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Fortunatus Nwachukwu, nuncio apostólico en Nicaragua. LAPRENSA/Oscar Navarrete

Monseñor Fortunatus Nwachukwu dejará la nunciatura apostólica en Nicaragua. LAPRENSA/Oscar Navarrete

La intensa vida de Fortunatus Nwachukwu

Pertenece a la tribu Igbo, de Nigeria, y la guerra marcó su infancia. Es pintor, escritor, árbitro y habla 8 idiomas. Así es el representante del Vaticano en Nicaragua.

Cuando tenía ocho años, el pequeño Fortune tuvo que aprender a cazar animales, como ratones, para que él y su familia pudieran alimentarse y así evitar morir de hambre. En Nigeria se libraba la llamada Guerra de Biafra y si los bombardeos no lo mataban, la hambruna podía hacerlo. Los padres de Fortune se habían quedado sin trabajo y sin dinero, y a él le tocaba salir a pescar con hilos o sumergirse en el mar y colocar trampas para agarrar alguna criatura, llevarla a su casa, comerla y sobrevivir.

Guerra es una palabra que Fortune puede repetir en los ocho idiomas que ahora sabe hablar, pero siempre va a tener un solo efecto en él: dolor. El sufrimiento se nota en sus ojos y en su voz cada vez que habla del tema desde su oficina en la Nunciatura Apostólica de Nicaragua, que es su hogar desde hace cuatro años.

El lugar tiene aires de santuario y él luce una sotana pulcra y color crema con detalles en rojo vino. Aún sonríe como niño, pero ya no es el pequeño al que solían llamar Fortune. Ahora, con 56 años, es Fortunatus Nwachukwu, representante del Vaticano en Nicaragua, árbitro de futbol, políglota, exégeta, pintor, escritor y músico. Un hombre con dos doctorados que en cuestión de minutos pasa de hablar de la Biblia a explicar por qué Lionel Messi y Cristiano Ronaldo aún no superan a Maradona ni a Pelé.

De la tradición poligámica al celibato

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Bridget Nwachukwu, mamá de Fortunatus. Aunque el abuelo de Fortunatus tenía cinco esposas, su papá Innocent, decidió ser católico y escoger a una única esposa. La pareja tuvo 12 hijos. Bridget Nwachukwu murió en septiembre de 2016. LAPRENSA/Cortesía

La religión tradicional africana era la que se practicaba en el pueblo donde nació Fortunatus Nwachukwu. De hecho, su abuelo tenía cinco esposas y además era jefe de la de la religión tradicional africana, y cuidaba de los ídolos de esta: la divinidad de la tierra, del trueno, divinidad de las fuerzas del viento y divinidad del agua. “Esta es una cosa que muchas personas no entienden. La poligamia no tenía que ver con apetito sexual o promiscuidad. Era un modo de permitir al hombre de tener más personas en su familia para poder trabajar sus campos”, explica Nwachukwu.

Un día, el abuelo de Fortunatus quiso hacerle el regalo “más bello” a su primogénito Innocent y le llevó una mujer como obsequio por haber superado su examen para ser profesor. Sin embargo, este dijo que no la aceptaría porque era católico: solo tendría una esposa y cuando quisiera tenerla, él la iba a escoger.

También por ser el primogénito, Innocent fue el elegido para cuidar los ídolos de la religión tradicional cuando su padre ya no pudo hacerlo. Quisieron obligarlo, pero amenazó diciendo que él era católico y que si dejaban a los ídolos en su casa los quemaría. Los más ancianos del pueblo llegaron y se llevaron a las divinidades. Más tarde, Innocent se casaría con Bridget, y ambos se convertirían en los padres de Fortunatus.

La familia del nuncio fue una de las primeras familias católicas en su pueblo. Y ahora él cuenta con gracia que “mi parte del África tenemos un fenómeno particular: el pasar de poligamia a monogamia, y de monogamia al celibato. Mi abuelo tenía varias esposas, mi papá tenía una y de sus hijos, somos dos que hemos decidido vivir el celibato”, dice.

El pequeño sacerdote

Fortunatus Nwachukwu cuando fue ordenado sacerdote, en junio de 1984. LAPRENSA/Cortesía
Fortunatus Nwachukwu cuando fue ordenado sacerdote, en junio de 1984. LAPRENSA/Cortesía

A Fortunatus le gustaban las matemáticas. Se le daban bastante bien. De hecho, se le daban la mayoría de las materias en el colegio, pero no era precisamente un niño “de escuela”. Él prefería salir a jugar a las escondidas con sus amigos porque le gustaba correr. Y a pesar de no ser tan aplicado, su inteligencia era notable. “Desde la primera clase me destacaba mucho en la matemática. Y no era un estudiante de mucho estudiar. Todo lo que decía el profesor una sola vez, me preguntaban y yo lo repetía a ellos. Aunque pareciera distraído”, cuenta.

