Augusto, querido amigo:
En el parque me encontré un Alma llorando y temblando de hambre y de frío.
Yo inmediatamente me la puse y he andado con ella alimentándola
y tratando de borrarle las decepciones de su vida.
Pero mucho se queja. Dice que mi Alma es muy grande
y que le da pena seguir incomodándola, que por favor encuentre a su dueño,
que su dueño es bueno en lo íntimo de la noche callada,
que se llama Augusto y que ese Augusto tiene sesenta y seis años de ser adicto
al demonio, al mundo y a la carne.
Yo no se lo he dicho a nadie,
pero te escribo por si acaso no te has dado cuenta que la perdiste.
Yo aquí te la tengo.
Abrazos.
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