EL COLCHÓN
Déjenme recordar cómo llegamos aquí. Para octubre de 2005, Arnoldo Alemán tenía régimen de “ciudad por cárcel” después que en diciembre de 2003, la juez Juana Méndez lo condenara a 20 años de cárcel por varios delitos. Daniel Ortega era oposición y de vez en cuando, todavía, daba entrevistas a periodistas que podían hacerle preguntas incómodas. Ese año, en la última entrevista que recuerdo haber hecho con él, Ortega aseguró muy serio que ni él ni su partido habían tenido injerencia alguna en el proceso por corrupción contra el expresidente Alemán. Sin embargo, tan pronto apagué la grabadora, se me acercó y en tono más de confianza que de confidencialidad, me dijo: “No, al gordo no lo aflojamos ahorita. Él es el colchón donde vienen a pegar todos los vergazos que nos manden los liberales”. No lo puse entonces porque entendí que me lo dijo fuera de la entrevista, y si lo comento ahora es porque considero que ya es parte de la historia y una frase que explica mucho de lo que sucedió luego.
CHARANGA
Arnoldo Alemán no tuvo un juicio justo. Y cuando digo justo no estoy diciendo que lo considere inocente de los cargos que sobre él pesaban. No. Me refiero a que no hubo para él, como para casi nadie ya, un sistema judicial imparcial que evaluara los hechos, y según las leyes, lo absolviera o lo condenara. Desde el principio, se usaron los presuntos delitos para chatajearlo y arrancarle las cuotas de poder que su partido tenía. De tal forma que si Alemán era condenado o si iba a una celda no era necesariamente por la carga de sus delitos. Igualmente, si obtenía privilegios en su régimen carcelario –primero casa por cárcel, luego ciudad por cárcel, y después ¡país por cárcel!– , o si finalmente fue sobreseído, no fue porque se demostrara su inocencia. Todo fue una charanga política sobre un caso judicial que tiene a Daniel Ortega donde está y a Alemán, disminuido políticamente, pero libre y gozando todavía de algún hueso descarnado que suelta de vez en cuando quien se apropió de toda la vaca. Tampoco considero que Alemán sea víctima. La víctima aquí fue Nicaragua.
TOMA Y DACA
El colmo del descaro fue el 15 de enero del 2009 cuando, en un “toma y daca” vergonzoso, Arnoldo Alemán fue sobreseído de todos los cargos por la Corte Suprema de Justicia, con los votos sandinistas incluidos, al mismo tiempo que los votos liberales le entregaban la presidencia de la Asamblea Nacional al sandinista René Núñez. En una entrevista que le hiciera posteriormente, Alemán diría: “Usé la inteligencia en un momento de crisis”. Les recomiendo leerla. Esta misma sentencia de la Corte fue la que se usó para anular los juicios de Panamá, y todo esto es lo que usa ahora Alemán para proclamar su inocencia, como si esas sentencias fuesen el resultado la demostración de su inocencia y no de haber entregado la valija completa a Daniel Ortega.
LA CASA DE PANAMÁ
Entonces vienes estos enredos. Una casa en Panamá a nombre de la esposa de Alemán, fue entregada como pago a los abogados que lo defendieron en ese país, pero hasta hace unos días la ocupaba el embajador de Nicaragua en Panamá, el sandinista Antenor Ferrey, porque según la Cancillería fue “comprada con dinero procedente del erario público nicaragüense”. Y ahí es donde la piezas no encajan: si los mismos que lo sobreseyeron consideran que cometió el delito de usar dinero del estado para comprar esa casa, ¿por qué lo sobreseyeron? En realidad, la pregunta es tonta.
LA MISMA MONEDA
Todo esto debería ser historia. Algo a ser recordado en las clases de historia política, como el pacto de los generales en 1950 o el Kupia Kumi, en 1971. Lamentablemente no es así. Ortega y Alemán son caras de la misma moneda, y si uno está arriba no deja morir al otro. Los dos se necesitan. Tanto así que Ortega ha mantenido vivo artificialmente al partido de Alemán, y ahora le despejó el camino para que vuelva a ser la oposición consentidora que a él le gusta y, por eliminación de todos los demás, la “segunda fuerza política”. Con Alemán en la casilla “rival” Ortega se siente seguro. Ya se quebró una vez, y si por alguna razón fuese necesario, solo sería cuestión de volverle a sonar las llaves de la celda.