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Museo archivo Rubén Darío en León, donde se exhiben los objetos personales de Rubén Darío: pinturas, fotografías y retratos, así como la cama donde murió. LA PRENSA/URIEL MOLINA

Museo archivo Rubén Darío en León, donde se exhiben los objetos personales de Rubén Darío: pinturas, fotografías y retratos, así como la cama donde murió. LA PRENSA/URIEL MOLINA

Cómo era Rubén Darío,  descubra algunos pasajes de su vida de poeta y pensador

Los poemas donde más ampliamente Rubén nos abre las puertas y ventanas de sus castillos interiores, son sus incomparables “Nocturnos”, tan excelentemente analizados por Julio Ycaza Tigerino

En “Historia de mis libros” (1913), Rubén juzga su obra y nos dice: “Y el mérito principal de mi obra, si alguno tiene, es el de una gran sinceridad, el de haber puesto mi corazón al desnudo, el de haber abierto de par en par las puertas y ventanas de mi castillo interior para enseñar a mis hermanos el habitáculo de mis más íntimas ideas y de mis más caros ensueños”.

Los poemas donde más ampliamente Rubén nos abre las puertas y ventanas de sus castillos interiores, son sus incomparables “Nocturnos”, tan excelentemente analizados por Julio Ycaza Tigerino en su discurso de ingreso a la Academia Nicaragüense de la Lengua.

A la sinceridad va indisolublemente ligada la autenticidad:  “Sé tú mismo: esa es la regla”.  Y en el arte, a la originalidad: “Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí. Gran decir”.

Justicia social

Bien sabía Rubén que la miseria solo se combate a fondo con la justicia social. Pero también conocía las bondades que puede hacer la virtud de la caridad para mitigarlas:

“… en medio del tormento fatal de la miseria,

esparce su divino fulgor la caridad”.

“… virtud es alta merced,

sacro y puro sentimiento:

dar de comer al hambriento

dar agua al que tiene sed…”.

(“La Virtud”)

 

“La verdad, nos dice Rubén, es la ‘cadena de que pende el universo’”:

“Vida, luz y verdad, tal triple llama

produce al interior llama infinita”.

(“Yo soy aquel…”)

Por eso:

“La virtud está en ser tranquilo y fuerte;

con el fuego interior todo se abrasa;

se triunfa del rencor y de la muerte,

y hacia Belén… ¡la caravana pasa!”.

(“Yo soy aquel…”)

El pensador

Bien sabía Rubén que la serenidad es otra de las virtudes que deben adornar al hombre cabal, especialmente si se dedica al oficio de pensar, que según él es “de los más graves y peligrosos sobre la faz de la tierra…”.   “Así, la primera condición del pensador es la serenidad”, afirma.

Darío, quien fue un genial autodidacta formado “paso a paso”, ganado “a puro cerebro y a puro carácter”, como él mismo dijera refiriéndose a otro gran autodidacta, recomendaba a los jóvenes el gusto por los libros:  “El afecto a los libros demuestra un alma plácida y un fondo bondadoso.  La buena erudición aleja los malos sentimientos”.  ¡Cómo mejoraría la formación de nuestros niños y jóvenes si dedicaran a los libros al menos la mitad del tiempo que dedican a la televisión, al celular o la tableta electrónica!

Los ideales

Pensar con nobleza, albergar nobles ideales, es una lección constante en el legado dariano:

“Mi intelecto libre de pensar bajo

bañó el agua castalia el alma mía…”.

(“Yo soy aquel…”)

 

Todo lo antes dicho confirma la opinión general que sobre la personalidad de  Darío tuvieron quienes le trataron en vida.  Darío fue un hombre justo y bueno. Y ese es el arquetipo de persona que nos lega.  Al respecto solo voy a citar cuatro testimonios.  Son los de don Ramón del Valle Inclán, el “gran don Ramón de las barbas de chivo”; el del rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno, el de Salomón de la Selva y el del poeta mexicano Amado Nervo.

