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“Este maestro jinotegano desde su niñez fue atrapado por el arte y él le correspondió con una entrega mística total. Su obra es un problema de la luz, el color y la mística por la conquista de la perfección”. Anastasio Lovo, crítico de arte

Versos al óleo

El pintor jinotegano, Mauricio Rizo, expresa en sus obras la admiración a Rubén Darío y su grandeza intelectual

Pintar escenas alusivas a los poemas de Rubén Darío y su grandeza intelectual en la lírica modernista es el enfoque del pintor jinotegano Mauricio Rizo quien ha materializado desde un lenguaje impresionista lleno de luz, colores y contrastes.

En sus primeras pinturas al óleo, son recreadas escenas eróticas, religiosas, el poder y la injusticia, las virtudes y defectos humanos, y la llegada de Rubén, la primera vez a Chile.

Seis años atrás pintó un estudio del cuento El Rey burgués, visto en dos planos contrastantes: la opulencia personificada en el rey que vive en palacio rodeado de mujeres; y el poeta a la intemperie que sufre y muere con su caja de música y libros regados a sus pies.

“El arte le da cobijo al poeta, a la cultura, a la poesía”, expresa Rizo, al magnificar la esencia de la creación literaria de Darío, de quien se declara un lector de su biografía, Azul, Prosas profanas, y de otros poemas.

“La obra de Rubén Darío es profunda, es tanto que he leído poco. Darío, además es humilde a pesar de su grandiosidad, eso lo plasmé en otras de mis pinturas sobre su llegada y encuentro que tuvo en Chile en 1886”, dice el pintor.

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Un elemento característico en todas las obras de Mauricio Rizo es el uso de la figuración de la escultura pintada sobre el lienzo, las historias en sus contradicciones, la imagen del poeta en las alegorías antes descritas. “Esto es un homenaje a su grandeza intelectual”, resalta el artista.

Anunció que las seis primeras obras serán parte de una exposición sobre los cuentos y poemas de Rubén Darío que exhibirá para el Primer Centenario de la muerte del bardo, el 6 de febrero de 1916.

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La llegada de Rubén a Chile

Darío fue recibido en la estación del ferrocarril por un personaje notable. Al verlo joven y vestido sencillo le preguntó despectivamente: “¿Será acaso usted el señor Rubén Darío? ¿Será acaso usted el señor CA?” Estas preguntas le dan nombre a sus pinturas.

Una tercera obra hace alusión al poema, El reino interior, que trata sobre las siete virtudes y los siete pecados capitales. Su escenario es de palacios con un jardín de flores y malezas; al centro una fuente donde está el león que recuerda al que está en la tumba de Darío, “un ángel dormido, simboliza al poeta en su estado de inmortalidad”, dice el artista.

Hay una copa pequeña significando las siete virtudes y un ánfora grande para los siete pecados capitales, porque en ella “pueden alcanzar hasta 14 pecados”, externa Rizo con ironía.

El lobo y Francisco de Asís

Los motivos del lobo, otra de sus pinturas, alude la condición humana en su última escena del poema cuando el místico Francisco de Asís busca al feroz lobo de Gubbia para calmar su furia.

Su composición contrasta la realidad humana y animal: vemos al ser humano que mata por ambiciones y violencia, el lobo para sobrevivir un día más. Los únicos seres vivos en estas obras son el lobo y San Francisco, los demás, esculturas petrificadas.

Sobre el cuento El sátiro sordo, Rizo comenta: “En esta obra sobresale la diafanidad del cromatismo luminoso, porque el mismo poema lo indica. Es un canto a la primavera, la luz, la floresta, un elogio a la vida en su plenitud”.

Su relato plástico ubica al poeta (Orfeo) en el bosque ansiando paz, este se encuentra con el sátiro a quien le habla de la poesía, pero el sátiro no oye nada porque fue desterrado por Apolo y dejado sordo por espiarlo.

“Es pintado como escultura sin vida, los únicos seres vivos en esta obra son el poeta, la alondra y el asno”, explica Rizo.

Los cuentos

La última obra es sobre Palomas blancas y garzas morenas, prosa autobiográfica de Darío. El artista pinta la cúpula de la catedral de León como el escenario o “cielo” de los romances del poeta en sus años mozos.

Presenta dos escenas idílicas: la del beso en la mejilla robado a su prima Inés, la “paloma blanca” que escapa de él ante la falta de amor; y a Elena en su paseo por el lago, la “garza morena”, su musa ardiente a la cual besa en los labios. Esta imagen es una escultura fusionada en una pieza de mármol, como símbolo de “eternidad del primer beso”, dice Rizo.

Cultura arte archivo

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