CARTAS DE AMOR A NICARAGUA
Querida Nicaragua: no tengan miedo… no tengan miedo. Era una de las expresiones casi rutinarias del inolvidable papa Juan Pablo II, como que le tocó nacer en 1920 y en un mundo donde la amenaza estaba por todas partes. En su juventud, en sus tiempos de estudiante y de seminarista, su tierra natal, Polonia, estaba dominada por el tirano régimen comunista, enemigo número uno de la Iglesia y el joven Wojtila pudo resistir todos los embates asistido por el Espíritu Santo y su permanente amor por María Santísima, la Madre de Dios.
Donde quiera que iba repetía entre sus discursos “no tengan miedo… no tengan miedo”. Y eso le infundía el valor que siempre tuvo y también les transmitía a los pueblos la reciedumbre de su palabra bienhechora.
El santo papa vino a Nicaragua en el año 1983. Recuerdo que estaba con mi familia en el exilio en Costa Rica. Ahí pudimos ver en la televisión el diabólico montaje del frentismo, las turbas enardecidas, las interrupciones a la Eucaristía que el papa estaba celebrando, la calma y serenidad de Su Santidad cuando repetía: silencio… silencio. Y pudimos ver también un momento de alteración santa en el papa cuando un grupo manipulado por el sandinismo le gritaba “queremos la paz… queremos la paz”. Y el papa, alzando la voz y entrando en santa ira como Cristo frente a los mercaderes del templo, les gritó: “La primera… La primera que quiere la paz… es la Iglesia”. Hubo en aquel momento una enorme pausa, una dramática pausa, las diabólicas turbas callaron como si Jesucristo mismo hubiese hablado frente a los fariseos con argumentos contundentes.
Era el 3 de marzo de 1983. El papa pudo terminar su homilía sin miedo alguno. Los nueve comandantes, en ese tiempo héroes intocables de una revolución fracasada, levantaban sus puños ante la turba que gritaba “poder popular”, “poder popular”. El papa terminó la Eucaristía y voló hacia San José Costa Rica, lugar donde se hospedó en su gira por Centroamérica, siendo recibido como un héroe por el pueblo costarricense que llenó el trayecto entre el aeropuerto y la Nunciatura Apostólica. Todos fuimos a esperarlo y a desagraviarlo por las ofensas recibidas.
Han pasado 33 años y al parecer algunos orteguistas no aprendieron nunca la lección. Siguen manejando la política con la prepotencia de aquellos días. Antes lo hicieron con prepotencia, abuso, barbarie, irresponsabilidad, yoquepierdismo y usando los métodos represivos de cárcel, tortura y muerte. Habían llegado al poder por la fuerza de las armas y se creían con el derecho de hacer todo lo que quisieran hacer.
Hoy llegaron al poder por culpa del divisionismo de la oposición en el 2007. Ni siquiera llegaron por la vía de las urnas electorales en forma limpia y transparente, su número de votos era minoritario, hacía falta contar el 8 por ciento del escrutinio total, pero la mano pachona de don Roberto Rivas no quiso contarlos. También llegaron por el error de un liberalismo dividido y se adueñaron de la nación. Para no correr riesgos en el 2011, hicieron que sus sirvientes del Poder Judicial declararan inaplicable el artículo 147 de la Constitución, que precisamente prohibía la reelección. Y contra viento y marea el señor don Daniel fue candidato, y contra viento y marea, nos robaron centenares de miles de votos para hacerlo presidente.
Hicieron lo que tenían que hacer, como dijo el tristemente célebre Tomás Borge: “Hagamos lo que tengamos que hacer, cueste lo que cueste, digan lo que digan”. Abrieron la puerta a todo tipo de delitos sin importar las necesidades básicas de la población como salud, hospitales, medicinas, educación. Un solo hombre maneja todos los poderes del Estado y nos amenazan con turbas, garrotes y balas. Pero Juan Pablo II nos dijo: …no tengan miedo, no tengan miedo. Nicaragua es de María y María es de Nicaragua.
El autor es gerente de Radio Corporación y excandidato a la Presidencia de la República en 2011.