Es una buena noticia que desde 1990 América Latina y el Caribe logró reducir a la mitad el número de personas que sufren hambre, y cumplir el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en 2015.
No obstante, no podemos ser tan optimistas cuando 34 millones de personas aún se van a dormir sin alimentarse bien o cuando hay países donde los niveles de desnutrición crónica infantil llegan al cincuenta por ciento.
Al mismo tiempo observamos que a pesar de que muchas familias están saliendo de la extrema pobreza, su situación nutricional no necesariamente mejora. Y también notamos un crecimiento notable en los niveles de malnutrición (anemia, obesidad y desnutrición crónica) particularmente en áreas periurbanas.
Aunque haya más alimentos y más capacidad para adquirirlos, factores como la falta de higiene o el acceso al agua potable provocan deficiencias en los niños, reduciendo la capacidad para absorber los nutrientes. Esta situación tiende a manifestarse en el retraso del crecimiento y emaciación o bajo peso, generando limitaciones de largo plazo.
Si además esos alimentos no contienen vitaminas y micronutrientes necesarios, surgen problemas como la anemia por falta de hierro, la carencia de vitamina C que provoca escorbuto, de vitamina A que puede llegar a la ceguera o la falta de yodo que deviene en bocio, que afecta al crecimiento y produce otras consecuencias para la salud.
Por último, si las familias no pueden lograr una dieta balanceada, se enfrentan a la doble carga de la mala nutrición que se manifiesta no solo en la desnutrición sino también en la obesidad.
Por ejemplo, el exceso de calorías, estilos de vida sedentarios y hábitos alimentarios en favor de dietas de baja calidad, provocan índices preocupantes de sobrepeso y obesidad. Según la OMS el sobrepeso afecta a 3.8 millones de niños en nuestra región, lo que significa que el 7.1 por ciento de ellos superan el promedio de peso global.
Para reducir estos riesgos que afectan la salud e hipotecan la educación y finalmente el desarrollo de un país, también es fundamental conocer y acceder a los alimentos adecuados.
Compartir información nutricional significa promover programas de nutrición integral y preventiva desde la gestación. También implica programas de educación nutricional con alta participación y apropiación familiar y comunitaria.
Solamente durante 2014, el PMA asistió a más de un cuarto de millón de niñas, niños y madres con programas nutricionales en la región, y proporcionó alimentos en la escuela a 2.5 millones de estudiantes.
En República Dominicana, el PMA apoya el Programa Gubernamental Progresando con Solidaridad, que moviliza a la comunidad para formar una red de consejería en nutrición y proporciona micronutrientes y
alimentación complementaria fortificada a mujeres embarazadas y en período de lactancia. Con ello se logró reducir la anemia en un cincuenta por ciento.
También es importante el involucramiento del sector privado. En Perú, con el apoyo de Repsol, se implementó un programa en Ventanilla (periferia de Lima) involucrando a la comunidad escolar, padres de familia y a la Asociación de Chefs, para la preparación de recetas con alimentos económicos y con alto contenido de hierro y micronutrientes, logrando una reducción del 34 por ciento de las tasas de anemia.
Es pues importante incentivar un cambio de comportamiento en los hábitos alimentarios y mayor educación nutricional en todas las redes de protección social, a fin de permitir un desarrollo integral del niño y de la familia, favorecer sus oportunidades de desarrollo y de esa manera reducir la inequidad social.
El autor es director regional del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA) para América Latina y el Caribe.