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Francisco Xavier Aguirre Sacasa

¡Adiós América!

Los Estados Unidos de América enfrenta múltiples desafíos. Una lista parcial incluye el terrorismo islámico radical; la resaca de la Gran Recesión de 2007 que ha dejado fisuras profundas en la sociedad, producto de una recuperación que ha sido la más débil de la era moderna; una creciente desigualdad de ingreso; un recrudecimiento de racismo; y un rol disminuido en el concierto de naciones.

Este cúmulo de factores ha socavado al optimismo que ha caracterizado al pueblo norteamericano. Lo ha afectado hasta niveles que no se han visto desde la época del presidente Jimmy Carter, quien admitió que la Unión Americana sufría de un profundo “malestar” a finales de la década de los setenta.

Es dentro de este contexto que se ha iniciado la campaña política que culminará en las elecciones de noviembre de 2016. Y es por este contexto que creo que estas serán las más importantes de Estados Unidos desde 1980 cuando fue electo Ronald Reagan, cuyo liderazgo carismático logró inyectarle una fuerte dosis de adrenalina a su país y restaurar su confianza y un período de crecimiento económico robusto.

Este incipiente ciclo electoral ya ha producido dos sorpresas. Una es la candidatura de Donald Trump, el multimillonario cuya agresividad y falta de clase se vincula en Norteamérica con los nuevos ricos, a pesar de que heredó una fortuna de su padre. Trump maneja una retórica basada en desinformación, exageraciones e insultos personales, especialmente contra sus contrincantes en las primarias republicanas. Por ejemplo, tilda a sus críticos, como el senador Lindsey Graham de Carolina del Sur, de idiotas y perdedores solo porque Graham salió a la defensa de John McCain, senador de Arizona, cuando Trump negó que McCain fuera un héroe de guerra. Esto a pesar de que McCain fue un aviador cuyo avión fue derribado por un cohete antiaéreo durante la guerra de Vietnam, quedó impedido de por vida y pasó más de cinco años detenido en Hanói.

El estilo demagógico y tosco de Trump y su personalidad bombástica lo han hecho el candidato más visible de la precampaña, y por mucho. Los medios —la mayoría de los cuales lo adversan— saben que Trump hace noticias cada vez que habla y le dan más cobertura a él que a todos los otros candidatos —republicanos y demócratas— ¡combinados! Y según las encuestas, Trump encabeza la lista de 16 precandidatos republicanos.

La otra sorpresa de la precampaña es el tema que hasta la fecha ha cobrado más importancia en ella: la inmigración. Es uno de los pilares de la campaña de Trump. Y aunque él y la extrema derecha norteamericana solo se oponen supuestamente a la inmigración ilegal, a mi criterio, este adjetivo “ilegal” es solo para camuflar un rechazo más amplio. Un rechazo a la inmigración de personas que no son de Europa o al menos de descendencia europea. Por eso el tema ha tenido tanta resonancia. Y no solo entre republicanos.

Hay resentimiento entre muchos norteamericanos para con los orientales que abundan en las mejores universidades estadounidenses y que serían aún más numerosos si no existiesen cuotas de facto para limitar su acceso a ellas. Hay resentimiento para con los hindúes que se han superado en el comercio y el campo de la salud y que tienen una década de ganar la competencia nacional de deletrear. Hay resentimiento para con los musulmanes pobres que entran al país y, según la creencia de muchos, posteriormente atacarán desde adentro al país que les brindó asilo. Y, por supuesto, hay resentimiento para con los hispanos que en la imaginación popular están desplazando a los nativos no solo en el agro, sino que en la construcción y las industrias de servicios como los restaurantes y hoteles.

Pero la causa fundamental del resentimiento es que los inmigrantes son tan numerosos que están cambiando a la cultura y los valores estadounidense y el rostro de la nación. Esta es la tesis de Ann Coulter, una polémica autora derechista norteamericana cuyo más reciente libro, ¡Adiós América! está en la lista de “best sellers” del New York Times. En ¡Adiós América!, Coulter cita la violencia cometida por algunos latinos —incluyendo la intrafamiliar— y su irrespeto por el medioambiente para sustanciar su argumento que la inmigración, especialmente la proveniente de Latinoamérica, está convirtiendo a los EE. UU. en un “infierno tercermundista”.

Por su bagaje ideológico, Coulter atribuye el chorro de inmigrantes en EE. UU. a un complot del partido demócrata cuyo objetivo es llenar al país de extranjeros que votarán para el partido de los Kennedy y los Clinton, aunque destruirá al país “a como lo conocemos y queremos” y que tomó más de dos siglos construir.

Pero Coulter no se limita a fustigar a los demócratas. Es igual de severa con la élite norteamericana, criticando a la Cámara de Comercio y a los empresarios del campo y la ciudad que favorecen la inmigración —y al “establishment” republicano que defiende a sus intereses— porque les asegura un flujo constante de mano de obra barata. Y acusa de hipócrita a los ricos que se oponen a una muralla para detener la inmigración ilegal, pero que viven en “comunidades amuralladas” y que explotan a niñeras latinas para criar a sus hijos y a jardineros hispanos para mantener bonitos a sus patios.

Coulter, y otras “intelectuales” conservadores, son influyentes. Trump leyó ¡Adiós América! La pregunta es hasta dónde están reflejando —y no fomentando— un sentir antiinmigrante en un país que se ha jactado de ser “una nación de inmigrantes”.

El autor es economista y exembajador en Estados Unidos.

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COMENTARIOS

  1. Hace 9 años

    Es una pena que el honorable ex embajador, ex funcionario del BID, ex diputado, y ex canciller confunda -como el resto de norteamericanos- a los hispanos y latinos. Él sabe que los latinos somos los de Latinoamérica y los hispanos de España, pero los confunde como lo hacen todos los que tienen green card. Le aseguro que los hispanos, nacidos y descendientes de españoles, en realidad no son muy numerosos en EEUU, en cambio los latinos sí.

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