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El palacio del rey

Durante los eventos para la celebración de las elecciones presidenciales de 1990, cuando ganó la oposición al Frente Sandinista, vinieron a los acto de cierre de campaña, antes del día de las votaciones, visitantes de todo el mundo, entre nicas que querían votar, periodistas, historiadores, turistas, vecinos, amigos, enemigos, curiosos,

EL PALACIO DEL REY

Álvaro Porta Bermúdez

Durante los eventos para la celebración de las elecciones presidenciales de 1990, cuando ganó la oposición al Frente Sandinista, vinieron a los acto de cierre de campaña, antes del día de las votaciones, visitantes de todo el mundo, entre nicas que querían votar, periodistas, historiadores, turistas, vecinos, amigos, enemigos, curiosos, fotógrafos, en fin Managua se convirtió en una capital apetecida por Raymundo y todo mundo.

La capacidad hotelera estaba topada, a pesar que los partidarios de ambos bandos, gobierno y oposición, habían hecho campaña para que sus amigos ofrecieran habitaciones en sus casas para alojar la cantidad de visitantes que se esperaba recibir.

El embajador de Nicaragua ante el Reino de Bélgica había invitado a un grupo de parlamentarios belgas para venir a presenciar las elecciones y un legislador de la derecha había aceptado oficialmente la invitación, venía con su esposa, costeando sus gastos de viaje y manutención.

Avisada la Cancillería se solicitó una habitación adecuada para los señores, una pareja de respetables y acomodados europeos, mayores de edad y muy circunspectos. Habían dicho de Managua que no quedaban cuartos disponibles por el exceso de demanda. Se insistió para conseguir la reservación y los visitantes se pusieron nerviosos por la posibilidad de tener que cancelar. Habían hecho extensión del viaje, de Managua seguirían a Miami y New York, antes de regresar a Luxemburgo.

Su oficina les había apartado hotel en el Hilton de New York. La respuesta de la Cancillería fue que a pesar de la escasez de habitaciones se había logrado reservar una, con aire acondicionado, baño privado y desayuno incluido en un hotelito tipo familiar en el centro de Managua. Su nombre King’s Palace Hotel. ¡Excelente! Se pusieron felices al conocer que tendrían un hotel y que llevaba el nombre del Palacio del Rey, como en Bélgica. Llegaron con toda normalidad y estuvieron invitados por su amigo el embajador en una tribuna, un lugar especial con otros convidados en el acto masivo, espléndido a la orilla del lago, frente al Teatro Darío.

Al siguiente día, cuando fueron preguntados por la calidad del Hotel se quedaron viendo y no adelantaron quejas. De regreso a casa llamaron al embajador para invitarlo a un almuerzo privado en el comedor oficial de la Asamblea Legislativa y mostrarles las fotos que habían tomado de las elecciones, del acto de cierre de campaña, de la ciudad, iglesias, teatro, votaciones.

Dijeron que el hotel Palacio del Rey había tenido algunas fallas, como que todo mundo entraba y salía sin respetar privacidad, el aire acondicionado hacía un ruido escandaloso, no los dejaba dormir y enfriaba poco y hasta el desayuno lo sirvieron frío. Al final dos páginas con las fotos del King’s Palace Hotel y una irónica advertencia que decía, No King, No Palace, No Hotel.

 

 

 

HIZO CANTAR UN SERRUCHO

Álvaro Porta Bermúdez
Alicia, con amor
La primera vez que Los Arroceros oímos hablar de Noel Icaza teníamos entre catorce y quince años. Vivíamos en Masaya y pertenecíamos a un grupo de jóvenes estudiantes que durante las vacaciones nos divertíamos organizando cocacoladas bailables, asistiendo en pandillas a las procesiones de semana santa y simplemente conversando o escuchando música en tocadiscos, si no íbamos al cine de la localidad.

Cuando los mayores nos veían venir en grupos nos empezaron a llamar arroceros, por símil con aquellos pajaritos que salen en padillas a comerse las plantaciones de arroz. Nos hicieron famosos y los amigos, vecinos y familiares se referían a nosotros, como los arroceros.

Una de las muchachas más apreciadas del grupo, Nidia Plata, por diversas razones, era una morena graciosa, a quien veíamos guapa y aceptaba con gratitud y una sonrisa de complacencia los piropos que a diario le sobraban. Vivía con su mamá en una casa muy grande, tenía comodidades económicas, un tocadiscos nuevo, sus primos que la protegían y un permiso permanente de utilizar su casa para cuantas cocacoladas se nos ocurría organizar.

Todavía no había carretera Masaya-Managua. Nidia y su mamá, doña Rosa, viajaban semanalmente en tren a la capital a cobrar el dinero de la leche que su hacienda les producía y aprovechaban para sus compras y actualizar la música que nos deleitaba.
Cada año doña Rosa alquilaba una habitación en el Hotel Lacayo de Poneloya y se iba a pasar un mes a la playa para que su hijita se luciera y conociera nuevas amistades. Nidia estudiaba en la Asunción de Managua y era bastante popular.

Al regresar de uno de esos viajes, se empezó a escuchar entre los arroceros el rumor de que Nidia en Poneloya había aceptado como novio a un joven leonés, Noel Icaza, desconocido para nosotros. No nos gustó el rumor. Ella tenía varios pretendientes en Masaya que la tratábamos a diario y no era justo que un foráneo se alzara con el premio si apenas la conocía. Los amigos y enamorados de Nidia nos reunimos para ver qué se podía hacer al respecto y al final decidimos que debíamos cachimbear a Noel Icaza, en cuanto le conociéramos. Así quedó sellado un pacto de honor, que afortunadamente era difícil de cumplir.

Digo lo anterior porque la siguiente vez que escuchamos el nombre de este joven fue cuando llegamos a León a estudiar en la Universidad. Asistíamos a una velada en el

Teatro González, frente al parque central y uno de los números del programa un Solo de Serrucho le tocaba precisamente a Noel Icaza. Los masayas que asistimos y teníamos el antiguo compromiso de castigar a Noel, no entendíamos eso de un solo de serrucho, cómo sacarle música a un serrucho, o ¿se trataba de algún truco desconocido por nosotros, provincianos incultos?

Cuando le llegó el turno al joven Icaza, nos quedamos sorprendidos, sacó la hoja metálica, colocó la manija entre sus rodillas, dobló la hoja con parsimonia y con un arco de violín acariciándola como a un objeto querido, fue sacando todas las notas musicales que él quería, con una precisión y una seguridad, digna de un artista. Fueron dos o tres canciones con que Noel nos deleitó y nos hizo aplaudirle con sinceridad.

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