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Poemas de Daisy Zamora

Almendras de Jordania Daisy Zamora Después de tantos años, qué golpe oscuro al alma, cuánto de lo perdido regresa a la memoria de aquellas celebraciones inocentes de dientes de leche y bocas puras, al entrever las almendras nevadas como hostias en una dulcería que miré al pasar.   Aniversario A mis hermanos y hermanas De […]

Almendras de Jordania

Daisy Zamora

Después de tantos años,
qué golpe oscuro al alma,
cuánto de lo perdido
regresa a la memoria
de aquellas celebraciones inocentes
de dientes de leche y bocas puras,
al entrever las almendras
nevadas como hostias
en una dulcería que miré al pasar.

 

Aniversario

A mis hermanos y hermanas

De repente partiste, y no supimos qué hacer.

Allí quedaron, inmóviles, tus cosas:
la bata colgada de la puerta,
las pantuflas al lado de la cama,
el libro que leías, sobre la mesa de noche.

No oímos más tu risa. Tu voz no regresó.

Nos dejaste tan pronto, que te has vuelto el más joven.
Todos -hasta la más pequeña- somos mayores que vos.

Cuánto ha durado ya, padre mío, el silencio.

Amor en claroscuro

Daisy Zamora

A Lillian Levy y Lizandro Chávez Alfaro
I

Laberintos
poblados de fantasmas
y estancias
por donde a veces
entra el sol.

II

Que aquella hora de perfección
regrese vívida, en sueños,
a la vez colma y perturba.

III

A las pruebas me remito.
Aquí están: la quemadura,
las marcas, las cicatrices,
y aquí, las cenizas.

La migrante

Daisy Zamora

Se despierta extrañada
desconociendo el cuarto.

¿Adónde se fue el padre,
dónde la madre
que hace un momento apenas
la acompañaban?

¿Dónde están las palabras
de la conversación,
y el patio oloroso
después del aguacero?

Se levanta y suspira.
Este cuarto extranjero
y la luz indiferente
de una mañana cualquiera
que la hiere.

Desde la calle
los ruidos de la vida entran.
Y el sueño queda estrujado
como un pañuelo.

La malabarista

Daisy Zamora

Bajo el solazo agacha la cabeza.
Espalda de gorrión que se dobla, agobiada.

Se sienta por un momento en la cuneta
y aparta las pelotitas tornasol.
Examina las manchas en la piel de sus piernas
flaquitas como sus brazos, como toda ella.

Cambia la luz del semáforo, y se levanta
y corre y se planta a media calle.
Al vaivén de sus brazos danzan las bolitas
en un círculo mágico.
Amparado en la sombra, tras un laurel,
su padre acecha.

 

 

 

Cultura Daisy Zamora Poesia Nicaragua archivo

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