Fortune fue el hijo número tres de los 12 que procrearon Innocent y Bridget Nwachukwu. Nació el 10 de mayo de 1960 en Umokoro Eziama Ntigha en Estado de Abia, de Nigeria, África. Es parte de la tribu Igbo y su lengua natal lleva el mismo nombre.

Desde que tiene memoria, Fortunatus ha querido ser doctor, médico y sacerdote. Sí, las tres cosas al mismo tiempo.
De hecho, una de las cosas que recuerda de su infancia en África es que una parroquia se dividía en 70 comunidades. Y cuando el párroco iba a dar misa en alguna de ellas, tenía que distribuirse en qué capilla oficiaría la misa. En conclusión, Fortunatus
terminaba viendo un sacerdote y yendo a misa dos veces al año.

Cuentan sus tíos y sus padres, dice, que después de la misa, en la tarde, él desaparecía. Su familia empezaba a buscarlo por todo el pueblo y lo encontraban en el centro del salón central de la escuela, con las manos extendidas y tratando de repetir lo que el sacerdote había dicho en latín.

El pequeño Fortune supo que quería ser sacerdote a los 5 años. Cuando se lo dijo a su papá, este reaccionó atónito, preguntándole que de dónde venía esa vocación si nunca en su vida Fortune había visto un seminarista. Fortunatus tampoco sabía por qué, pero jamás tuvo la más mínima duda de su vocación. En cuanto la guerra terminó, empacó maletas y se fue al Seminario Menor.

La marca de la guerra

Durante tres años Fortune estuvo a punto de morir cada día. En 1967 en Nigeria se desató una guerra civil y el país quedó completamente bloqueado. Por mar y por tierra, no podían recibir ningún tipo de ayuda y tenían que ingeniárselas.

Innocent Nwachukwu había perdido su trabajo como director y profesor de escuela y la máquina de coser de Bridget apenas daba dinero para comer. “Mi mamá se dedicaba a la costura de vestidos. Su pequeña máquina de costura es la única que nos daba algo para comer, pero esto por muy poquito de tiempo, porque durante la guerra a las personas importaba poco como se vestían, las personas buscaban cómo sobrevivir”, lamenta el nuncio.

Todos los días escuchaba de algún compañero o amigo que había muerto. Veía cómo empezaban a perder peso, a cambiar de color y cómo su estómago empezaba a crecer por una enfermedad llamada Kwashiorkor y conocida en el pueblo como Beriberi. Después solo le indicaban que había fallecido por la hambruna, sin contar a los que murieron por los bombardeos.

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De izquierda a derecha: Fidelis, Maximus e Innocent, tres de los 11 hermanos de Fortunatus Nwachukwu, durante una misa oficiada por él en su pueblo natal Ntigha, estado de Abia, Nigeria. LAPRENSA/Cortesía

Dos de sus hermanas menores también murieron. Por enfermedades “banales” como él las llama, para las que no había medicamentos. Una de ellas, la más pequeña, murió de un ataque de tétanos; la otra, casi acabando la guerra murió de una infección intestinal.

La guerra marcó al pequeño Fortune. “No puedo resistir a ver personas que sufren si yo puedo hacer algo. Me pongo enseguida a sacar a esta persona del sufrimiento, porque yo he sufrido. Durante tres años en un modo horrible, horrible. Cuando escucho que las personas hablan lenguaje de guerra yo digo no saben de lo que hablan”, dice Nwachukwu.

 

La guerra de Biafra

“En 1967 la región más oriental de Nigeria se declaraba independiente del resto del país con el nombre de República de Biafra. Esto provocó el estallido de una guerra civil que duraría 30 meses y una grave crisis humanitaria que, según un informe de Unicef, causó un total de un millón y medio de víctimas”, explica El País de España

Cuando vivió la guerra, Fortune olvidó la idea del Seminario porque tenía que concentrarse en sobrevivir. Pero aún en esos momentos, la Iglesia católica de alguna forma estuvo presente. A veces encontraban sacos llenos de harina y de yema de huevo en polvo que solo decían “Cáritas”.

Hubo un momento en el que tuvieron que huir como refugiados. Pero su padre estaba enfermo y su mamá se quedó cuidando de él. Ella le encargó a su hijo mayor, Maximus, que entonces tenía 13 años, que escapara junto a sus hermanos. “Mi hermano mayor fue para nosotros padre y madre durante unos meses que estuvimos solos”, recuerda Fortunatus.

