Querida Nicaragua: el Barón Acton, mejor conocido como Lord Acton, nacido en 1834 en Nápoles, Italia y fallecido en 1902, dejó para la posteridad una expresión lapidaria: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Estas frases no necesitan comprobación, las estamos viendo a lo largo de los tiempos en casi todos los gobiernos del mundo. En el siglo XX hubo mucho menos corrupción administrativa en Europa que en Latinoamérica, sin embargo, en todos los continentes, con ligeras excepciones, siempre los gobernantes han tenido como norma aprovecharse de su situación de hombres fuertes para ejecutar toda clase de crímenes y apoderarse de cualquier cantidad de bienes.
La corrupción es tan antigua como el mundo. El hombre siempre ha sido en lo general mal inclinado hacia apoderarse de los bienes ajenos. La ley del más fuerte en las batallas de antaño convertía en esclavos a los vencidos y los vencedores se hacían dueños de los esclavos y de sus bienes. Así se enriquecían cantidad de forajidos que se distinguían por su ferocidad en la guerra y por el número de enemigos muertos por sus manos.
Poco a poco aquel sistema bárbaro fue dando paso a las civilizaciones y surgieron personajes dotados de gran sabiduría, inclusive profetas inspirados por Dios y que predicaban un mundo de paz y de amor entre todos los hombres. Por supuesto que todo esto se dice fácil, pero costó millones de vidas y millones de despojos y millones de riquezas perdidas y miles de años.
Ahora vivimos en el siglo XXI, el siglo moderno en el que conocemos y disfrutamos de los grandes inventos. En la segunda mitad del siglo XX conocidos la radio, la televisión, los satélites, las computadoras, los viajes interplanetarios, fuimos a la luna y seguimos explorando el espacio. Descubrimos la maravilla del internet y de los teléfonos celulares, que se multiplican día a día y se renuevan a cada momento agregándoles nuevas maravillas tecnológicas. Sin embargo, entre más adelanta la ciencia el hombre se vuelve cada vez más egoísta, más ambicioso, más ansioso de poder y de dinero.
Y aquí, en nuestra América Latina hemos tenido en los últimos siglos todo género de gobernantes en su gran mayoría dictadores, acaparadores de bienes, corruptos hasta más no poder. Con raras excepciones durante el siglo XX los presidentes fueron todos hombres fuertes, hombres de horca y cuchillo, militarotes que ganaban revoluciones cabalgando sobre el sudor de los mozos de sus haciendas. Algunos fueron cayendo poco a poco, Perón en la Argentina, Rafael Leónidas Trujillo en la Dominicana, Batista en Cuba, no siempre sustituidos por demócratas sino que por otros iguales o peores. Pérez Jiménez en Venezuela, Manuel Odría en el Perú y otro peor como Fujimori, Somoza en Nicaragua y repito, no siempre para ser sustituidos por demócratas. En todos estos gobiernos ha estado presente la infaltable corrupción administrativa, el tráfico de influencias, las licitaciones preferenciales, las coimas escandalosas que han recibido algunos gobernantes, las concesiones onerosas vendiendo la soberanía nacional.
Hoy en día el efecto dominó parece haber comenzado en el sur. Llega la hora para los gobiernos corruptos. Hay una corriente que persigue la corrupción, ha comenzado en Argentina donde se acusa a doña Cristina Fernández de Kirchner. Ahora viene Brasil suspendiendo a la presidenta Dilma Rousseff para investigarla por malversación de fondos públicos, Venezuela es un polvorín que estallará en cualquier momento por la corrupción y pésimo gobierno de Maduro, en Panamá se acusa al expresidente Martinelli, en El Salvador se procesó al expresidente Flores por malversación de 15 millones de dólares. En Guatemala guardan prisión el expresidente Otto Pérez Molina y su vicepresidenta Roxana Baldeti. Parece haber llegado la hora a los corruptos. De hoy en adelante la pensarán dos veces antes de meter la mano en las arcas del estado.
El autor es gerente de Radio Corporación y excandidato a la Presidencia de la República en 2011.
