Francia pondrá en vigencia a partir de este próximo 1 de enero la prohibición absoluta del uso de las bolsas plásticas en las tiendas, como un preludio de la eliminación gradual de estos residuos contaminantes, que como complemento adicional, tendrá a partir del primer día de 2017, la ilegalidad de su uso para el empaque de frutas y verduras, como parte de una hoja de ruta hacia su desaparición total como artículo de uso masivo.
Este plan forma parte de un escalonamiento para eliminar estos perniciosos productos de uso único, que en forma gravísima para el ambiente, tardan cientos de años en desintegrarse, con las afectaciones que causan en los tragantes, desagües y contaminación en general, produciendo muerte en fauna marina tales como las tortugas y aves, entre otras terribles consecuencias.
Investigaciones realizadas en ese país han concluido que el 75 por ciento de los residuos que reciben las cuencas marinas son de origen plástico y que del número total que son usadas, un 50 por ciento acaba en un medio natural, con las ya citadas consecuencias.
Todo este plan ha venido a desarrollarse como una medida final en donde en el pasado se trató inútilmente de trasladar los costos de contaminación a las empresas que usan estos recipientes en su día a día operacional, lo cual causó más bien que se comprobara que la gravedad del problema ameritaba una enérgica medida de Estado, para proteger el medio común que se ha venido agravando aceleradamente.
¿Qué pasa en Nicaragua? Se sabe que estos nocivos productos son una de las causas que provocan que los cauces se bloqueen ya en forma tan predecible, que nadie se sorprende, demostrando solamente nuestra inoperancia, como individuos y sociedad, para establecer medidas correctivas ante la debacle ambiental que vivimos en carne propia.
Hemos llegado a “normalizar” la contaminación ambiental en todas sus dimensiones, que difícilmente hay un sector en donde no estemos haciendo una labor apocalíptica integral, habiendo alcanzado ya un recorrido sin retorno.
No establecemos controles porque pensamos que es materia de “los otros”, es decir, de las sociedades económicamente más desarrolladas, y que a nosotros —los principales hechores— se nos debe eximir graciosamente porque somos, supuesta y felizmente, pobres.
Vimos la postura que como país llevamos a la reciente Cumbre ambiental, y al parecer, manejamos quejas y talantes tan poco acordes con la realidad ambiental que vivimos a lo interno, que pareció como que representábamos a una nación que pudiera jactarse de una cultura suprema de protección del medioambiente, de una orgullosa sensibilidad ecológica o de nuestras pulcras —pero falsas— credenciales conservacionistas, que tuve que leer varias veces la noticia, porque pensé que algo equivocado o gravemente impreciso había en ella. Somos los principales destructores de nuestro ambiente y llegamos con una cara dura de grandes conservacionistas.
No hemos podido solucionar los problemas más elementales de degradación ambiental, con la tala inmisericorde de nuestros bosques, la desaparición de centenares de ríos en los últimos años, la extinción de especies endémicas, la milimétrica destrucción de la fauna marina con explosivos fabricados por artesanos que operan verdaderos conglomerados industriales y comercializados en un volumen tal como si todos los días fuesen 7 de diciembre, amén del agotamiento de los acuíferos por el uso disparatado y sin planificación del suelo y la expansión de esa plaga cancerosa llamada frontera agrícola.