Después de tres años, la guerra terminó. Fortune se reencontró con sus padres y no quiso seguir perdiendo más tiempo: entró al
Seminario Menor para cumplir su vocación.

Siempre el más chiquito

Nuncio Nicaragua

Un curioso y entusiasmado Fortune de 11 años anduvo preguntando en el Seminario, donde estudiaba secundaria, cómo podía hacer para ser médico y abogado, además de sacerdote. Quería, sobre todo, ser doctor. En clases, siempre salía entre los mejores en Ciencias Naturales y si se bachilleraba con mención en estas ciencias, podía ir a la universidad y estudiar Medicina.

Sin embargo, en el Seminario no había laboratorio, lo cual era exigido para hacer el examen del estado de Química, Física y Biología. “Nos dijeron que teníamos que renunciar a Química, Biología y Física. Para mí esto era un desastre”, dice Fortunatus, quien no quería renunciar a ninguna de sus vocaciones.

Alguien le dijo que había una disciplina que podía asumir llamada Ciencias de la Salud y la hizo con toda la determinación del mundo, pero luego le dijeron que eso no lo conduciría a ser médico, ni siquiera llegaría a enfermero. Y por primera y única vez, tuvo una crisis que lo llevó a querer salir del Seminario. Pero pudo superarla y seguir.

Mientras seguía estudiando, algunos compañeros le pedían ayuda con las Matemáticas Y se dio cuenta de que muchos de ellos habían sido soldados en la guerra de Biafra. “Para pagarme después me llevaban con ellos cuando salían a tomar Coca Cola”, cuenta el nuncio. Los jóvenes tenían 19 años en ese entonces y Fortune apenas 13. Él siempre iba adelantado en las clases por lo rápido que aprendía y lo listo que era. Pero ya sabemos que quien con lobos andas a aullar aprende.

Los muchachos le enseñaron a fumar. Fortune no lograba hacerlo y ellos se burlaban de él. Lo único que consiguió fue perder la voz y tuvo que dejar de cantar en el coro del Seminario. Pero un día, el dueño de la pulpería que estaba frente al Seminario lo llamó cuando iba saliendo con sus nuevos amigos.

—Fortune, Fortune.

—Señor Cipriano.

—Fortunatus —me dijo— si te veo acá de nuevo con estos muchachos te voy a denunciar al rector.

Fortune le preguntó ¿qué tenía contra él? Eran cinco los del grupo y solo lo regañaba a él. El señor Cipriano solo le dijo que no repetiría su advertencia. Fortunatus se fue espantado y enojado con Cipriano. “Solamente años después pude saber que él me ayudaba, porque prácticamente ninguno de estos muchachos siguió en el camino. Yo fui el único que seguí”, dice agradecido el nuncio.

A los 5 años, cuando el pequeño Fortune se ponía de pie frente a la sala central de su escuela, con los brazos extendidos y tratando de repetir las cosas que el sacerdote había dicho en latín, probablemente no se hubiera imaginado que en el Seminario Menor sería
uno de los poquísimos alumnos que aprobó la clase de latín como lengua extranjera.

Fortune, árbitro y artista

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El nuncio Fortunatus oficiando misa en su pueblo natal Ntigha, en el estado de Abia, Nigeria. LAPRENSA/Cortesía

En 1977 pasó al Seminario Mayor, a Filosofía y después a Teología. “En todos estos lugares era siempre el más pequeño de estatura y de edad. Hay tipos de trabajos que no podía hacer”, se lamenta Nwachukwu. Por ejemplo, era fanático de jugar futbol pero no lo dejaban jugar en el equipo principal del Seminario porque era muy pequeño.

Sin embargo, no perdió su tiempo y se dedicó a otras cosas: fue redactor artístico del periódico del Seminario, el rector le encargó también pintar 19 cuadros para colocarlos en la capilla. Era el artista del Seminario. Sobre todo le gustaba pintar retratos y paisajes fijos. Dejó de pintar cuando su obispo le dijo: “Te mandé al Seminario para ser sacerdote no para ser pintor ni músico”, sí, porque también perteneció a la banda del Seminario tocando los tambores.

Dejó de pintar y de tocar, y decidió concentrarse en otras actividades que hacía. Como no lo habían dejado jugar en el equipo de principal de futbol, él decidió hacerse árbitro. Entró a la asociación de árbitros y después formó parte de la sociedad de arbitraje nacional. Fortune ahora era árbitro federal y llegó a participar en partidos importantes.