El testimonio de don Ramón nos lo refiere Arturo Capdevila:  “Era un niño, Darío. Un niño grande, inmensamente bueno.  Pecados no conoció otros que los de la carne.  Pecado angélico…, ninguno”.

Varios años después de la muerte de Darío, Miguel de Unamuno, quien sentía que no había sido “justo y bueno” con Rubén, escribió un bellísimo elogio de Darío, que enaltece a quien Darío una vez calificó de “Maestro de meditación” y de “pensativo minero del silencio”.

En pro de la cultura

He aquí la opinión de don Miguel: “Era justo; capaz, muy capaz, de comprender y de buscar las obras que más se apartaban del sentido y el tono de las suyas; capaz, muy capaz, de apreciar los esfuerzos en pro de la cultura que iban por caminos, los al parecer más opuestos a los suyos.  Tenía una amplia universalidad, una profunda liberalidad de criterio.  Era benévolo por grandeza de alma, como lo fue antaño Cervantes”.

Darío en Nueva York

Otro testimonio es el de su coterráneo Salomón de la Selva, quien trató personalmente a Darío en Nueva York.  Dice así: “Quienes lo conocieron y lo trataron se hacen lenguas de la bondad inagotable de Darío.  Generoso, todo lo daba con inconsciencia del valor de las cosas y del dinero.  Ingenuo, quien se lo proponía lo engañaba con cualquier arte”.

Finalmente, reproducimos el testimonio de su amigo, el poeta Amado Nervo: “La vida para él, llena de eventualidades, no ha reducido sus purezas entrañables. Es humano. Es un niño —un niño egoísta o sensitivo, caprichoso o sereno— celoso de sus cariños, susceptible como una violeta, capaz por esta misma susceptibilidad de comprender todos los matices de una palabra, de un gesto, de una actitud: un gran niño nervioso”.

Rubén fue profundamente cristiano y murió en la fe católica. Si bien ideológicamente Rubén se identificó con las ideas liberales y en sus años juveniles escribió afiebrados poemas anticlericales, lo cierto es que para él la religión fue siempre un bálsamo, un alivio para sus heridas y pesadumbres.

Indiscutiblemente, pese a la abundancia de temas paganos y carnales en la poesía rubendariana, hay también en ella, como lo advirtiera Arturo Marasso, un “resplandor místico”, una “exaltación del alma en su viaje al centro de sí misma”:

“Si hay un alma clara, es la mía”.

La fe del poeta

Tras muchas caídas y recaídas, la fe volvía a alumbrar el alma de Rubén.  Y si en su juventud su instinto “montó potro sin freno” por gracia de Dios en su conciencia “el bien supo elegir la mejor parte”.

La fe de Rubén se refugia en “Jesús, incomparable perdonador de injurias” y confía en su infinita misericordia para superar el horror a la muerte, “el espanto seguro de estar mañana muerto”, que siempre le acompañó en su vida.

Nada mejor, para concluir, que el siguiente párrafo tomado del libro de Darío “La caravana pasa” (1902), donde sintetiza su fe en las más altas virtudes humanas:  “La liberación de todos los espíritus por medio de la verdad y de la belleza, he ahí la verdadera salvación… de la tierra, de la humanidad entera.

Los grandes creadores de luz son los verdaderos bienhechores, son los únicos que se opondrán al torrente de odios, de injusticia y de iniquidades”.

Cultura Descubra Poeta Rubén Darío archivo

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COMENTARIOS

  1. Hace 7 años

    Hay poemas de Rubén Dario expresivos, reales y portentosos como La Calumnia y Los Motivos del Lobo en los cuales detalla la conducta humana. Como Rubén Darío no sé de otro poeta que se le compare en la profundidad de sus poesías porque muchas tienen sentido social y marcan expresiones exquisitas y veraces. Invito a quien no le ha leído para que tenga un referente de vida que le pondrá a reflexionar y gocé de sus poemas maravillosos. Conozca su genialidad y grandeza.

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