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Francisco en México y las Cristiadas

Francisco llega al corazón de donde tuvo cabida la guerra que durante 1926 a 1929 desgarró a México conocida como las Cristiadas y que costó según cálculos conservadores veinte mil muertos

Hoy llega a México el papa Francisco para una visita de seis días, que abarca los estados de México, Chiapas, Chihuahua, y Michoacán. De todos los sitios a visitar su presencia en Michoacán es másque histórica. Francisco va a la tierra del antiguo imperio de los Tarascos enemigos acérrimos de los aztecas. Como buen jesuita, sembrador de utopías, va a la tierra de Vasco de Quiroga (1470-1565) el famoso “Tata Vasco”, primer obispo de Pátzcuaro, anterior a Valladolid la actual Morelia, sembrador de “la república india y hospitales”, quien ejercitara en América la Utopía de Tomas Moro.

Pero más que todo, Francisco llega al corazón de donde tuvo cabida la guerra que durante 1926 a 1929 desgarró a México conocida como las Cristiadas y que costó según cálculos conservadores veinte mil muertos. Movimiento campesino que se produce en once estados del cuerpo federal y surge como reacción a la política masónica y anticatólica del gobierno de Venustiano Carranza (1860-1920), que pretende negar la personalidad jurídica de la Iglesia, prohibir la participación del clero en la política, privar a la Iglesia del derecho de poseer bienes inmuebles e impedir el culto público.

Los obispos mejicanos jugaron en dos aguas. Por un lado predicaron la resistencia: “La mente y la letra de la Constitución, la conducta de los gobernantes, la solidaridad manifiesta con las sociedades masónicas, la ayuda oficial a protestantes y cismáticos, todo indica que el fin perseguido es aniquilar al catolicismo… La Iglesia puede subsistir sin diezmos, sin propiedades, sin religiosos, sin religiosas y aun sin templos; pero de ninguna manera sin libertad y sin independencia”.
Siguieron las orientaciones de los teólogos de la Gregoriana y del Angélico que declaraban la licitud del movimiento y su actitud inicial parecía enmarcarse en lo que el Observatorio Romano en su edición del 2 de agosto de 1926 decía: “No les queda a las masas, que no quieren someterse a la tiranía, y a las cuales no detienen ya las exhortaciones pacíficas del clero, otra cosa que la rebelión armada”.

Pero después, “¡qué decepción! Todo fue llamarada de petate, porque la mayoría aplastante de obispos y sacerdotes temieron al enemigo, buscaron pronto acomodamiento y cayeron en la conformidad criminal, se sumergieron en la maldita inercia, esperando todos puros milagros del cielo que diera libertad a la Iglesia”.

La rebelión fue sofocada gracias al poder de las armas del gobierno federal, a la intervención descarada de los Estados Unidos que incluso llegó con la aviación a bombardear posiciones de los cristeros, y la ambivalencia de Roma que jugó a la pacificación y al acomodamiento. Pero hubo muchos sacerdotes y canónicos que se sumaron al ejército cristero, muchos llevaron la vida ruda de ellos, por montes y valles, durmiendo al sereno, guardados por los cristeros, protegidos por los agraristas vestidos como campesinos. Hubo excepciones en el episcopado tal es el caso de monseñor Amador Velasco, obispo de Colima, y monseñor Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, quienes ya en 1926, previendo el resultado de los acontecimientos se echaron al campo para administrar sus diócesis, durante tres años, como los obispos de los primeros siglos del cristianismo.

Tal es el caso también, de un niño José Sánchez del Río (1913-1928) uno de tantos mártires, quien a pesar de la oposición de sus padres se sumó a las huestes del ejército rebelde, diciéndoles: “Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”. Hecho prisionero, le cortaron la planta de los pies, desollado, lo obligaron a caminar encima de sus llagas, y murió exclamando: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!

La visita de Francisco y la elevada a los altares de ese “niño mártir” es un reconocimiento aunque tardío, a la sangre derramada por tantos creyente de la fe católica. Francisco con su presencia en México, como latinoamericano que es, comprende las heridas y sufrimientos de esta iglesia, peregrina y sufriente que hoy, en el rostro de un “niño santo guerrillero”, abre sus brazos para un nuevo milenio de evangelización, de paz, y el grito de ¡Viva Cristo Rey! de las Cristiadas resonará nuevamente en Michoacán.

El autor es abogado.

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