¿De quién es la culpa? A raíz del alud de aplazados en los exámenes de admisión universitarios ha vuelto a evidenciarse lo que ya se sabía; que nuestra educación anda muy mal. Con ello ha vuelto también la búsqueda de culpables: que si es el Gobierno, o el viceministro o a las autoridades educativas, o que si los maestros, o el mal currículo, o la falta de financiamiento, etc.
En realidad son muchos los culpables, porque un problema, como el educativo, nunca es causado por un solo factor sino por la combinación de muchos. Lo que llama la atención es que en el enjambre de responsables de nuestra mala educación rara vez se menciona uno de los más importantes: los estudiantes.
Son legión la alta proporción de alumnos vagos e irresponsables, que no les interesa estudiar o hacer el sacrificio o esfuerzo que implica ser bueno. Lo atestiguan la cantidad de docentes que comentan lo difícil que se ha vuelto sacarle el paso a la mayoría de sus estudiantes; el desinterés profundo que tienen por los temas académicos o por aprender; su aspiración a sacar buenas notas sin sudar, a través del truco o la rotonda; su alergia al leer, pero no a gastar muchas horas diarias en chatear, ver televisión, o pasear en el barrio.
Con estudiantes así gran parte del esfuerzo que hacen los maestros, así como de los recursos que gasta el Estado y sus padres en educarlos, se desperdician. A mayor nivel de estudios mayor el desperdicio. Con lo que se gasta anualmente en un mal estudiante universitario se podrían atender diez niños de primaria.
El fallo del estudiante es parcialmente culpa de ellos mismos; porque siempre subsiste en el ser humano una mínima capacidad de decidir. Pero también lo es de las circunstancias que los rodean. ¿Es fácil motivar estudiantes carentes de textos y cuyos maestros son ignorantes o aburridos? ¿Qué interés podrán tener con un currículo memorístico que no cultiva la creatividad y que tiene poca relevancia para su vida?
Pero hay todavía un factor más importante que los anteriores que rara vez se menciona: los padres. Su influencia en el desempeño escolar es extraordinaria; los niños que crecen en hogares donde reciben disciplina, apoyo y atención, y donde sus familias se involucran en sus tareas o deberes escolares, tienen por regla general mucho mejor desempeño académico que los demás. Si algo explica por qué los estudiantes asiáticos en Estados Unidos tienen las mejores notas, es porque vienen de matrimonios más estables y exigentes que el promedio.
Uno de los pocos alumnos que aprobó con cien el examen de admisión de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI): Jonathan Pineda, quien a su vez enseña matemáticas, comentó en una entrevista reciente: “Ahora no hay interés del padre de velar por la educación de su hijo ni del hijo por estudiar (…) Cuando yo llamo a reunión de padres de familia, si llegan diez de los treinta padres yo lo considero exitoso ”
Son legión los malos estudiantes en parte porque son legión los padres y madres de familia que se desentienden de su obligación primordial de ayudarles a ser buenos.
Para comenzar, muchos de ellos los abandonan —el abandono paterno en Nicaragua es altísimo— y quienes no lo hacen rara vez se involucran en sus estudios; no los motivan ni los disciplinan.
La educación es, como señalaba Jonathan, un trípode cuyos pilares principales son alumnos, maestros y padres. No puede sostenerse si falla alguno de ellos. El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
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