El atroz crimen cometido la semana pasada en la Revista francesa Charlie Hebdo no tiene ninguna justificación. Y celebro que para buena parte de la humanidad sea así. Tampoco es el único caso de horror que estamos viviendo en este siglo nuevo. Pero nos obliga a mostrar solidaridad con las víctimas, repudio al fanatismo de cualquier orden y aportes a un debate que está tan lejos como Francia y Medio Oriente, pero tan cerca como nuestra misma Nicaragua.
Charlie Hebdo está geográficamente lejos pero conmovedoramente cerca para los que creemos que la libertad de conciencia y de expresión, en cuyo derecho entra el género de la sátira, no son ya discutibles. Y que no tienen más límites que el derecho a protegerse de la difamación y calumnia por medios civilizados. En lo personal me desagradan algunas caricaturas sobre personajes nacionales e internacionales. Puedo entender el sentimiento de repudio de mahometanos por la famosa sobre Mahoma. Pero de ninguna manera podría aceptar semejante reacción. Y estoy segura que no es aceptable por la mayoría de seguidores de esa religión. Porque acabar con vidas en razón de ideas diferentes o porque no nos gustan sus formas de expresarlas, es una intolerancia que nos devuelve al tiempo de la barbarie que estamos viviendo. Yo soy Charlie y lo digo en altas y claras voces. Estudié en Francia y ese país reforzó en mí, con el ejemplo de acalorados debates —los franceses son tan latinos como nosotros— , un principio que valoro altamente y que hace más de cuatro siglos lo expresó muy bien el francés Voltarie: “Puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero daría la vida por defender tu derecho a decirlo”. Mi total solidaridad con las víctimas de Charlie Hebdo y con todas las víctimas del fanatismo intolerante, de hoy y de antes.
En Nicaragua, me sorprendió escuchar a un periodista nicaragüense de un conocido programa de debate nacional insistir en que ese crimen fue una consecuencia de sus mismas caricaturas provocadoras. Me sorprendió que, con esa insistencia, voluntariamente o no, proyectara una velada justificación, a la que enérgicamente se oponía Fabián Medina. Y la que por el contrario, otro invitado al programa reforzó diciendo: “Hasta Cristo fue un radical porque dijo, el que no está conmigo está contra mí”, con la misma tendencia oficial de utilizar la religión para decir verdades a medias, en este caso, omitiendo el mensaje de amor, central a Cristo. Tal como hacen aquellas dictaduras que fanatizan y manipulan conciencias para excluir y controlar. Y con la misma línea de pensamiento que ha soportado todos los crímenes contra las personas y contra la libertad a lo largo de nuestra historia nicaragüense y en la actualidad.
Puede que no nos demos cuenta, pero es el mismo razonamiento que “justifica” las detenciones arbitrarias, las agresiones a las marchas, las tomas de lugares públicos para obstaculizar la libre expresión, como sucede frecuentemente en las rotondas de Managua y como ocurrió este 10 de enero en el monumento a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Y es exactamente el mismo razonamiento que provoca un ejercicio del poder político y económico sordo y agresivo con las opiniones diferentes, como es el caso en relación a la ley canalera.
No nos desenfoquemos. Este debate no es sobre religiones (dichosamente); no es sobre racismo y no debe exacerbar la xenofobia de ningún tipo; no es siquiera sobre oriente y occidente. Es sobre intolerancia y respeto a la libertad. O lo que es lo mismo, sobre la opción entre la dictadura o la democracia. Entre la guerra o la paz. Aquí o allá.
La autora es directora ejecutiva del movimiento por Nicaragua
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