He venido notando (cada vez con más frecuencia) que cuando se habla de religión, algunas personas —especialmente jóvenes— responden con un total desinterés, catalogándola con desdén como “cosa de mujeres o de viejas”. Tal vez esa apreciación de una Iglesia feminizada tenga que ver con el hecho de que muchas de nuestras parroquias, es verdad que están llenas de fieles, pero de mujeres y de la tercera edad. Y esto seguramente sucede porque por la ausencia en el hogar de los padres (producto de nuestro machismo) les ha tocado a las mujeres —nuestras madres— transmitirnos desde chiquitos su religiosidad. ¿Y cómo lo hacen? Como mujeres que son, de forma femenina (una fe muy emocional; misas de madrugada; rezos monótonos e interminables, peticiones de las que rara vez ven respuesta; procesiones diarias en Semana Santa; una Novena para cada santo; entre otras muchas devociones y tradiciones populares, que estoy seguro son de mucho provecho para las que las practican). Pero, por supuesto, cuando se llega a la adolescencia (especialmente los varones) se revelan por no identificarse con esa religiosidad y se alejan de lo religioso, por “aburrido” e “irrelevante”.
Y es que hay que reconocer que nuestras mujeres son más buenas, más sensibles y receptivas a lo religioso que los hombres, y son movidas mucho más por el amor que nosotros. Nuestros jóvenes tienen muchísimos modelos de santidad femenina cercana a la que emular, pero casi cero de modelos masculino.
Y eso me lleva a la conclusión siguiente: debemos atraer a los hombres, atraerlos con una predicación más masculina y viril de lo que frecuentemente se hace. Convencerlos de que por el contrario, el cristianismo es más bien cosa de hombres, de muy hombres (y de mujeres muy mujeres): ser un auténtico cristiano es de héroes, es dar la vida por lo que se cree (como literalmente lo están haciendo en estos momentos los nuevos mártires cristianos de Siria y países vecinos ocupados por musulmanes terroristas). Es ser otros Cristo (el hombre más hombre que conozco). Y es que es más fácil devolver la trompada que poner la otra mejilla; es más fácil planear la venganza que perdonar y amar al enemigo. Es más fácil beberse en guaro el salario con los amigos que destinarlo desinteresada y responsablemente a las necesidades de la familia.
Oí hace un tiempo el caso de una famosa artista de Hollywood que en uno de tantos conflictos bélicos en el Oriente, llegó a animar a los soldados norteamericanos, y al llegar a un hospital donde habían colocado a los heridos, tuvo que pasar por un pabellón de leprosos locales y encontró en una sala del leprocomio a una monjita que con gran amor y delicadeza limpiaba las llagas putrefactas de uno de esos desdichados, y la artista exclamó con repulsión: “Yo no haría eso ni por un millón de dólares”. Y la monjita (que sabía inglés) le contesto: “Neither than I” “¡Ni yo tampoco!” Si para alguno todo esto no es cosa de hombres muy hombres y de mujeres muy mujeres ¡que trate de ser santo y me cuente un cuento!
Mi modesta sugerencia a mis amigos párrocos: prioricen en sus homilías y en su evangelización a los hombres, principalmente a los jóvenes varones y pónganlos en posiciones de liderazgo. Me consta que si las acaparan las señoras, ahuyentan a los señores. Si las dominan los hombres, atraerán a las mujeres.
El autor es Coordinador de la Ciudad de Dios
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