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Joaquín Roy

Consecuencias del ataque a París

Varias preguntas han surgido como más urgentes ante la tragedia de París. Algunas han sido ya contestadas y otras quedarán para la especulación: ¿quién lo hizo?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cómo ha sido posible el múltiple crimen?, ¿cuáles serán las consecuencias?, ¿cómo se pueden evitar repeticiones?, ¿sirve de algo la experiencia de otros países que antes han sido víctimas?, ¿cómo la sociedad francesa y la europea pueden protegerse?, ¿cuál puede ser la reacción del orden político francés y europeo?, ¿cómo pueden colaborar otras potencias, como Estados Unidos?, ¿cuál puede o debe ser la actuación de actores hasta ahora mudos o distantes?

El primer lugar, los ataques terroristas tienen la marca de los sectores radicales de origen islamista. Sus motivaciones van más allá del puro asesinato: las acciones, como toda estrategia terrorista, tiene por fin a medio plazo el implantar el pánico, obligando a las fuerzas de seguridad a la hiperreacción. La ideología diabólica, que en numerosos casos se refugia en la autoinmolación, tiene por objetivo último el incitar a los gobiernos democráticos a actuar más allá de los límites de sus propias leyes. El guion incluye la reconversión de la democracia en autoritarismo y agente de la represión. Ante la incertidumbre y la seguridad, lamentablemente, la ciudadanía de una democracia puede reclamar la protección indiscriminada.

En segundo término, las defensas de un Estado como el francés al cerrar las fronteras más allá de la limitación de Schengen pueden resultar inútiles. Los agentes del terrorismo pueden haber llegado de distintos orígenes, no solamente del exterior, sino que tristemente han estado plenamente instalados en la propia sociedad francesa. Ese detalle explica la relativa facilidad con que los perpetradores han cumplido sus planes. No habrán tenido necesidad de trazar planos o basarse en datos de GPS para aplicarlos a una operación desde el exterior. Pueden haber estado ensayando sobre el terreno lo que ha sido una rutina en sus paseos, como ir a un estadio, a una discoteca o deambular por un bulevar conocido.

Ante esa estrategia, poco pueden hacer la sociedad francesa o la europea en general. Pero, por lo menos, ahora es cuando mejor debe verse la grandeza de una democracia que ha costado muchos esfuerzos en apuntalar. Debe enfrentarse a los cantos de sirenas infernales que pretenden imponer una reacción racista. Hay grupos y partidos que están esperando una oportunidad para ocupar el lugar protagónico que no les pertenece.

En ese contexto, los países colindantes del escenario europeo (como España, Italia, Alemania y también el Reino Unido) deben estar convencidos de que, con o sin Schengen, el terrorismo, como los huracanes y la contaminación, no se paran con meras medidas policiales. Ahora más que nunca, en Madrid debe decirse en voz alta que todos somos parisinos, como en su momento dijo el diario Le Monde: “Nous Somme Tous Amèricaines”.

Habrá que explicitar de forma clara y pertinente un código de conducta. Estará dirigido a las potencias y oportunistas que han permanecido silenciosos cubiertos por sus monarquías corruptas medievales, sus variantes de totalitarismos de viejo cuño, o ejerciendo vergonzante oposición al “imperialismo” occidental. Habrá que espetarles: ¿están con la civilización o la barbarie?

Y si, para que algunos reacios entren en razón, hay que mandar dos o tres portaviones Charles De Gaulle (posible causa de los atentados), sea. Y si ya a años luz de la intervención norteamericana en la Primera Guerra Mundial, origen del “Veterans Day” (Armisticio), que se conmemoró el día anterior de los atentados (otra excusa de los terroristas), el presidente Obama tiene que volverse atrás en su promesa de no implicar “botas sobre el terreno”, puede no quedar más remedio.

El autor es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
[email protected]

Opinión ataque consecuencias París archivo
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