El régimen comunista de La Habana cumplió ayer su sueño de 56 años, de izar la bandera de Cuba en la capital de los Estados Unidos de Norteamérica, el corazón de su odiado enemigo imperialista.
La triunfalista ceremonia de apertura de la Embajada de Cuba en Estados Unidos, fue presidida por el canciller cubano Bruno Rodríguez, con la presencia de la subsecretaria de Estado estadounidense, Roberta Jacobson. Pero no hubo una contrapartida en La Habana, pues se dejó para más adelante la ceremonia de izar la bandera de Estados Unidos en Cuba, el baluarte comunista en América Latina y el Caribe.
Es evidente que en la negociación para la normalización de las relaciones con Cuba, el Gobierno de Estados Unidos ha dado mucho más que lo que ha pedido y conseguido. El Gobierno de Cuba y una reducida parte de la población cubana ya están sacando un provecho económico de la normalización. Pero el gobierno de Raúl Castro ni siquiera ha prometido poner fin a la represión y la censura de prensa, ya no digamos hacer un compromiso de apertura democrática.
Al parecer los gobernantes de Estados Unidos creen que Cuba se abrirá inevitablemente a la libertad, la democracia y el respeto de los derechos humanos, pero muy lentamente y a largo plazo. Eso mismo esperaba el expresidente Richard Nixon cuando, en 1972, comenzó el proceso de normalización de relaciones de Estados Unidos con China comunista, pero hasta hoy sigue imperando un crudo totalitarismo a pesar de su gran apertura económica capitalista.
Por supuesto que por muchas razones Cuba es muy diferente a China y por lo tanto los resultados del acercamiento estadounidense no tienen que ser iguales. Como ha observado la perspicaz periodista independiente cubana, Yoani Sánchez: “El Gobierno (de Cuba) trata de hacer una transformación, pero no hacia la democracia. Da más libertades económicas sin eliminar el control político. Evidentemente algunos imprevistos saldrán en el camino: puede ser la propia sociedad civil que se fortalezca; puede ser el impulso de las relaciones con Estados Unidos. Pero por el momento los Castro están consiguiendo llevar a la práctica su guión”.
La normalización de las relaciones de Estados Unidos con Cuba tampoco ha tenido, al menos hasta ahora, el supuesto impacto positivo que algunos entusiasmados analistas esperaban que tendría en los países latinoamericanos dominados por regímenes autoritarios, como Venezuela y Nicaragua.
Por el contrario, en Venezuela el régimen de Nicolás Maduro está montando un fraude electoral de grandes proporciones, para impedir que la oposición obtenga la mayoría en la Asamblea Nacional, mantiene en la cárcel a connotados líderes opositores y no da ninguna señal de apertura democrática ni voluntaria ni por la presión internacional.
Y en Nicaragua, Daniel Ortega no quiere atender la demanda democrática elemental de elecciones competitivas y limpias. Más bien el régimen orteguista incrementa la represión, no solo a los opositores, sino también contra personas ajenas a la política, incluso niños inocentes como los asesinados por la Policía el sábado 11 de julio en Las Jagüitas.
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