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Fabio Gadea

¿Todos en las playas?

Querida Nicaragua: Es un hecho que en los días previos a la Semana Santa las gentes entran en un correcorre contagioso, se llenan los supermercados, se atascan las carreteras, proliferan los accidentes y siempre hay varias docenas de muertos, ya sea en accidentes de tránsito o ahogados en los balnearios. Y el decir general es que todo el mundo se va a las playas, que las ciudades quedan semihabitadas y que las iglesias están vacías.

Cierto que el mar es espectacularmente bello. A mí me encanta de las cuatro de la tarde en adelante, cuando el sol se va ocultando y el paisaje crepuscular nos llena de sosiego y paz. Pero, no es verdad que “todo el mundo” se va a las playas. Ni es verdad que las ciudades queden tristes y que las iglesias estén vacías.

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El papa Francisco me recuerda al pobrecillo de Asís. No es nada raro que tengamos hoy un papa Francisco, émulo de aquel santo que hizo de la castidad, la pobreza, la humildad y el amor al prójimo, el centro de su vida. Cierto que el siglo XXI no es el siglo XIII, pero el mundo de hoy anda revuelto, todos quieren ser ricos cueste lo que cueste, por encima de los valores morales, todos quieren tener lo mejor sin importarles el mundo de la pobretería que agoniza en la miseria. El papa Francisco es una gran esperanza. El Espíritu Santo lo puso y Dios lo guía. Bendito sea el papa Francisco.

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Numeritos hablan, dicen los entendidos. Nuestra Nicaragua tiene más o menos cinco millones de habitantes. ¿Cuántos balnearios grandes y pequeños, lujosos o discretamente confortables hay en nuestro país, en el Pacífico, en el Atlántico y en sus lagos y ríos? No los tiene pero supongamos que tenemos quinientos balnearios y que en cada uno de ellos veranea un promedio de dos mil personas. Una simple multiplicación nos dice que los veraneantes suman un millón de personas.

Pregunta: ¿Dónde están los otros cuatro millones de habitantes que tiene nuestro país? Obviamente en las ciudades y pueblos y naturalmente las iglesias católicas no están vacías; algunas de ellas están repletas, la gente se apiña en su puerta mayor y en sus puertas laterales viviendo los oficios de los días santos. Las iglesias protestantes igualmente están celebrando sus cultos.

Estuve en mi pueblo natal, Ocotal, (Ciudad Segovia), rememorando los días de mi infancia y adolescencia. Me impresionó enormemente la multitud que asistió a las procesiones. La procesión del silencio el Jueves Santo por la noche, con música fúnebre e hileras de soldados romanos vestidos a la usanza de la época, el viacrucis el Viernes Santo por la mañana con la imagen del Nazareno, una bellísima joya tallada en madera, obsequiada por doña Andrea de Bovadilla en 1824. Solamente en Guatemala he visto un Nazareno igual a este.

En la tarde del viernes la procesión del Santo Entierro con el mismo fervor de antaño, la misma majestuosa solemnidad donde solo se escuchan las notas fúnebres propias de la época.

Las procesiones cubrían el trecho de unas tres cuadras anchas y largas, tupidas de fieles promesantes.

Mi pueblo no ha perdido el encanto solemne de estas celebraciones, sigue manteniendo la tradición, la religiosidad y la fe. La única diferencia es que antes, en las estaciones del viacrucis, nos arrodillábamos sobre la arena blanquísima de las calles y hoy lo hacemos sobre los modernos adoquines.

Pero es importante saber que no “todos se van a las playas”, como corrientemente se dice, sin que tampoco sea censurable que muchas personas asistan a ellas y disfruten sanamente de las delicias del mar.

El poder de convocatoria de Nuestro Señor sigue siendo enorme. Y estoy seguro que muchas familias veraneantes en la Semana Santa guardan el debido respeto por los días santos, oran y reflexionan autor es director general de Radio Corporación.

Columna del día Opinión Papa Francisco Semana Santa archivo
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