A Fortune le gustan los deportes. Hace mucho jogging y footing y está aprendiendo a jugar ajedrez. En cuestión de futbol, en cuarto año de Teología convenció al entrenador de probarlo para el equipo y ya nunca más lo dejaron ir. Después de ordenarse sacerdote, el 17 de junio de 1984 se fue a estudiar a Roma y ahí lo nombraron capitán de un equipo.

Gracias a su ojo de árbitro evalúa cuidadosamente a los jugadores. Para él, Lionel Messi y Cristiano Ronaldo no son los mejores jugadores. “El gran jugador es el jugador que solo, casi solo puede cambiar la calidad de un equipo”, expresa.

Sus jugadores favoritos son dos: Franco Baresi, un defensor italiano por el que no está de acuerdo con el Balón de Oro, ya que asegura que Baresi lo merece, pero el reconocimiento no se le puede entregar a un defensor. El otro es un nigeriano “olvidado”, llamado Jay-Jay Okocha. “Son personas que bailan con el balón. Hacen cosas de arte con el balón”, dice Fortunatus, quien jugó como
defensor central en su equipo de futbol.

Sus hobbies ahora son leer y también está aprendiendo a tocar la guitarra. La música clásica le gusta, también la música con ritmos africanos, tambores, xilófonos. Dice que por eso en Nicaragua le gusta la marimba, porque le recuerda a los sones africanos.
Su película favorita es El señor de los anillos, porque le gusta una película que hace ver que el bien puede siempre ganarle al mal.

“¡Bien venga el castigo!”

Monseñor Silvio Báez y Nuncio
Fortunatus Nwachukwu junto al obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez. LAPRENSA

Cuando Fortunatus se enteró de que el papa Benedicto XVI decidió que sería representante del Vaticano en Nicaragua, la única preocupación que tuvo fue más bien una duda: si el trabajo al que lo estaban enviando era otra vez un trabajo pesado, porque ya había tenido experiencias así en cargos anteriores.

“Después de estar cinco años de ser jefe de Protocolo, nombrarme nuncio apostólico con el nivel de arzobispo para mí ha sido una alegría”, dice Fortunatus. Se preguntaba además si Nicaragua sería un país grande o pequeño. Ya había escuchado sobre aquel país, pero no sabía mucho sobre él.

En Nicaragua aterrizó el 18 de febrero de 2013 y casi cuatro años después está enamorado del gallopinto, aunque aún no se acostumbra a comer comida con tanto cerdo. Del país le gusta la amabilidad y la apertura de la gente. “La primera belleza de Nicaragua es su pueblo, los nicaragüenses. Gente acogedora, gente amistosa, gente sufrida y que ya no quiera más la violencia. Y con eso me identifico con ellos por mi experiencia de niño”, dice Fortune.

Cuando lo nombraron, un periodista vaticanista escribió un artículo que decía que nombrar al jefe de Protocolo en Nicaragua sería como un castigo. El periodista se preguntaba qué habría podido hacer el jefe de Protocolo para que lo castigaran así. “Empecé a pensar en Nicaragua. Que si él lo presenta como un castigo, quién sabe qué tipo de lugar es”, se preguntó Fortune.

Fortune llegó a Nicaragua preguntándose si sería un país de castigo, de violencia, de pobreza. Pero después de unos meses en Nicaragua, Fortunatus se dijo: “Si este es el sabor del castigo, entonces bien… ¡venga el castigo!” Y casi cuatro años después de haber aterrizado, sigue diciéndoselo.

¿Qué es un nuncio apostólico?

“El nuncio apostólico es el embajador de la Santa Sede ante un gobierno. Como tal, representa al papa ante un gobierno y maneja los asuntos entre la Sede Apostólica y el gobierno civil del país al cual ha sido asignado. El nuncio debe “esforzarse para que se promuevan iniciativas en favor de la paz, del progreso y de la cooperación entre los pueblos”, explica el portal católico padrepatricio.com

Educación

Fortunatus Nwachukwu tiene un doctorado en Sagradas Escrituras y otro en Teología Dogmática. Fue jefe de Protocolo del Vaticano antes de ser nombrado nuncio apostólico en Nicaragua. Habla igbo, inglés, francés, italiano, alemán, español, hebreo moderno, árabe y lee latín, arameo, griego antiguo, hebreo antiguo.

Fortunatus Nwachukwu, nuncio apostólico en Nicaragua. LAPRENSA/Oscar Navarrete
Fortunatus Nwachukwu, nuncio apostólico en Nicaragua. LAPRENSA/Oscar Navarrete

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