Nuestro modesto beisbol, que significa un retorno a lo concreto, a la identidad nacional en estos tiempos globales, perdió a su más ferviente impulsor ayer, con la muerte de don Carlos García Solórzano.
García promovió el beisbol con la misma violencia productiva con que Rubén Darío empujó la literatura, Camilo Zapata la música y Armando Morales la pintura. Llevó el juego a terrenos inexplorados.
Es así que la familia de García, quien falleció ayer en Managua a los 83 años de edad, decidió dividir la cenizas de su patriarca entre el Salón de la Fama y la tumba de la familia en el Cementerio General de la capital.
Iván García informó que los restos del dirigente deportivo serán velados en la funeraria Monte de Olivos, pero también en el Salón de la Fama, ubicado en el Estadio Nacional Denis Martínez.
De igual manera, se dijo podría ser llevado al Instituto Nicaragüense de Deportes (IND), aunque no ha sido confirmado.
Los horarios para estas honras fúnebres están por ser confirmados por los familiares.
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Cultivó un gusto especial por las complicaciones e hizo de su habilidad para administrar problemas un temible instrumento de ataque, con el que desafió a las nomenclaturas y se adelantó al tiempo.
A su energía y dinamismo, Carlos agregó una gran pasión por los deportes, de los que nunca se desconectó, pese a sus ocupaciones como detective, agente aduanero o funcionario gubernamental.
Justo cuando el beisbol nacional registraba un vagabundeo fantasmal, tras la conclusión de la primera etapa de la Liga Profesional, García lo resucitó de entre los muertos y los lanzó al futuro.
Después de organizar los primeros torneos de Primera División a partir de 1970, Carlos logró el montaje de los Mundiales de 1972, 1973 y 1994, asumiendo retos que parecían insuperables.
Pero antes que eso, García fundó el Comité Olímpico Nicaragüense y varias federaciones nacionales, a fin de poder asistir con una delegación pinolera a los Juegos Panamericanos de Chicago en 1959.
García provocó un verdadero punto de inflexión en el deporte nacional, al darle un carácter más organizado y lanzarlo más allá de nuestras fronteras, algo impensable por aquellos días.
Al ser “desterrado” a Corinto, tras hacer revelaciones que implicaban a altos oficiales de la Guardia Nacional en el robo de la caja de Ada Moncada, García comenzó a organizar las Pequeñas Ligas.
Aquellos esfuerzos fueron solo las gotas que anteceden al chaparrón, porque luego la historia deportiva nacional apreció a su más grande dirigente, que llegó incluso a ocupar puestos altos en el engranaje beisbolero mundial.
Su gran pecado fue, a pesar de que se relevó contra el sistema, que representaba el poder petrificado, luego decidió no bajarse de las alturas y concretó un abrumador y extenso ejercicio de autoridad.
Su mayor mérito fue que, a pesar de saber sujetar sus emociones y nunca reaccionar con violencia, jamás sacó la bandera blanca en medio de una disputa y se mantuvo firme hasta el final.
Jamás pidió tregua, ni ante la perversa enfermedad que ayer le ganó el duelo. Eso sí, cuando las luces se apagaron, el conteo, en la pizarra de la historia, estaba a su favor.
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