Hay una expresión del técnico de los Mavericks de Dallas, Rick Carlisle, que define muy bien el espíritu de este conjunto campeón del baloncesto de la NBA.
“No corremos tan rápido, ni saltamos tan alto, pero sabíamos que nuestra determinación y el hambre de triunfo, nos impulsaría a realizar lo inesperado”, indicó el entrenador.
Y eso fue lo que pasó. El equipo de veteranos, con un extenso historial de fracasos, se plantó en la cancha con tenacidad y fue más que el plantel que se apoyaba en tres grandes pilares, a los que les faltó fuego y acompañamiento.
A través de un baloncesto dinámico, con mucha movilidad del balón y preservando la calma aún en la zona donde crujen los huesos, los Mavericks crecieron hasta imponerse con toda legitimidad, frente a un Heat considerado favorito por los expertos.
Y en ese juego de equipo, que en realidad fue el factor desequilibrante, resultó trascendental el esfuerzo del alemán Dirk Nowitzki, quien a diferencia de otros jugadores puntales, no se escondió, sino que asumió la responsabilidad y salió a flote.
Nowitzki entendió que el liderazgo es trazar el camino y recorrerlo primero, pero sobre todo, supo que lo esencial es hacer que los demás a su alrededor mejoraran. De modo que cuando la defensa del Heat le cerró las puertas a él, los demás sabían qué hacer. Y lo hicieron.
El último juego, quizá el más pobre para Nowitzki desde la noche que tuvo gripe y afectación en un dedo, la presencia de Jason Terry fue más clara, lo mismo que José Juan Barea, cuyo dinamismo le puso ritmo al juego, y los disparos de Jason Kidd, daban el tiro de gracia.
Fue una buena forma de llegar a la cima para los Mavericks (Aventureros) fundados en 1980 por Dan Carter, quien supo cuándo apartarse, y sostenidos por Mark Cuban, quien supo cuándo callar, para dejar que sus jugadores hablaran en la cancha.
Y lo hicieron también que apagaron el calor de un equipo que al final no lo fue. Tres “ases” no eran suficientes para frenar a estos fabulosos Mavericks.
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