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Luis Urbina. LA PRENSA/ ARCHIVO.

Las lágrimas de Mama Naya

Tuvo que golpear varias veces la puerta y por fin apareció la cara desvelada e inundada en lágrimas de Mama Naya. ¿¡Dónde has estado hijo mío!?, preguntó ella vestida con una pijama blanca cubierta de flores rosadas.

Por Arquimedes González

Tuvo que golpear varias veces la puerta y por fin apareció la cara desvelada e inundada en lágrimas de Mama Naya. ¿¡Dónde has estado hijo mío!?, preguntó ella vestida con una pijama blanca cubierta de flores rosadas.

Rápido abrió los tres cerrojos.

Lo abrazó, pero se retiró al ver que en su mano izquierda sujetaba el cuchillo.

¡Por favor, tirá eso!, imploró.

El hombre no la escuchó.

Entró y se dejó caer en la esquina derecha de un sillón rojo. Ahora era su mano derecha la que balanceaba el arma como si todavía apuñalara a Margarita Alvarado.

“El mundo te busca”, anunció la mujer pecosa y regordeta. Tenía el cabello enrollado en tubos y aderezado con aguacate y miel. En su mano derecha tenía un cigarro y en la otra un vaso con cerveza medio lleno o medio vacío, dependiendo de quien lo viera.

¿Sabés lo que hiciste?

La maté.

¡Hijito, has destruido tu vida!, lamentó Mama Naya sentándose en la mecedora con más lágrimas que caían en sus labios y otras se revolvían con la cerveza.

¿Querés ron?, preguntó la obesa bebiendo un sorbo de cerveza.

El hombre afirmó con la cabeza y soltó el cuchillo que se quejó del inesperado choque contra el piso. Con la mirada buscó a Flor, pero antes de hablar, vio que era ella quien ofrecía el vaso.

Hacé un trato con los azules y entregate, aconsejó la rechoncha.

¿A qué saben los tratos?, interrogó y bebió. Si me quieren, que me vengan a buscar, retó.

¿Qué vas a hacer?, quiso saber Mama Naya, a quien su pijama le resaltaba sus carnes, dejaba ver sus grandes senos y el biquini embutido en el trasero.

Voy a echar un polvo, anunció Rodrigo Cuarezma poniéndose de pie.

La Prensa Literaria

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