Durante la reciente visita del presidente de la República de China Taiwán, Ma Jing-Jeou, el presidente Ortega solicitó el apoyo de ese hermano país asiático para dos proyectos. El primero, hace todo el sentido del mundo en un país agrícola como Nicaragua, con abundantes recursos hídricos, pero frágil ante el cambio climático: un proyecto nacional de riego.
Además, Taiwán es uno de los países del mundo más eficientes en el uso de la tierra para fines agrícolas y Nicaragua no solo tiene la tierra, sino que posee el lago Cocibolca, la mayor reserva de agua potable de Centroamérica. Solo es unir estos dos grandes recursos naturales: fértiles tierras y agua irrigada sobre las grandes llanuras del Pacífico y nuestro potencial agrícola se extrapolaría, atenuando los efectos del cambio climático.
El otro, también hace sentido si Ortega ya no creyese en el proyecto del Gran Canal Interoceánico: un puerto de aguas profundas en Monkey Point, el cual estaría localizado a menos de cinco kilómetros del puerto Punta Águila, proyectado como el puerto de la salida al Caribe del Gran Canal.
El presidente Ma ofreció “ayuda técnica” para la construcción del puerto de Monkey Point, así como la cooperación del pequeño gigante asiático para un gran proyecto de riego en el Pacífico de Nicaragua. Ni una palabra se habló sobre el Canal.
Tal parece que el Gran Canal jamás arrancará y es por eso que el gobierno está buscando, independientemente del Canal, cómo desarrollar un puerto de aguas profundas en el Caribe, en la mejor y más estudiada ubicación, Monkey Point, es decir, bajo el presupuesto de que el Canal no “agarrará viaje”.
Noticias recientes refuerzan la tesis en esta dirección: en primer lugar tenemos el desplome de los mercados de Shangai y la desaceleración de la economía china. En estas condiciones, es menos probable que el señor Wang Jing logre convencer a su gobierno de invertir los cincuenta mil millones de dólares (que pudieran ser mucho más), en una aventura canalera en Nicaragua.
En segundo lugar, tenemos las recientes noticias provenientes de Panamá en el sentido que debido al efecto de El Niño, las vertientes que alimentan el Canal de Panamá se han reducido tanto, que los podría obligar a restringir el calado de los buques que cruzan el Canal, más aún, con las nuevas exclusas ampliadas, con el fin de economizar agua.
De igual manera, con la escasa lluvia que nos ha traído este invierno, el nivel de las aguas del Cocibolca se mantiene casi como si estuviéramos en pleno verano. ¿Qué tal si le estuvieran drenando sus aguas hacia gigantescas exclusas para permitir el cruce de mega buques?
No quiero imaginarlo… lo que sí puedo anticipar desde ahora, es que el próximo verano las embarcaciones como los ferrys que surcan sus aguas, a pesar de su poco calado, tendrán serios problemas para mantenerse operando entre los puertos lacustres de San Jorge, Moyogalpa y San Carlos.
El efecto del Canal, drenando masivamente las aguas del lago, combinado con el cambio climático, sería desastroso para el Cocibolca. En cambio, el mayor aprovechamiento de sus aguas para el consumo humano y el proyecto de riego, hace todo el sentido del mundo.
Otra señal, positiva diría yo —de que el Canal no va— es la tardanza en dar a conocer el Estudio de Impacto Ambiental y Social, demandado la semana pasada por tercera ocasión por el Grupo Cocibolca y la Academia de Ciencias de Nicaragua, organizaciones que amparan su demanda en la Ley de Acceso a la Información Pública (Ley 621).
Por último, tenemos el llamado del papa Francisco que en su reciente e impactante encíclica sobre el medioambiente nos hace un llamado, universal, pero muy atingente a Nicaragua, a que respetemos “la casa donde vivimos”.
Nuestras reservas naturales de Bosawas e Indio Maíz sufren una paulatina degradación ambiental y no hay la menor duda de que el impacto ambiental del Canal, sería desastroso, particularmente en las aguas del Cocibolca.
El papa nos dice que todos tenemos el deber de cuidar la naturaleza y el medioambiente. Hacerlo, no consiste en algo opcional, sino que es parte fundamental de la experiencia cristiana. Si Ortega y Murillo no escuchan a los científicos ambientalistas, y persisten en su proyecto faraónico, ojalá al menos, escuchen al papa.
El autor es diputado de la Bancada Alianza PLI.