragedia, el deslave empezó a eso de las 8:00 de la noche. La fuerte lluvia que caía sobre Managua no alertaba de los estragos que estaba a punto de provocar el pasado 16 de octubre. La tormenta hizo que el muro que separaba a los habitantes del residencial Lomas del Valle y los del barrio 18 de Mayo, cayera sobre las casas que tenía a sus pies, aplastándolas de inmediato con todo lo que tenían en su interior, personas incluidas.

La alerta llegó a la central de la Cruz Roja Nicaragüense, y de inmediato empezaron a hacerse llamadas para solicitar la presencia de los rescatistas.

Al momento del desastre, Anuar Ismael Áreas está en la piscina Las Barracudas entrenando junto a decenas de voluntarios más para el plan playa del 2015. Áreas tiene 37 años y 18 de ellos los ha pasado como voluntario y ha atendido centenares de tragedias.

El celular le suena y la voz es enfática en el llamado: “Tenemos una emergencia grande y necesitamos a todos los rescatistas”. Junto con él, otros cruzrojistas voluntarios se mueven en un vehículo de recorrido y van a sus casas para recoger un paquete que ya está preparado. El bolso tiene gafas, guantes, cascos y ropa para atender tragedias de la época de invierno.

45 minutos después llegan al barrio 18 de Mayo. El panorama es poco alentador: “Vi desolación, llanto y mucha tristeza en la gente que estaba viviendo la tragedia”, relata hoy Áreas, quien está trabajando en su cargo de técnico en reparación de computadoras en una empresa en Managua.

Áreas lleva un pantalón blanco y camisa del mismo color con el distintivo de la Cruz Roja, su casco puesto, los guantes y unas gafas que son el equipo de seguridad para emergencias. Lo primero que hace es preguntar a la gente dónde podrían haber víctimas y de ahí buscan palas y picos para empezar a cavar. Los primeros resultados no son alentadores. Cadáveres tras cadáveres son lo único que logran sacar de debajo del muro. Uno de los últimos, un niño que pereció debajo de la tumba hecha por el muro y sellada por el lodo.

“¡Silencio, silencio!”, Áreas les decía a las decenas de rescatistas en el lugar. El sollozo de una niña o su intento por pedir ayuda se escucha debajo del muro. Al sacar el cuerpo del niño que previamente habían encontrado se hace un pequeño hueco que le permite ver movimiento en un espacio donde un hombre adulto no cabe.

LAS NIÑAS MILAGRO

“¡Aquí hay unas niñas y están vivas!”, grita Áreas, y al verse limitado por el espacio donde debía trabajar, deja a un lado su casco, sus guantes y las gafas, violando así el protocolo de seguridad. Se arrodilla en el lodo que en algunas partes se tragaba hasta las rodillas de los rescatistas y anima a las niñas: “Ya mi amor, ya vamos a llegar”.

Áreas saca palos, zinc, piedras y objetos de la casa que hacían más estrecho el agujero y después de varios intentos logra alcanzar el pie de una niña. Es la menor de las sobrevivientes. Más tarde se sabría que tiene tres años de edad y su nombre es Sherly Bello. Su hermana mayor de seis años, Elízabeth Centeno, la tiene abrazada en la cama donde se preparaban para dormir. Esto cuenta el rescatista que ocurrió debajo de la pared. La conversación, según recuerda fue algo así:

—Dame a la niña.

—No la quiero soltar.

—Dámela. Soltala. Las queremos ayudar. Pero soltala para no lastimarla.

La persuasión de Áreas funcionó unos segundos después. Elízabeth soltaba a la hermana menor que intentaba proteger y, tomándola por el pie, el rescatista logra sacarla por el pequeño agujero.

“¡Guíñenme, guíñenme!”, gritaba Áreas con apuro y desde afuera sus compañeros lo toman del pantalón y las botas y lo jalan. Al lado tiene un rescatista que da la buena noticia afuera: “¡Se está moviendo!” Y cruzrojistas, bomberos, miembros del Ejército y la Policía estallan en júbilo.

Áreas sabe que tiene poco tiempo. Su temor era que la pared que no estaba sostenida por nada pudiera caer sobre la otra niña de seis años que todavía estaba atrapada y no tiene tiempo para advertir a sus compañeros de que hay alguien más con vida. Se vuelve a tirar al suelo e intenta alcanzar a Elízabeth, pero no puede.

EL SEGUNDO LLAMADO

A eso de las 9:00 de la noche, en la misma piscina de Las Barracudas, queda todavía en entrenamiento otro grupo de rescatistas. Gustavo Peña, de 21 años de edad, y Eduardo Calero, de 24, también reciben el llamado de la Central. Van creídos que se trata de una inundación y no se esperaban encontrar el panorama con el que los recibe el barrio 18 de Mayo.

“La gente estaba nerviosa”, recuerda Peña, quien tuvo que pedir ayuda a la Policía Nacional para que controlaran a las personas que no los dejaban trabajar.

Calero también está en el lugar y se pone a disposición del coordinador para empezar a hacer trabajos de rescate. Esta vez les toca sacar solo cadáveres, han pasado casi tres horas desde que inició la tragedia.

En un nuevo intento, Áreas le dice a Elízabeth que se mueva hacia él un poco. Pero ella está aterrada, “en shock”, dice el rescatista, quien sintió que pasaron tres minutos para poder convencer a la niña de que se moviera, pero ese tiempo eterno en realidad, fue solo un minuto, nada más.

La niña por fin se mueve, estira uno de sus bracitos y Áreas la agarra, pero no la puede sacar. Su cuerpecito, más grande que el de su hermanita, no cabe por el hoyo donde salió la primer niña y debe usar sus manos desnudas rápidamente para abrir un espacio un poco más grande. Lo logra, la toma nuevamente: “¡Guíñenme, guíñenme!”, volvió a gritar Áreas.

Sale la segunda niña atacada en llanto. Y afuera nuevamente las expresiones de júbilo. Era la algarabía de ver que alguien sale con vida de las tumbas que se llevaron a nueve personas.

QUEDAN LOS MUERTOS

Peña y Calero escucharon más tarde la hazaña. Anuar Ismael Áreas había sacado con vida a dos personas, a dos niñas. Y cuando llegaron a verlo esa noche, fue solo para verlo trabajar con ellos en el rescate de 5 cadáveres más. El último, que saldría hasta la mañana del día siguiente.

Esa misma noche encontrarían, Peña, Áreas y Calero otro cadáver. Una mujer que murió aplastada por la pared. Llegar a los cuerpos no era fácil, relatan los rescatistas. “(La mujer) tenía exposición de masa encefálica”, así dicen los rescatistas cuando se refieren a una persona cuyo cerebro quedó expuesto en un lugar tras un fuerte golpe.

Áreas recuerda la escena triste de ese momento. Una mujer muerta ya era duro y ver una pacha a su lado sin un cuerpo, era peor. Sabían que había un bebé, pero no tenían idea de dónde podía estar. Tras varios minutos de búsqueda, encontraron una bebé debajo de una viga, también víctima de la tragedia de esa noche.

Era casi viernes. Anuar Áreas se toma un momento para alejarse. El trabajo continúa y todavía sabe que hay personas desaparecidas que podrían encontrar debajo de aquellos escombros. Durante unos minutos camina rumbo hacia el cauce cercano al lugar. Cae de rodillas y antes de volverse a levantar dice: “Gracias Dios por permitirnos rescatar personas con vida”.

Reportajes barrio 18 de mayo deslave héroes archivo

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