El pueblo nicaragüense se ha distinguido por sorprender al mundo en más de una ocasión. Lo hizo con heroísmo cívico hace 25 años cuando destronó del poder absoluto a los comandantes de la revolución y puso fin a diez años de dictadura sandinista. Sorprendió también en 1979 con un levantamiento armado que terminó con el absolutismo de cincuenta años de dictadura somocista.
En las elecciones del 25 de febrero de 1990 dimos un ejemplo de civismo y madurez política que impactó a nivel mundial. La presidenta electa, mi madre Violeta Chamorro, en su primera declaración dijo: “Aquí nadie ha perdido. Aquí todos hemos ganado una democracia. Ni vencedores, ni vencidos. Mi gobierno significa reconciliación y libertad para los nicaragüenses”.
Cuando la Unión Nacional Opositora (UNO) le ofreció ser su candidata, la oposición estaba fragmentada como hoy. Por un lado 14 partidos políticos necesitaban unirse por la democracia y ganar legitimidad nacional e internacional para poder ser alternativa de gobierno. Por el otro, los contrarrevolucionarios con respaldo de Estados Unidos, a quienes había que darles confianza e invitarlos a cerrarle puertas a la guerra y abrirlas a la paz.
Le pregunté a mi madre si estaba lista para manejarse con esa oposición y, además, tirarse al ruedo contra un sistema represivo y un candidato que contaba con un partido vertical, todo el aparato gubernamental y las fuerzas armadas. Me dijo: “mira Cristiana, si Nicaragua me necesita vamos”. Y así aceptó la candidatura, sin ponerle mente a la fuerza de su contrincante disfrazado entonces de “gallo ennavajado”.
Lo importante era unirlos a todos y lograr la legitimidad de la coalición opositora ante un pueblo que lloraba por el servicio militar, las tarjetas de racionamiento, el despojo de sus propiedades, los exiliados, la represión a sus libertades, la incertidumbre de sus hijos… Ante tanto sufrimiento había que sacrificarse y aprovechar el espacio que nos abrieron los Acuerdos de Esquipulas, firmados por los sandinistas porque se encontraban en su mayor crisis de legitimidad.
En los meses anteriores a las elecciones del noventa estábamos como estamos hoy en que toda esperanza se desvanece ante un poder que se presenta inconmovible frente a la opinión pública, despreocupado por el futuro y aparentemente invencible. La ilegitimidad del gobierno sandinista se sostenía en las armas de la Unión Soviética, como ahora lo hace con el petróleo de Venezuela. El pueblo parecía estar en silencio o mejor dicho no tenía posibilidad de expresarse porque su palabra estaba condicionada a una tarjeta de racionamiento.
Muchos creían que ese silencio, era incapacidad de rebelión y que no había posibilidad de cambiar las cosas. Con cada violación a la ley, atropello a los derechos humanos, abuso con los bienes del Estado o devaluación venía con la pregunta, que hoy también nos hacemos: ¿Cuando se irán a levantar los nicaragüenses, por qué no se toman las calles?
Esta interrogante tuvo una repuesta contundente el 25 de Febrero de 1990. Vivimos un levantamiento cívico, una revolución de “seda” como le dijo un gobernante democrático a mi madre. El pueblo confió en doña Violeta, porque el nicaragüense comprende todo, intuye el engaño, encuentra con instinto infalible la autenticidad de sus líderes, y no hay propaganda por muy bien hecha que sea, ni regalos que lo compren o desorienten .
Diez años de adoctrinamiento sandinista con el paquete AFA en una mano y una amenaza en la otra, quedaron atrás en el momento que la ciudadanía encontró legitimidad en una oposición unida bajo un liderazgo auténtico. Tuvo confianza porque sabía que su voto estaba doblemente garantizado. Primero, por una mujer valiente y honesta comprometida con su defensa y el clamor popular de transitar a Nicaragua de la guerra a la paz, del totalitarismo a la democracia y de una economía estatal al libre mercado.
Segundo, quedó claro que la presión nacional e internacional de observadores tuvo un valor enorme y decisivo. Y en este balance de factores, es justo reconocer que el Consejo Supremo Electoral de entonces ganó el primer lugar en la historia electoral. Sus magistrados pusieron en práctica el pensamiento esencial de la democracia que es rodear de libertad la opinión popular para que exprese sin temor su soberanía.
Hoy como ayer el futuro de Nicaragua está en ese pueblo que vemos todos los días regado por las calles, pero que en medio de su pobreza piensa, almacena rencor si lo ofenden y gratitud cuando le dan cariño. Pasa por profundos silencios que engañan a cualquiera pero a última hora da sorpresas como sorprendió a Somoza en 1979 y a los sandinistas hoy hace 25 años en 1990.
La enseñanza de la historia es que ambos sistemas cayeron en una crisis de legitimidad profunda y en cada caso esas ilegitimidades fueron contrarrestadas por una oposición que supo ganarse legitimidad nacional e internacional y así triunfar contra todo pronóstico. El desafío de hoy es el mismo que ayer: legitimidad de la oposición vs la ilegitimidad del gobierno.
La autora es periodista.