Esa noche, don Eduardo Mayorga hacia su turno de guarda de seguridad como otras tantas noches cuando una sacudida lo puso alerta. El pipripipi en la radio y las llamadas telefónicas alarmistas lo invitaron a hacer su propia llamada. Una que le cambiaría la vida. Se identificó como geólogo. Y sí lo era. Hacía algún tiempo había estudiado geología durante siete años en Bulgaria, con un máster en geofísica. Había llegado a ser vigilante porque no encontró trabajo en su profesión, pero esa vez, con esa llamada se quedó orientando con sus consejos de expertos a la población durante toda la noche a tal punto que el Ejército lo llamó para que los acompañara al lugar donde se originó el sismo. “No puedo”, les dijo, “no he terminado mi turno de vigilante”.
Antes de ser vigilante fue bartender. Y antes casi muere baleado en la guerra y estudió en Bulgaria. Hoy, mientras empieza su rutina diaria revisando la sismicidad del país en su oficina de docente de la Universidad Nacional de Ingeniería, recuerda como aquella llamada que hizo a la radio le cambiaría la vida.
La guerra
La revolución lo agarró en plena pubertad. Era 1979 cuando tenía 15 años y estaba en primer año de secundaria en el Colegio 1 de febrero. “Como en la mañana los guardias hacían ejercicios pusimos una bomba de contacto sobre la pista, pero no explotó porque la vieron. Otra vez cambiamos la bandera del colegio por la del Frente”, cuenta don Eduardo.
Como era muy pequeño no lo dejaron pelear, así que durante la revolución se dedicó a construir barricadas, y en 1980, con 16 años, participó en la Cruzada Nacional de Alfabetización. La época obligaba a los chavalos a madurar temprano y a tomar decisiones importantes, como cuando él se fue como voluntario de batallón con la Juventud Sandinista 19 de julio Matagalpa y Jinotega, en 1982. Y en una ocasión estuvo a punto de morir.
Cuando terminó la guerra siguió estudiando secundaria mientras trabajaba como técnico reparando equipos de la planta de comunicación en Telcor. Una vez concluido el bachillerato, había aplicado para estudiar medicina en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y también para estudiar geofísica en otro país. Clasificó para ambas carreras pero se decidió por geofísica. “Cuando estaba en secundaria llegó un extranjero a enseñarnos las ciencias de la tierra. Y quedé enamorado”, cuenta Mayorga. Además, como por cosas del destino, su segundo apellido es Caldera.
El viaje a Bulgaria
En 1985 con 19 años de edad dejó a su esposa embarazada, a ocho días de que naciera su primera hija y partió hacia Bulgaria, a la Universidad de Minas y Geología. “Desde que vos entrás y ponés un pie ahí, todo es geología. El grado mínimo de un maestro era de doctor”, asegura don Eduardo.
Fue una época difícil. Él y sus compañeros estaban conscientes de que los mandaban a estudiar y no había retorno hasta que terminaran la carrera. Algunos estudiantes como los cubanos viajaban cada dos años a su país y les enviaban estipendios. “A nosotros no nos mandaban ni un córdoba y más bien nosotros trabajábamos para mandar el dinero que recolectábamos para los gastos de manutención de los batallones”, cuenta el geólogo. En el verano trabajó limpiando los escombros de edificios en construcción y en el campo, recogiendo vegetales. El dinero que recogía era para llamar a su familia tres o cuatro veces al año. Nunca se dio el gusto de visitar otros países europeos como otros colegas lo hacían.
Se derrumba. El llanto es incontrolable. Entre lágrimas, don Eduardo recuerda uno de los momentos más difíciles que vivió en Bulgaria. “Estando allá se murieron dos hermanos míos. Hubo un accidente en la casa. Había un proyectil de tanqueta que quedó de la guerra, la familia pensó que era un pedazo de plomo, cayó y explotó. Eso fue un golpe muy fuerte, querer regresarte y no poder”, dice Mayorga. Él se dio cuenta de la tragedia dos meses después, cuando leyó un periódico que llevaron de la embajada de Nicaragua.
Sus trabajos
Mientras estaba en Bulgaria y miraba pasar los aviones dejando las finas rayas blancas en el cielo se decía que algún día iría montado en uno de esos y así fue.
En 1992 regresó a Nicaragua cuando el Frente Sandinista ya había perdido el poder y la primera persona con la que conversó para conseguir trabajo fue con el ingeniero Gilberto Cuadra, de Lamsa Ingenieros, pero le dijo que no tenía nada para ofrecerle. Los profesionales graduados en los países socialistas no eran muy bien vistos para ese tiempo. “A partir de ahí comenzó un periplo de andar dejando papeles por todos lados”, dice. Una tía que tenía un balneario llamado La Perla le ofreció trabajo como bartender y comenzó a trabajar. “Aprendí que un bartender no tiene tiempo para almorzar, sino que almuerza hasta que todo mundo ya se fue y que tenés que tener una buena memoria para saber quién quiere qué”, cuenta el geólogo.
Pasó la temporada de verano y no recuerda cómo llegó a la organización de ciegos Maricela Toledo pero empezó a trabajar como vigilante de la casa, aunque asegura que de vigilante no tenía nada, porque habían dos perros pastor alemán, la casa estaba cercada con alambres de púas y afuera había como seis vigilantes que se mantenían rondando todas las casas de la colonia.
“En ese año se dio la erupción del Cerro Negro y el maremoto. Un día de tantos sentí una sacudida sísmica muy leve y muy prolongada y yo me dije “este sismo viene de lejos”, por la longitud de ondas de la sacudida”, narra el geólogo. Encendió la radio, sintonizó la Radio YA y había un caos. “La gente llamaba y no sabía qué pasaba, hablaban de que el mar se había metido y yo percibí que había que intervenir. Agarré el teléfono, me presenté, dije quién era, y a partir de ahí la llamada quedó enlazada toda la noche mientras daba orientaciones”, asegura.
Amaneció y el Ejército lo llamó a las cinco de la mañana. Habían conseguido sus coordenadas y querían que los acompañara en un vuelo a hacer un mapeo de la zona afectada por el maremoto. “Yo les dije que no podía porque estaba trabajando de vigilante. Ellos me dijeron que les había dicho que yo era el ingeniero Eduardo Mayorga, yo les dije que sí era ingeniero pero que estaba trabajando como vigilante”, dice. Don Eduardo dijo que no podía ir porque su turno terminaba a las siete de la mañana.
A las 10 de la mañana que llegó a su casa, se acostó y estaba empezando a dormir cuando llegaron a buscarlo porque lo mandaba a llamar don Claudio Gutiérrez, de Ineter. Fue, le ofrecieron trabajo y ese mismo día empezó.
Trabajó durante 11 años en Ineter y luego trabajó con empresas estadounidenses y rusas haciendo estudios. Durante dos años permaneció en cama porque se enfermó de la tiroides, seis meses “dormido”, por todos los medicamentos que tomaba y cuando se recuperó ingresó de nuevo a Ineter, para luego dedicarse a dar consultorías privadas y a impartir clases de identificación y evaluación de amenazas naturales, de Postgrado y del Programa de vinculación e innovación tecnológica, en la Universidad Nacional de Ingeniería, a la que ingresó en el año 2001. “Yo me parezco a un volcán, apacible, pero con la suficiente energía”, concluye.
Hoy, don Eduardo Mayorga se da cuenta de que hubiese sido un pésimo médico.
Geólogo
Un geólogo es un profesional de las geociencias que estudia el medio físico, el planeta: implica la vulcanología, la sismología, el agua superficial, el agua subterránea y la interacción del suelo con la infraestructura.